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El hospital más cercano y la primera escuela

El hospital más cercano, la primera escuela, el grupo de referencia de los jóvenes, el mejor asilo para los ancianos, la pequeña iglesia, el espacio donde se aprende a convivir. Esto es lo que el papa Francisco ha dicho sobre la familia, ante un millón de personas en Quito, durante el viaje que ha realizado la última semana.

Es el hospital más cercano, porque cuando uno está enfermo, es ahí donde se le cuida, mientras es posible. Es la primera escuela para los niños, porque es ahí donde se aprende, además de la lengua con la que hablaremos de por vida, el conjunto de valores y virtudes con las que podremos hacer frente a los problemas que nos depare la existencia. Es el grupo de referencia para los jóvenes, porque es ahí donde se descubre y aprende qué es el verdadero amor. Es el mejor asilo para los ancianos –nosotros diríamos la mejor “residencia”- porque en ninguna otra parte se nos trata con el mismo afecto, cordialidad y estima. Es la pequeña iglesia, porque ahí se transmite la fe, se enseña a rezar y se descubre a Dios y a los demás, con la misma naturalidad con la que el agua mana de la fuente. Es el espacio donde se aprende a convivir, porque ahí aprendemos a decir “gracias”, como expresión sincera de que valoramos lo que se nos hace, y a pedir “perdón”, cuando hacemos algún daño o nos peleamos.

Este gran canto a la familia, no es un canto narcisista que ignora los problemas y las dificultades. El Papa sabe que, en tantas ocasiones, a nuestras familias les sucede como a aquella pareja de recién casados en Caná de Galilea. No tienen vino. El vino de la alegría y del amor. “¡Cuántos adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no hay ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se escurrió de su vida. Cuántos ancianos se sienten alejados de la fiesta de sus familias, arrinconados y sin beber el amor cotidiano de sus hijos y nietos!” Y cuántas familias a las que les falta trabajo, pasan por enfermedades y situaciones problemáticas.

Todo esto está ahí. Forma parte del paisaje de la familia actual. Pero estas sombras no sólo no destruyen su grandeza sino que la resaltan. Sucede lo mismo que cuando una nube cubre momentáneamente el sol de mediodía: sirve para que echemos más en falta su ausencia y lo valoremos más cuando reaparece. Esas sombras sirven también para que “dejemos nuestras familias en la manos de Dios, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones son también preocupaciones de Dios”.

Por todo esto, la familia “constituye la gran riqueza social” que otras instituciones no pueden sustituir. Ni el Estado, ni los partidos políticos, ni los sindicatos, ni las instituciones intermedias, ni la Iglesia, ni nadie. Dios ha hecho que la familia sea el cimiento sobre que se levanta el edificio de todas las demás sociedades humanas y el mismo Estado. En consecuencia, cuando el Estado ayuda a la familia no le da “una limosna” sino que cumple con una verdadera “deuda social”. El Estado debe sentirse orgulloso de “ayudar y potenciar” a la familia para que puede cumplir su misión irreemplazable. Cuando el Estado cumple con estas obligaciones realiza un altísimo servicio al bien común y justifica su razón de ser.

El canto del papa Francisco a la familia en Quito concluyó abriendo una gran ventana a la esperanza. Lo dijo con una frase muy bella y en referencia a lo acontecido en la boda de Caná de Galilea: “el mejor de todos los vinos está por ser bebido, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir”. Ese “vino de gran reserva” que está por venir es éste: “el tiempo donde gustemos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubran el espacio que compartimos y los mayores estén presentes en el gozo de cada día”.

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