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Cambiar la ley para no tener que convertirnos. Crisóstomo

Este es el postulado postmoderno mejor recibido socialmente. Si queremos seguir haciendo lo mismo de siempre, pero que no lo parezca, cambiemos las referencias. Por ejemplo, si queremos destruir la familia lo más sencillo es vaciar de significado la palabra matrimonio, hacer los hijos pierdan los vínculos con sus padres o incluso, impidiendo que nazcan de forma criminal. Todo esto se puede llamar igualdad de derechos reproductivos y de género. Se puede crear un derecho artificial que apoye esta destrucción, haciendo posible que quien discrepe sea castigado. Castigos que ya se dan en diversos países y que cada vez son más frecuentes. 

Cristo no vino a cambiar la ley. La ley es la ley de Dios, el sentido que Dios dio a cada criatura creada por Él. Sentido que es un regalo de inmenso valor, ya que está ligado al ser, para hacer posible la trascendencia. Si el ser se puede transformar o entender según la visión de cada uno de nosotros, carecemos de todo sentido. Como decía Sartre: “La vida es una chispa entre dos nadas”. ¿Qué sentido tiene una chispa que parte de la nada y termina en la nada?


Preguntarás ¿cómo es que Cristo no abroga la Ley y los profetas? ¿cómo cumple y consuma la ley y los profetas? Consuma los profetas, porque todo cuanto ellos dijeron de El, El con sus obras lo confirmó. Y por esto el evangelista Mateo, tras de cada uno de sus hechos, añade: “Para que se cumpliera lo dicho por el profeta.” (…) 

Y en cuanto a la Ley, la cumplió no de un modo ni de dos, sino hasta de tres. Lo primero, no traspasando los preceptos legales. Así lo testifica delante de Juan el Bautista que ha cumplido toda la ley cuando le dice: “Conviene que cumplamos toda justicia.” (Mt 3,15) Y a los judíos les decía: “¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?” (Jn 8,46) 

En segundo lugar la consumó en cuanto que todo lo que hizo lo hizo por nosotros. Porque ¡cosa admirable! no sólo cumplió con la ley, sino que nos dio el poder nosotros cumplirla. Así lo declara Pablo con estas palabras: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree.” (Rm 10,4) Y también dice que condenó en sí el pecado, “para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, los que no andamos según la carne.” (Rm 8,4) Y todavía: “¿Anulamos pues la ley con la fe? No ciertamente, antes la confirmarnos.” (Rm 3,31) La ley procuraba hacer justo al hombre, pero no tenía fuerzas. Por esto Cristo al venir introdujo un modo de justicia que es por la fe, y así confirmó la voluntad de la ley. Lo que ésta no pudo con la letra, él lo llevó a cabo mediante la fe. Y por esto dice: “No he venido a abrogar la ley.” 

Si alguno cuidadosamente examina, encontrará un tercer modo con que Cristo consumó la ley. ¿Cuál? Mediante los preceptos que iba a dar. Porque no eran abrogación de los anteriores, sino una ampliación y cumplimiento de ellos. (San Juan. Homilías sobre el evangelio de San Mateo, 16) 

Tristemente, el positivismo, el existencialismo y el relativismo han anidado en la Iglesia y ahora nos vemos sometidos a vientos destructivos de proceden de muchas y diversas partes. Nada parece ser sólido, porque hasta los dogmas se postulan como elementos líquidos que pueden adaptarse a lo que estimemos en cada momento. 

Se llega a despreciar el sustrato material como intrascendente para “lo humano”, dando lugar a que “lo divino” quede relegado al espacio de los mitos. Si lo divino es un mito o está tan lejos que no tenemos acceso, “lo sagrado” deja de tener sentido. Nada relaciona lo humano y lo divino, por lo que los símbolos y hasta las mismas parábolas de Cristo, sólo son cuentos carentes de coherencia y consistencia. La religión se dice que es creación humana y que es prescindible. 

Pero Cristo no vino a quitar una sola coma de la ley. ¿Por qué? San Juan Crisóstomo nos indica tres razones. La más evidente es que si Cristo hubiera venido a cambiar la ley, la misma ley no sustentaría al mismo Cristo. Quien quita el suelo que le sostiene, está destinado a caer al vacío. Esto es lo que nos ofrecen hoy en día como solución a nuestros “problemas” con la fe. 

La parábola de la casa que se construye sobre arena y la que se construye sobre roca es maravillosa, porque evidencia esta tendencia humana instigada por el maligno. Construir sobre arena es más sencillo, rápido, creativo y motivador. Construir sobre roca es pesado, trabajoso y hasta mal visto. ¿Mal visto? 

Quien construye sobre roca se le tacha de “fundamentalista”, “ultra”, “neandertal”, “anticuado” y cientos de linduras parecidas. Quien construye sobre roca se le ve como elitista y nada igualitario. Pocos se sienten cómodos cuando comparan su casa sobre arena y la que otra persona ha construido sobre roca. Esta diferencia no se comprende como diversidad, sino como un comportamiento segregador y prepotente. En el mejor caso se tolera con desprecio y en el peor el martirio se convierte en la única salida. 

 La ley se interpreta como esclavitud, pero Cristo la ha convertido en liberadora, al igual que la cruz. Ahora nos toca a nosotros decidir si tomamos la cruz y la ley para ser libres o la olvidamos para permanecer siendo esclavos. Nosotros decidimos.

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (Mt 16, 15)
 

@NestorMN

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