Francisco, en Santa Marta, explica cuándo la riqueza genera corrupción: cuando no se comparte
El Papa ha comentado el pasaje del joven rico que quiere seguir a Jesús. El joven se queda triste cuando Jesús le pide que venda sus riquezas. De golpe, “la alegría y la esperanza” en ese joven rico desaparecen, porque no quiere renunciar a su riqueza.
Por eso, el Santo Padre ha señalado que “el apego a las riquezas está en el inicio de todo tipo de corrupción, por todas partes: corrupción personal, corrupción en los negocios, también en la pequeña corrupción comercial, de esa que quita 50 gramos al peso exacto, corrupción política, corrupción de la educación…”.
Y ¿por qué?, se ha preguntado. “Porque los que viven apegados a los propios poderes, a las propias riquezas, se creen en el paraíso. Están cerrados, no tienen horizonte, no tienen esperanza. Al final tendrán que dejar todo”.
Asimismo, ha explicado que “hay un misterio en la posesión de las riquezas”. “Las riquezas tienen la capacidad de seducir, de llevarnos a una seducción y hacernos creer que estamos en un paraíso terrestre”, ha observado. Sin embargo, ese paraíso terrestre es un lugar sin horizonte, ha indicado el Papa.
“Vivir sin horizonte es una vida estéril, vivir sin esperanza es una vida triste. El apego a las riquezas nos entristece y nos hace estériles”, ha precisado.
Y ha explicado que utiliza el término “apego” y no “administrar bien las riquezas”, porque las riquezas son para el bien común, para todos. Y si el Señor se lo da a una persona es para que esa persona lo haga para el bien de todos, no para sí mismo, no para que lo cierre en su corazón, que después con esto se hace corrupto y triste, ha advertido Francisco.
Y así ha proseguido señalando que las riquezas sin generosidad “nos hacen creer que somos poderosos, como Dios. Y al final nos quitan lo mejor, la esperanza”.
Para finalizar, el Pontífice ha recordado que Jesús indica en el Evangelio cuál es la forma justa para vivir una abundancia de bienes: “la primera bienaventuranza: ‘bienaventurados los pobres de espíritu’, es decir, desprenderse de este apego y hacer que las riquezas que el Señor le ha dado sean para el bien común. La única manera. Abrir la mano, abrir el corazón, abrir el horizonte. Pero si tienes la mano cerrada, tienes el corazón cerrado como ese hombre que hacía banquetes y llevaba vestidos lujosos, no tienes horizontes, no ves a los que tienen necesidades y terminarás como ese hombre: lejos de Dios”.
(Texto de Radio Vaticano traducido y adaptado por ZENIT)
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