Apoyar a la familia
Lo mismo hay que decir de todo el mundo. El futuro de España, de la sociedad, de Europa, de la humanidad y del mundo se fragua en la familia y pasa a través de ella, porque es el ambiente fundamental del hombre y fermento de progreso humano y moral. El bien del hombre y de la sociedad está profundamente vinculado a la familia, a la verdad de la familia. A ella debe la sociedad su propia existencia. Es una exigencia fundamental, imprescindible y primera salvar y promover la verdad que constituye y en la que se asi en ta la familia, así como los valores y exigencias que ésta presenta. Todos los pueblos y naciones de la tierra, también España y Europa entera, son deudores de la institución familiar, verdadera medida de la grandeza de un pueblo, de una nación, del mismo modo que la dignidad del hombre es la auténtica, insoslayable y principal medida de la civilización y de una genuina cultura que haga justicia a la verdad y grandeza de la persona humana y su vocación. La familia es el primer y más importante camino de la humanidad: es un camino del que no puede alejarse ningún ser humano.Si hay que hablar de una renovación o de una regeneración de la sociedad, hay que comenzar por la regeneración, renovación, protección, fortalecimiento, y consolidación de la familia, asentada sobre el matrimonio único e indestructible entre un hombre y una mujer, abierto a la vida, institución fundamental para la felicidad de los hombres y la verdadera estabilidad social. Esperar, hoy una renovación de la sociedad en sus valores y hasta en su economía, o una recuperación del progreso y desarrollo de los pueblos sin una profunda renovación y fortalecimiento de la familia, en su verdad inscrita en la gramática humana, constituye un espejismo o una quimera sin base. No se puede retardar por más tiempo este asunto tan crucial para todos, que a
todos incumbe. No podemos ser avestruces que esconden la cabeza bajo sus alas ante el peligro tan grave que nos acecha. Nos encontramos en unos momentos cruciales para el futuro de los pueblos, porque lo están siendo–ahí están los datos tan desoladores– para el futuro de la familia. Lo primero y más importante, sin duda, es el fortalecimiento interno y espiritual de la familia. Pero también una política adecuada que no dificulte tal fortalecimiento y, sobre todo, que favorezca la familia, tanto en los aspectos jurídicos e institucionales como en los sociales y económicos, es absolutamente necesaria, imprescindible y urgente: tanto en lo que se refiere a la necesaria formación humana integral, también moral, de la adolescencia y juventud, como en lo que se refiere a la previsión y servicios sociales, vivienda, tratamiento fiscal, condiciones necesarias para propiciar en el ejercicio de la maternidad y de la paternidad y la educación de los hijos. La familia debe ser ayudada, protegida y defendida mediante medidas sociales y jurídicas apropiadas. Es sumamente necesario y apremiante luchar y hacer todo hasta lo imposible, todos, para que la familia no sea debilitada ni suplantada por nada ni por nadie, ni por falsas concepciones ni por intereses políticas que no amparen y salvaguarden su verdad y su estabilidad, ni por otros tipos de uniones que la suplantan y que no hacen justicia a lo que la familia es en su misma entraña. Esto lo reclama y exige no sólo el bien privado de toda persona, sino también el bien común de toda sociedad, pueblo, nación o Estado de cualquier continente, particularmente el nuestro. Desde los diversos sectores de la vida social hay que apoyar, por tanto, el matrimonio y la familia, facilitándoles todas aquellas ayudas y disposiciones de orden social, jurídico, institucional, económico, educativo y cultural que hoy son necesarias y urgentes para que puedan seguir desempeñando en nuestras sociedad sus funciones insustituibles, creando incluso y primordialmente el ambiente social y cultural que proteja la familia y la fortalezca en su verdad y en su realización más propia.
La familia, por el bien de todos y por el futuro de la sociedad y de nuestro pueblo, ha de ser objeto de atención y apoyo decidido de cuantos intervienen en la vida pública. No ayudar debidamente a la familia constituye una actitud irresponsable, contra la persona, el bien común y la sociedad, y suicida que conduce a la humanidad por derroteros de crisis, deterioro y destrucción de graves e incalculables consecuencias.
Estamos llamados y urgidos a que las familias, en
medio de las dificultades que las envuelven hoy tomen conciencia de sus propias capacidades y energías, y confien en sí mismas, en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios les ha confiado y nos las abandona ni las deja en la estacada: es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario, animar, alentar a las familias. Para la Iglesia es una responsabilidad muy suya en este ámbito, porque le importa el hombre, el bien común, y, por encima de otras cosas le importa la familia.
Entre otras muchas cosas, así lo demuestra con la convocatoria del próximo Sínodo de los Obispos sobre la familia. Es asunto primerísimo, hoy y siempre, de la Iglesia, porque la familia es el camino de la Iglesia. Es urgentísimo presentar con autenticidad el ideal de la familia cristiana, basado en el amor, en la unidad y la fidelidad del matrimonio, abierto a la fecundidad, guiado siempre por el amor. Ésta será una de sus
mayores contribuciones al mundo entero; esto entra dentro de la misión de renovación de la humanidad haciendo surgir una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos con la novedad del Evangelio, el Evangelio del amor.
© La Razón
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