Header Ads

«El Cielo es real»: una película hermosa y un pensamiento sobre los que nos precedieron

En 2003, el pequeño Colton Burpo, de Nebraska, empezó a contar a sus asombrados padres padres sus experiencias en el Cielo, que había experimentado meses antes estando anestesiado en una sala de quirófano, con 4 años de edad.

Un interrogatorio sistemático no era posible… durante unos años el niño fue contando distintos episodios o recuerdos de esa visión del Cielo.


Su padre, Todd Burpo, pastor metodista wesleyano –una tradición protestante muy poco dada a visiones, profecías y misticismos- los fue recogiendo, intentando encajarlas con lo que conocía por la Biblia. Después, con la periodista Lynn Vincent, le dio forma de libro.


8 millones de ejemplares vendidos

Así, el libro “El Cielo es real” ha vendido más de 8 millones de ejemplares en EEUU y la película que promociona Sony, muy fiel al libro, ha recaudado 90 millones de dólares, superando a cualquier otra película de tipo “testimonio cristiano” o “testimonio sobrenatural” hasta el momento (no nos referimos a películas de trama bíblica).


Pero lo que hace que se venda el libro y lo que hace que se venda la película son dos cosas distintas, porque son dos géneros distintos.


Lo que la gente busca en una película son emociones, conflictos y una trama.


Lo que la gente busca en el libro es una “guía de viaje” del Cielo. Queremos saber lo que hay allí.


Al gran público le interesa saber algo de Dios, allí en el Cielo, ya que es el anfitrión, pero interesa mucho más saber sobre nosotros mismos: ¿veremos a nuestros difuntos?, ¿qué aspecto tendrán?, ¿qué haremos allí?, ¿qué aspecto tiene?, ¿a qué se parecen los ángeles?


Cuando San Pablo vio el Cielo dijo que...

En 2 Corintios 12, San Pablo, que predicaba a un público ávido de revelaciones místicas y competía con otros predicadores muy dados a las visiones celestiales, por primera y única vez accede reticentemente a hablar de su experiencia mística en el Cielo. "Sé de un hombre en Cristo, que hace catorce años - si dentro del cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado hasta el tercer cielo" (dice refiriéndose a sí mismo, a algo que le pasó hacia el año 40 siendo predicador "novato" en Antioquía). “Y sé que ese hombre - si dentro del cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado al Paraíso”, continúa. Y aquí es donde todo el público espera que explique las maravillas que vio en esa morada celestial de los santos y los justos.


Pero Pablo, en vez de dar detalles, dice simplemente que allí sólo “oyó palabras inefables, que el hombre no puede pronunciar”. Parece que no vio nada: sólo oyó, y lo que oyó, no se puede ni explicar. Y además, para no engreirse, añade, Dios le otorgó un "aguijón de la carne" (probablemente un dolor físico o enfermedad) para mantenerle humilde. Y predicar la Cruz, no maravillas celestiales.


Teresa y Juan de la Cruz

Un gran místico y poeta como San Juan de la Cruz, aunque en su “Cántico Espiritual” aporta muchas citas bíblicas sobre lo delicioso que es el Cielo, al hablar de su propia experiencia mística se limita a admitir que sobre el Cielo, aunque “todos los términos excelentes y de calidad y de grandeza y bien le cuadran”, ni siquiera todos juntos son capaces de expresarlo. Nada de detalles ni de imágenes.


Y el viaje de Santa Teresa al Cielo es interesante porque en su autobiografía escribe: “Las primeras personas que allí vi fue a mi padre y mi madre”… y ya no escribe más sobre su familia. Hablar de reencuentros humanos no le interesa, y enseguida va a lo que importa: Dios, la unión con Dios, el Dios que llena la eternidad y quiere llenar a Teresa también. “Sólo Dios basta”.


Pero la gente de la calle no quiere saber mucho sobre Dios –ya se entiende que Él está bien allí- sino sobre los seres queridos, perdidos y reencontrados, y sobre nuestras relaciones personales.


Este es un anhelo humano y comprensible, y cuando la Iglesia no lo responde, aparecen otras propuestas –los mormones y los swedenborguianos, por ejemplo- que lo hacen con todo lujo de detalles. Incluso los Testigos de Jehová lo hacen, no tanto con sus textos como con sus deliciosas ilustraciones de niños multirraciales jugando con el león y el cordero en verdes prados. La gente quiere imágenes, y la Iglesia es reticente a darlas, como reticentes fueron Pablo, Juan de la Cruz y Teresa. En la “Historia del Cielo” de McDannell y Lang (Taurus, 2001) recuerdan una cita de Doctrina de la Fe de 1979: “Al tratar de la situación del hombre tras la muerte hay que ser especialmente precavidos ante las representaciones imaginativas y arbitrarias; el exceso en este aspecto es una de las dificultades con las que se encuentra la fe cristiana”.


Hay una lucha de 2.000 años entre el impulso de los artistas de expresar lo inexpresable y la tendencia de los pastores y teólogos por desanimarlos con un “déjalo, si cualquier cosa que hagas se queda corta… y suponiendo que busques expresar a Dios, y no a ti mismo”.


Las películas han de usar imágenes

Pero un niño de 4 años, ¿cómo puede hablar del Cielo si no es con imágenes? Y una película sobre ello, ¿qué puede hacer sino tomar decisiones sobre imágenes? El Islam no puede mostrar con imágenes a Mahoma ni a Dios. Tampoco el judaísmo puede mostrar a Dios con imágenes. Incluso la historia del arte cristiano -Cristo, imagen visible del Dios invisible- ha luchado siempre contra el dilema de dar imagen a lo que “ni el ojo vio ni el oído oyó”. Pero una película tiene que dar imágenes porque una película se hace con imágenes.


Así que la película de “El Cielo es real” empieza con el acto de anti-iconoclastia por excelencia: una niña en un desván pinta un rostro, el rostro de Jesús, con todo detalle, empezando por los ojos. Y al final, el pequeño Colton –en la vida real y en la película- dirá que así era Él, Jesús, que así eran sus ojos. Ojos verdes… como los de sus padres.


(Compárese con Santa Teresa, que en su Autobiografía escribe: “Aunque yo estaba extremadamente deseosa de contemplar el color de sus ojos [de Jesucristo] o su forma, para poder describirlos, no alcancé a verlos y nada pude hacer por conseguirlo”).


Y la imagen de ojos verdes que vio Colton y pintó la niña está accesible a todos en Internet: se llama “Príncipe de Paz” y la pintó con 8 años Akiane Kramarik, impresionante pintora prodigio, hija de familia no creyente, educada sin religión en Idaho (aunque su madre es de Lituania), pero desde niña pintora “inspirada” de temas espirituales (la web de Akiane, www.akiane.com , agradece la presencia de su cuadro en la película).


Lo sobrenatural y la familia

Decíamos que la gente compra el libro buscando la “guía de cosas interesantes del Cielo” que los santos y la Iglesia se niegan a dar.


Pero en la película los espectadores buscan que les cuenten una historia, un conflicto. El director ha dicho que al público no religioso lo que les interesará es la historia de un padre que lucha por mantener unida su familia ante la llegada de lo sobrenatural e incomprensible.


La primera intriga es: ¿realmente pasa algo sobrenatural? La película aprende de filmes anteriores, que buscan respetar tanto al público cristiano como escéptico, como “El exorcismo de Emily Rose”(2005) o “El Tercer Milagro” (1999) que hay que dosificar poco a poco las revelaciones sobrenaturales y que hay que mantener la posibilidad hasta el final, o casi hasta el final de que haya una explicación naturalista para todo. Eso mantiene atento al espectador.


Como apunta una psicóloga no creyente, ¿acaso no es el Cielo que ve el pequeño Colton igual que su parque de juegos preferido? ¿No encuentra a Jesús en un espacio idéntico a la parroquia wesleyana que conoce?


Pero, por otra parte, Colton va dejando caer conocimientos que no podía tener, sobre su abuelo muerto y su hermanita que no llegó a nacer… y en ese conocimiento hay sanación para la familia.


La segunda intriga es la familiar, aunque al público español le costará más empatizar con ella. Se trata de una familia genial: el padre no sólo es pastor y predicador, sino bombero, entrenador de lucha grecorromana, empresario de puertas mecánicas… A cualquier hora puede ser llamado para confortar a un moribundo, o apagar un incendio, y su economía siempre es algo precaria. Hay que señalar que aunque en el libro el pastor Todd confronta continuamente las visiones del niño con los textos bíblicos, en esta película no se cita la Biblia casi nunca. El pastor consulta Google muchas veces, pero apenas consulta la Biblia.


La esposa, Sonja, sabe que ese es el ministerio de su marido y lo tiene perfectamente bien encajado en su vida: ella dirige el coro parroquial, atiende parroquianos, cuida los niños, intenta cuadrar la economía familiar…Son esposos siempre cariñosos y encantadores, con una sana vida de pareja y sin beaterías extremas. A veces cantan cosas irreverentes como “We will rock you” en el coche. Son cristianos sinceros y entregados, aunque no les vemos bendecir la mesa, quizá para no acumular “cosas cristianas” en el metraje.


Cuando Colton empieza a hacerse famoso con su viaje al Cielo y eso empieza a afectar a la situación pastoral-laboral de su padre, Sonja se quiebra, llora, protesta. Aquí es donde el espectador español tendrá más dificultades en empatizar. Sí, todos tenemos experiencia de tener que atender demasiadas cosas y que además nos caiga “otra más”… pero ¿acaso no se ha casado ella con un pastor, no comparte a su marido con la feligresía, los enfermos y moribundos y con Dios desde hace años? ¿De qué se queja de repente? El espectador pensará que “va con el sueldo”.


Hermosísima fotografía


Por lo demás, la película, que dura una hora y cuarenta minutos, no se hace pesada -para adultos- en ningún momento. La fotografía es hermosísima y también ella nos habla del cielo, con sus campos inmensos y media pantalla ocupada de azul. La luz de los atardeceres es especial y evocativa.

Colton y su hermana están muy bien representados por sus pequeños actores, que los hacen entrañables. El ritmo es a la vez ágil en la trama y sosegado en el tono.


No hay nada que no pueda ver un niño, pero a la mayoría les aburrirá algo. En ReL hemos hecho la prueba de verla con un niño de 10 años bastante paciente y reflexivo: lo que más le gusta es cuando la hermana da un puñetazo a unos matones en el colegio; al final ya estaba cansado.





Se puede decir que es una película que recoge mucha belleza: la belleza de la tierra, de la naturaleza, del amor familiar, del amor de hombre y mujer, de la comunidad fraterna…

¿Y qué pasa con el Cielo?

¿Y del Cielo? Pues del Cielo…¡no hay mucho! La “guía de visita celestial” es el libro, no la película. Hay sólo 3 escenas “celestiales”: los ángeles no son muy impresionantes, Jesús tampoco. Más tierno, y sanador, es el encuentro con la hermanita fallecida antes de nacer, en el jardín de juegos celestial. La película, sabiamente, prefiere centrarse en lo terrenal.


El gran éxito vivencial de “El cielo es real”, tanto del libro como de la película, es que vuelve a poner el Cielo en el pensamiento popular. La nota de Doctrina de la Fe de 1979 pedía ser “precavidos ante las representaciones imaginativas y arbitrarias y el exceso”, pero hoy lo que la mayoría de cristianos, practicantes o no, sufren no es el exceso, sino la escasez, y no ya de representaciones imaginativas y arbitrarias, sino de la mera mención del Cielo.


Si no se predica un Cielo cristiano, la gente sustituirá el hueco con un cielo pagano o new age o un vago “fundirse con el cosmos” que en realidad consuela bastante poco (porque las personas lo que de verdad desean es reencontrarse sanadas y tener relaciones personales sanas, de amor, y para siempre).


El Cielo católico, lleno de santos, de familias, de relaciones, sigue siendo tan atractivo como antaño. Incluso el muy metodista reverendo Burpo en el libro comenta, ante preguntas de amigos católicos, que “Colton vio a María, la Madre de Jesús, arrodillada ante el trono de Dios y otras veces la vio de pie junto a Jesús. Ella lo sigue amando con amor de mamá, dice Colton”.


Quizá no todos los detalles teológicos de Colton sean exactos, pero que el Cielo es real e implica la relación con Dios y con las personas, y que eso ilumina nuestra vida ya en la tierra, es algo que la película nos ayuda a recordar. Porque si el Cielo es real –y esto es la gran revelación- ¿no viviríamos de otra manera en la tierra?



No hay comentarios.

Con tecnología de Blogger.