Estuvo en tres guerras
Vino al mundo a las 7 de la mañana del día 30 de enero de 1898, en la vallisoletana villa de Bola- ños de Campos. Sus progenitores, Ricardo Hernán- dez y Vicenta Collantes, eran pequeños labradores. Indalecio es su único hijo. Cuando se plantea a los
11 años su vocación al sacerdocio y consiguiente en- trada en el seminario, la carga económica que se avecina para la familia es severa. El padre no quiere
. En 1922, el Padre In- dalecio será uno de tantos jóvenes curas seculares que marcharán al teatro de operaciones marroquí para ejercer allí voluntariamente su sagrado minis- terio. Hay dudas sobre la unidad en la que real- mente prestó servicio, aunque algunas fuentes apuntan a que
estuvo en el Regimiento de Alcán- tara y en la plaza de Melilla atendiendo el Colegio de los H.H. de las Escuelas Cristianas. Sabemos que durante casi 3 años no disfrutó de permiso alguno en la Península, a pesar de disponer para sí de 25 días al año. No quiso separarse de sus soldados, si no atenuar con su presencia permanente la parte más cruda de la guerra hispano–marroquí: el su- frimiento físico y moral que atenaza a los que mue- ren en tierra extraña, lejos de los seres queridos.
El padre de Indalecio tiene la suerte de que le toque la lotería por lo que, junto con el dinero ahorrado, regresa a España. Indale- cio puede así continuar con sus estudios eclesiásti- cos en la rectoría de Villacarralón, donde cursó la- tín, y en el Seminario de Valderas, provincia de León, donde hizo los cursos de Filosofía y Teología. Fue a este seminario porque Bolaños pertenecía en- tonces a la diócesis de León. Sus oponerse a la inclinación religiosa de su vástago y, como tantos compatriotas, emigra a Cuba. Allí padres viven algún tiempo en Valladolid capital, en la calle Alonso Pes- quera. Indalecio recibe las órdenes clericales meno- res –exorcitado y acolitado–, luego el subdiaconado, siendo ordenado de presbítero el 21 de mayo de
1921. Seguidamente celebró su primera misa en Va- lladolid. Sin embargo, al estar incardinado en la dió- cesis vecina de León su primer destino de cura es en la montaña de Riaño
como ecónomo de Sala- món. En noviembre de
1921 tiene que presen- tarse en la Caja de Reclu- tas de Valladolid al ser llamada su quinta. Cum- ple con el formalismo de la jura de bandera, se le reconfirma la licencia ili- mitada del Ejército dada su condición clerical, y regresa a su parroquia, aunque durará en ella po- cos meses.
11 años su vocación al sacerdocio y consiguiente en- trada en el seminario, la carga económica que se avecina para la familia es severa. El padre no quiere
. En 1922, el Padre In- dalecio será uno de tantos jóvenes curas seculares que marcharán al teatro de operaciones marroquí para ejercer allí voluntariamente su sagrado minis- terio. Hay dudas sobre la unidad en la que real- mente prestó servicio, aunque algunas fuentes apuntan a que
estuvo en el Regimiento de Alcán- tara y en la plaza de Melilla atendiendo el Colegio de los H.H. de las Escuelas Cristianas. Sabemos que durante casi 3 años no disfrutó de permiso alguno en la Península, a pesar de disponer para sí de 25 días al año. No quiso separarse de sus soldados, si no atenuar con su presencia permanente la parte más cruda de la guerra hispano–marroquí: el su- frimiento físico y moral que atenaza a los que mue- ren en tierra extraña, lejos de los seres queridos.
El padre de Indalecio tiene la suerte de que le toque la lotería por lo que, junto con el dinero ahorrado, regresa a España. Indale- cio puede así continuar con sus estudios eclesiásti- cos en la rectoría de Villacarralón, donde cursó la- tín, y en el Seminario de Valderas, provincia de León, donde hizo los cursos de Filosofía y Teología. Fue a este seminario porque Bolaños pertenecía en- tonces a la diócesis de León. Sus oponerse a la inclinación religiosa de su vástago y, como tantos compatriotas, emigra a Cuba. Allí padres viven algún tiempo en Valladolid capital, en la calle Alonso Pes- quera. Indalecio recibe las órdenes clericales meno- res –exorcitado y acolitado–, luego el subdiaconado, siendo ordenado de presbítero el 21 de mayo de
1921. Seguidamente celebró su primera misa en Va- lladolid. Sin embargo, al estar incardinado en la dió- cesis vecina de León su primer destino de cura es en la montaña de Riaño
como ecónomo de Sala- món. En noviembre de
1921 tiene que presen- tarse en la Caja de Reclu- tas de Valladolid al ser llamada su quinta. Cum- ple con el formalismo de la jura de bandera, se le reconfirma la licencia ili- mitada del Ejército dada su condición clerical, y regresa a su parroquia, aunque durará en ella po- cos meses.
La experiencia africana marcará para siempre su personalidad y su trayectoria posterior, dentro y fuera del Ejército. Puede decirse que en Marruecos nuestro cura se hace más cura y más militar. Rein- corporado a su diócesis, ejerce como sacerdote en localidades de Tierra Campos: Villamol (ecónomo) y Villapeceñil (cura encargado), y a partir de 1928 en Villamuriel de Campos. La situación político–so- cial de España se va deteriorando a partir del ad- venimiento de la II República. Al poco de produ- cirse el Alzamiento cívico–militar del 18 de julio de
1936, decide volver a la guerra. Ni sus feligreses, ni su familia –sus padres ya habían muerto– le detie- nen. Con permiso de su Obispo abandona Villamu- riel para acompañar a las fuerzas sublevadas, y el día 22 de julio causa alta en una de las primeras banderas castellanas de Falange, una columna de voluntarios de procedencia leonesa que entró en lí- nea días después en el «Alto de los Leones», así re- bautizado por los nacionales a raíz de estas opera- ciones. La entrega a su sagrado ministerio en el sector de Guadarrama, es total, sin fisuras: confiesa individualmente a los soldados, imparte en ocasio- nes la absolución colec-
tiva y frecuentemente la Extremaución a los mo- ribundos. Las operacio- nes se estabilizan, y con un altar portátil puede empezar a celebrar la misa en el Puesto de Mando de la bandera ro- tando cada domingo por las posiciones avanza- das. Son meses de duro trabajo; no hurta el cuerpo a las balas esca- bulléndose hacia el segundo escalón, y ello le gran- jea gran popularidad entre los soldados y los falangistas.
En agosto del 37, por orden del Jefe del Servicio Pastoral del Ejército Nacional, el Pri- mado Isidro Gomá, y con la anuencia de la Secretaría de Guerra, el Padre Indalecio marcha a Valladolid para ha- cerse cargo del servicio reli- gioso de la Sección «Flechas» de las Milicias de Falange de segunda línea. Simultanea esta tarea con su participa- ción en la forja de la Organi- zación Juvenil (O.J.). Galva- niza a varios jóvenes falangistas, joseantonianos puros, que toman las riendas de la neonata y maximalista organización. Nombrado Ca-
pellán General de la O.J., hasta el final de la con- tienda y después en la inmediata posguerra, se vuelca con la juventud de la «Nueva España» en la que se deben integrar, como unos más, los hijos de los vencidos. En 1940 se desplaza a Alemania para estudiar el desenvolvimiento de las Juventudes Hi- tlerianas. Ama a sus jóvenes como padre sacerdo- tal y quería por consiguiente que fuesen fuertes, cas- tos, honrados y valientes, como así ha escrito Tomás Salvador. Cuentan el garbo con que les advertía siempre del peligro de las mujeres provocativas:
«chicos, ahí va la serpiente…»2
El 6 de diciembre de 1940, la O.J. se transforma en el FJ. Siete meses más tarde, el
22 de junio de 1941, la gue- rra europea da un giro bru- tal con la invasión de la Unión Soviética
1936, decide volver a la guerra. Ni sus feligreses, ni su familia –sus padres ya habían muerto– le detie- nen. Con permiso de su Obispo abandona Villamu- riel para acompañar a las fuerzas sublevadas, y el día 22 de julio causa alta en una de las primeras banderas castellanas de Falange, una columna de voluntarios de procedencia leonesa que entró en lí- nea días después en el «Alto de los Leones», así re- bautizado por los nacionales a raíz de estas opera- ciones. La entrega a su sagrado ministerio en el sector de Guadarrama, es total, sin fisuras: confiesa individualmente a los soldados, imparte en ocasio- nes la absolución colec-
tiva y frecuentemente la Extremaución a los mo- ribundos. Las operacio- nes se estabilizan, y con un altar portátil puede empezar a celebrar la misa en el Puesto de Mando de la bandera ro- tando cada domingo por las posiciones avanza- das. Son meses de duro trabajo; no hurta el cuerpo a las balas esca- bulléndose hacia el segundo escalón, y ello le gran- jea gran popularidad entre los soldados y los falangistas.
En agosto del 37, por orden del Jefe del Servicio Pastoral del Ejército Nacional, el Pri- mado Isidro Gomá, y con la anuencia de la Secretaría de Guerra, el Padre Indalecio marcha a Valladolid para ha- cerse cargo del servicio reli- gioso de la Sección «Flechas» de las Milicias de Falange de segunda línea. Simultanea esta tarea con su participa- ción en la forja de la Organi- zación Juvenil (O.J.). Galva- niza a varios jóvenes falangistas, joseantonianos puros, que toman las riendas de la neonata y maximalista organización. Nombrado Ca-
pellán General de la O.J., hasta el final de la con- tienda y después en la inmediata posguerra, se vuelca con la juventud de la «Nueva España» en la que se deben integrar, como unos más, los hijos de los vencidos. En 1940 se desplaza a Alemania para estudiar el desenvolvimiento de las Juventudes Hi- tlerianas. Ama a sus jóvenes como padre sacerdo- tal y quería por consiguiente que fuesen fuertes, cas- tos, honrados y valientes, como así ha escrito Tomás Salvador. Cuentan el garbo con que les advertía siempre del peligro de las mujeres provocativas:
«chicos, ahí va la serpiente…»2
El 6 de diciembre de 1940, la O.J. se transforma en el FJ. Siete meses más tarde, el
22 de junio de 1941, la gue- rra europea da un giro bru- tal con la invasión de la Unión Soviética
por parte del Reich alemán. El frenesí antibolchevique impacta de lleno en España, y en espe- cial en las filas del FJ. Pare- cería que su capellán, Inda- lecio Hernández, debería haberse quedado en casa, máxime cuando ya tenía una edad –43 años– y había es- tado en dos guerras. Decide alistarse en la División Azul y acompañar a los centena- res de muchachos del FJ y del SEU que se agolpan ante los banderines de enganche. Se incorpora a la unidad ex-
pedicionaria con el grado de Capellán 2º Provisio- nal. Antes de partir, en la Capilla del Pilar de Za- ragoza alienta a dos millares de voluntarios en su misión de «soldados de Cristo contra el Comu- nismo, y a mayor gloria de Dios». Al llegar al cam- pamento de Grafenwöhr, en Alemania, la Jefatura del Servicio Eclesiástico le encomienda la aten- ción del III Bón. del Rgto. 263º.
No sufrió las grandes caminatas de la marcha de aproximación al frente, porque la Plana Mayor de su Batallón tuvo la deferencia de proveerle de un ca-
pedicionaria con el grado de Capellán 2º Provisio- nal. Antes de partir, en la Capilla del Pilar de Za- ragoza alienta a dos millares de voluntarios en su misión de «soldados de Cristo contra el Comu- nismo, y a mayor gloria de Dios». Al llegar al cam- pamento de Grafenwöhr, en Alemania, la Jefatura del Servicio Eclesiástico le encomienda la aten- ción del III Bón. del Rgto. 263º.
No sufrió las grandes caminatas de la marcha de aproximación al frente, porque la Plana Mayor de su Batallón tuvo la deferencia de proveerle de un ca-
ten sus obligaciones militares. Los falangistas José Mª Gutiérrez del Castillo, destinado en el Grupo de Sanidad, y Luis Aguilar Sanabria, del Grupo de Transmisiones, así lo anotan en sus respectivos dia- rios de guerra. El segundo de ellos escribe, por ejem- plo: «Pobderesje. Domingo 7 de Junio 1942: Visito al Padre Indalecio que está en primera línea. Dice Misa y luego como en su compañía y toda la tarde nos pa- samos hablando, y me confirman los de su Batallón que ha sido un sacerdote y soldado ejemplar»3.
Por su arrojo y valentía en el ejercicio de su mi- nisterio en el frente ruso, recibió la Cruz de Gue- rra española, dos Cruces Rojas del Mérito Militar, así como la Eiserne Kreuz 2.Klasse (la Cruz de Hie- rro, 2ª Clase), y el Infanterie–Sturmabzeichen, el Distintivo alemán de Asalto de Infantería, una con- decoración excepcional en el caso de un capellán.
«cada segundo cae un pepino», según decían los gu- ripas– tuvo que soportar los pertinaces ataques de un enemigo, superior en número, y apoyado por un potente aparato artillero. No le arredraba el fuego y paseaba por las posiciones charlando con su gente y administrando la Penitencia y la Extremaución por doquier. El Puesto de Socorro del batallón se convirtió en el epicentro de su actividad pastoral. Ayudado por el camillero Vivo y otros héroes, ayudó a morir a decenas de voluntarios, dándoles sepul- tura católica casi con sus propias manos. El fuego enemigo era muy intenso y no pocas veces la Misa fue interrumpida al peligrar la integridad de los asis- tentes. En la retirada de la «Cabeza de Puente», en la madrugada del 8 de diciembre, hizo meter en una talega tierra de las tumbas de Nilitkino para llevarla a España. El Año Nuevo trajo consigo la ruptura del frente alemán al norte de la División Azul, a cargo del 2º Ejército de Choque soviético. Fuerzas de in- fantería españolas intervinieron en las cruentas ac- ciones de contraataque y de contención de la pene- tración rusa. El Padre Indalecio
batalla de la «Bolsa del Voljov» acompañando al III/263º que hasta marzo de 1942 operó agregado a la 126ª División. Retirada su unidad de «La Bolsa», volverá a entrar en línea para defender un sector del Río Voljov. La castiza estampa del Padre Indalecio resulta celebérrima y legendaria en todos los rinco- nes del frente español. Hace discípulos y amigos, y los que ya lo eran, aun perteneciendo a otras uni- dades, no dejan de ir a verle en cuanto se lo permi-batalla de la «Bolsa del Voljov» acompañando al III/263º que hasta marzo de 1942 operó agregado a la 126ª División. Retirada su unidad de «La Bolsa», volverá a entrar en línea para defender un sector del Río Voljov. La castiza estampa del Padre Indalecio resulta celebérrima y legendaria en todos los rinco- nes del frente español. Hace discípulos y amigos, y los que ya lo eran, aun perteneciendo a otras uni- dades, no dejan de ir a verle en cuanto se lo permi- ten sus obligaciones militares. Los falangistas José Mª Gutiérrez del Castillo, destinado en el Grupo de Sanidad, y Luis Aguilar Sanabria, del Grupo de Transmisiones, así lo anotan en sus respectivos dia- rios de guerra. El segundo de ellos escribe, por ejem- plo: «Pobderesje. Domingo 7 de Junio 1942: Visito al Padre Indalecio que está en primera línea. Dice Misa y luego como en su compañía y toda la tarde nos pa- samos hablando, y me confirman los de su Batallón que ha sido un sacerdote y soldado ejemplar»3.
Por su arrojo y valentía en el ejercicio de su mi- nisterio en el frente ruso, recibió la Cruz de Gue- rra española, dos Cruces Rojas del Mérito Militar, así como la Eiserne Kreuz 2.Klasse (la Cruz de Hie- rro, 2ª Clase), y el Infanterie–Sturmabzeichen, el Distintivo alemán de Asalto de Infantería, una con- decoración excepcional en el caso de un capellán.
llán pues fueron continuos. En los ataques enemi- gos a nuestras posiciones, se le pudo ver siempre donde su presencia era requerida, asistiendo a los heridos y animando a los sanos con su ejemplo y acciones hasta lograr inculcarles su fe y ardor com- bativo. Bajo intenso fuego enemigo de morteros, ar- tillería, antitanques y armas automáticas enterraba los muertos del Batallón con gran desprendimiento de su vida, resultando en ocasiones heridos los sol- dados que le acompañaban lo que no servía de in- terrupción de su sagrada misión. Ha mantenido y mantiene el espíritu religioso dentro del Batallón, ex- cediéndose en el cumplimiento de su deber, ha- biendo sido citado varias veces como muy distin- guido por su conducta ejemplarísima». El General Muñoz Grandes confirmaría que su actuación «fue magnífica, cumple sus deberes maravillosamente, es querido de todo el Batallón al que pertenece y den- tro de su ministerio es difícil hacer más de cuanto él realiza. Por ello creo se le debe conceder la Meda- lla Militar individual, que se merece por su ejem- plar comportamiento». No prosperó el expediente, siéndole denegada dicha condecoración por reso- lución del Ministerio del Ejército en 1948..
El Padre Indalecio se licenció al regresar de Ru- sia en julio de 1942. Con autorización de su Ordi- nario de León, acabó incardinándose en la diócesis de Madrid. Después de un tiempo en la Beneficien- cia Provincial de «San Carlos», se entregó de lleno a su labor pastoral como capellán nacional del FJ. Junto a otros sacerdotes, atendió material, doctri- nal y espiritualmente, a miles de muchachos. Estuvo de capellán en muchos turnos de campamento; es- cribió un devocionario (Hacia Dios. Devocionario y directorio de la Juventud Española); e impartió cla- ses y charlas en la sede Nacional del FJ, en la Es- cuela de Mandos «José Antonio», y en la Escuela de Capacitación Social de Trabajadores del Ministerio del ramo. Siguió colaborando con la Hermandad de la División Azul, llegando a ser Presidente de su Junta Provisional de Gobierno durante los años
1953–1955. Casó a unos cuantos divisionarios, bau- tizó a muchos de sus hijos y laboró incansablemente para que fueran repatriados los prisioneros que aún padecían en el Gulag Soviético.
Falleció en julio de 1960. A parte de sus parien- tes de sangre, su desaparición causó gran pesar en el FJ y en las hermandades divisionarias. Entre mu- chas otras expresiones de cariño que se publicaron por aquellos días sobre nuestro capellán, véase lo es- crito en la revista Hermandad: «El era ayer, muerto, el símbolo vivo de la unidad y de la afirmación de uno de los valores más trascendentes, el realizador de la gran virtud del sacrificio, de la lealtad de una inmu- table línea de conducta que sólo se dirigió al servicio del deber. Desde los más humildes a los más podero- sos, todos cuantos conocían al Padre Indalecio le re- sumían en estas palabras: era un santo y era un hé- roe» Los reconocimientos públicos y las medallas no garantizan la categoría de la persona que los recibe, pero algo indica que al Padre Indalecio le fueran concedidas 21 condecoraciones militares.
Por su arrojo y valentía en el ejercicio de su mi- nisterio en el frente ruso, recibió la Cruz de Gue- rra española, dos Cruces Rojas del Mérito Militar, así como la Eiserne Kreuz 2.Klasse (la Cruz de Hie- rro, 2ª Clase), y el Infanterie–Sturmabzeichen, el Distintivo alemán de Asalto de Infantería, una con- decoración excepcional en el caso de un capellán.
localidad –donde
estuvo también, pues, Llegó a ser propuesto para la Medalla Militar In- en la dividual (M.M.I.) y su Comandante, Ricardo Suá- rez Roselló, que bien sabía de lo que hablaba
puesto que él era poseedor de esta condecora- |
batalla de la «Bolsa del Voljov» acompañando al III/263º que hasta marzo de 1942 operó agregado a la 126ª División. Retirada su unidad de «La Bolsa», volverá a entrar en línea para defender un sector del Río Voljov. La castiza estampa del Padre Indalecio resulta celebérrima y legendaria en todos los rinco- nes del frente español. Hace discípulos y amigos, y los que ya lo eran, aun perteneciendo a otras uni- dades, no dejan de ir a verle en cuanto se lo permi-batalla de la «Bolsa del Voljov» acompañando al III/263º que hasta marzo de 1942 operó agregado a la 126ª División. Retirada su unidad de «La Bolsa», volverá a entrar en línea para defender un sector del Río Voljov. La castiza estampa del Padre Indalecio resulta celebérrima y legendaria en todos los rinco- nes del frente español. Hace discípulos y amigos, y los que ya lo eran, aun perteneciendo a otras uni- dades, no dejan de ir a verle en cuanto se lo permi- ten sus obligaciones militares. Los falangistas José Mª Gutiérrez del Castillo, destinado en el Grupo de Sanidad, y Luis Aguilar Sanabria, del Grupo de Transmisiones, así lo anotan en sus respectivos dia- rios de guerra. El segundo de ellos escribe, por ejem- plo: «Pobderesje. Domingo 7 de Junio 1942: Visito al Padre Indalecio que está en primera línea. Dice Misa y luego como en su compañía y toda la tarde nos pa- samos hablando, y me confirman los de su Batallón que ha sido un sacerdote y soldado ejemplar»3.
Por su arrojo y valentía en el ejercicio de su mi- nisterio en el frente ruso, recibió la Cruz de Gue- rra española, dos Cruces Rojas del Mérito Militar, así como la Eiserne Kreuz 2.Klasse (la Cruz de Hie- rro, 2ª Clase), y el Infanterie–Sturmabzeichen, el Distintivo alemán de Asalto de Infantería, una con- decoración excepcional en el caso de un capellán.
llán pues fueron continuos. En los ataques enemi- gos a nuestras posiciones, se le pudo ver siempre donde su presencia era requerida, asistiendo a los heridos y animando a los sanos con su ejemplo y acciones hasta lograr inculcarles su fe y ardor com- bativo. Bajo intenso fuego enemigo de morteros, ar- tillería, antitanques y armas automáticas enterraba los muertos del Batallón con gran desprendimiento de su vida, resultando en ocasiones heridos los sol- dados que le acompañaban lo que no servía de in- terrupción de su sagrada misión. Ha mantenido y mantiene el espíritu religioso dentro del Batallón, ex- cediéndose en el cumplimiento de su deber, ha- biendo sido citado varias veces como muy distin- guido por su conducta ejemplarísima». El General Muñoz Grandes confirmaría que su actuación «fue magnífica, cumple sus deberes maravillosamente, es querido de todo el Batallón al que pertenece y den- tro de su ministerio es difícil hacer más de cuanto él realiza. Por ello creo se le debe conceder la Meda- lla Militar individual, que se merece por su ejem- plar comportamiento». No prosperó el expediente, siéndole denegada dicha condecoración por reso- lución del Ministerio del Ejército en 1948..
El Padre Indalecio se licenció al regresar de Ru- sia en julio de 1942. Con autorización de su Ordi- nario de León, acabó incardinándose en la diócesis de Madrid. Después de un tiempo en la Beneficien- cia Provincial de «San Carlos», se entregó de lleno a su labor pastoral como capellán nacional del FJ. Junto a otros sacerdotes, atendió material, doctri- nal y espiritualmente, a miles de muchachos. Estuvo de capellán en muchos turnos de campamento; es- cribió un devocionario (Hacia Dios. Devocionario y directorio de la Juventud Española); e impartió cla- ses y charlas en la sede Nacional del FJ, en la Es- cuela de Mandos «José Antonio», y en la Escuela de Capacitación Social de Trabajadores del Ministerio del ramo. Siguió colaborando con la Hermandad de la División Azul, llegando a ser Presidente de su Junta Provisional de Gobierno durante los años
1953–1955. Casó a unos cuantos divisionarios, bau- tizó a muchos de sus hijos y laboró incansablemente para que fueran repatriados los prisioneros que aún padecían en el Gulag Soviético.
Falleció en julio de 1960. A parte de sus parien- tes de sangre, su desaparición causó gran pesar en el FJ y en las hermandades divisionarias. Entre mu- chas otras expresiones de cariño que se publicaron por aquellos días sobre nuestro capellán, véase lo es- crito en la revista Hermandad: «El era ayer, muerto, el símbolo vivo de la unidad y de la afirmación de uno de los valores más trascendentes, el realizador de la gran virtud del sacrificio, de la lealtad de una inmu- table línea de conducta que sólo se dirigió al servicio del deber. Desde los más humildes a los más podero- sos, todos cuantos conocían al Padre Indalecio le re- sumían en estas palabras: era un santo y era un hé- roe» Los reconocimientos públicos y las medallas no garantizan la categoría de la persona que los recibe, pero algo indica que al Padre Indalecio le fueran concedidas 21 condecoraciones militares.
Descanse en paz.
Si nadie lo remedia el padre Indalecio Hernández perderá su calle rotulada en Madrid, por decisión del actual ayuntamiento.
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