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¿A dónde va el hombre sin el norte de Dios?

En primera votación, y por abrumadora mayoría (60 de los 79 votos emitidos), Ricardo Blázquez se convirtió ayer en el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española. Ha sido una solución de amplio consenso al relevo de una personalidad fuerte y de gran relieve como la del cardenal Rouco, que ha sido la referencia fundamental para el episcopado español desde 1998. La verdad es que Ricardo Blázquez lo ha sido casi todo en la CEE: presidente entre 2005 y 2008, vicepresidente desde 2008 hasta la actualidad, y presidió durante tres trienios la Comisión de Doctrina de la Fe, una de las más sensibles en el organigrama de la Conferencia. Los obispos aprecian su claridad teológica y su bonhomía, su modo plácido y paciente de abordar los problemas y su capacidad de sacrificio demostrada especialmente durante el periodo en que le tocó presidir la diócesis de Bilbao.

Nada más comparecer ante los medios, el nuevo presidente hubo de afrontar los intentos de contraponerlo a su predecesor, que fue precisamente quien le consagró obispo auxiliar en Santiago de Compostela. Además de mostrar su gratitud por “el inmenso servicio que ha prestado y seguirá prestando a la Iglesia en España”, Blázquez explicó que las intervenciones del cardenal Rouco sobre cuestiones polémicas en la opinión pública se habían atenido siempre a las tomas de posición acordadas por los obispos de manera ampliamente mayoritaria. Por otra parte advirtió que el mensaje que la Iglesia porta consigo y quiere comunicar tiene que ver con todas las dimensiones de la vida y no puede quedar relegado al ámbito individual o familiar.


Frente a los que presentan su llegada como una especie de vuelco programático, descartó que asuma la presidencia con un programa bajo el brazo: “no tengo programa, entre todos lo diseñaremos y lo aplicaremos”. Después, en El Espejo de COPE, reconoció que había unas urgencias compartidas por los obispos, que nacen tanto de la experiencia en las diócesis como de la impronta que está marcando el papa Francisco para toda la Iglesia. “El Papa ha puesto el salir misionero en el centro de nuestra tarea; no salir para ver qué pasa, sino un salir apostólico que tiene que ver con la alegría de la fe y la dicha de evangelizar”.


Ricardo Blázquez ha tenido siempre muy viva la urgencia y la dificultad de la evangelización en esta época, y ha sido un padre atento y acogedor para los nuevos carismas que han ido surgiendo en el surco de la Iglesia. Durante el Sínodo sobre la Nueva Evangelización habló sobre el catecumenado partiendo de la experiencia, que conoce bien y ha acompañado durante años, del Camino Neocatecumenal. Ante los padres sinodales defendió entonces que “la evangelización requiere hoy que se unan Biblia, Sacramentos y vida cristiana”.


El nuevo presidente de la CEE fue contundente al sostener que “no es lo mismo creer en Dios que desconocerlo, porque la fe en Dios es fundamento y surtidor de esperanza, y cuando falta nos encontramos a la intemperie y llenos de confusión… ¿A dónde va el hombre sin el norte de Dios?”, se preguntó sin ambages. Una explicación de la conveniencia humana de la fe que rubricó con estas inequívocas palabras: “yo deseo a todos la dicha de creer en Dios, nos viene muy bien creer en Dios”.


Incluso la hostilidad ambiental, que ciertamente existe, es para él, en muchos casos, una especie de máscara, “porque aunque se diga que Dios no interesa, la gente nos está esperando”. Don Ricardo recomienda a los católicos “sentirnos bien en nuestra propia piel, porque hemos recibido un mensaje que es importantísimo para todas las dimensiones de la vida, y queremos mostrarla sin alardear, con la conciencia de prestar un buen servicio a todos nuestros hermanos”.


También pudimos escuchar una indicación de método para la misión: “de Dios que es Amor debemos hablar amablemente, la verdad no es ningún mendrugo que hay que digerir de cualquier manera, sino que la Verdad es fundamento y asiento para la vida; no lanzamos la Verdad contra la cabeza de nadie, la descubrimos con gozo y queremos ayudar a que otros la conozcan también, porque sin Verdad damos tumbos”. Necesitamos que verdad y amor se encuentren. Y concluyó con este deseo: “que seamos tan discípulos de la Verdad como compañeros en el camino de la vida”.


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