Historias conectadas por la Cruz del Apostolado
La Espiritualidad de la Cruz es básicamente participar del sacerdocio de Jesús, ofreciéndonos por la realidad que nos rodea, siendo –como decía el P. Félix- “ante todo contemplativos y después hombres de acción”. En este sentido, el Concilio Vaticano II ha profundizado lo suficiente como para que la Espiritualidad de la Cruz, llegue cada vez a más países y realidades. Lo interesante de la historia que nos ocupa es el impacto que puede producir una persona que se deja hacer y deshacer por Dios. Así como hay liderazgos negativos, centrados en el “yo”, que causan estragos, existen otras formas de liderar a partir de la congruencia y, a final de cuentas, son los que perduran, tomando parte de la eternidad con la que Dios es eterno, porque los hombres y mujeres de fe viven para siempre. El punto es volver a contagiar esa “chispa”, pero tomando en cuenta que –como decía la M. Ana Ma. Gómez- “nadie da lo que no tiene”, primero hay que impregnarse hasta el fondo del espíritu de la Cruz del Apostolado. Se trata de un signo, pero lo importante no es su estructura, sino lo que representa: un programa para que Dios nos trabaje y viva en nosotros. Claro, según la vocación de cada uno. No se pide que el sacerdote viva como laico, ni que el laico viva como sacerdote, sino lograr un complemento, evocando aquella unión de la Santísima Trinidad, pues en la diversidad son un solo Dios. La Cruz del Apostolado lo representa a través de las nubes (Padre), el corazón (Hijo) y la paloma (Espíritu Santo). Todo en perfecta sintonía.
Lo del contagio, podemos trasladarlo a otras espirituales que existen en la Iglesia. Por ejemplo, Sto. Domingo de Guzmán. Su estilo de unir la oración con el estudio en pro de la predicación, hizo que varios jóvenes, como el beato Jordán de Sajonia, se animaran a trabajar el mismo proyecto; es decir, en la Orden de Predicadores. Con San Francisco de Asís pasó lo mismo. Los miembros aumentaban considerablemente. Clara lo dejó todo porque aquel fraile le resultó coherente. Con Concepción Cabrera de Armida, sucedió algo similar. Como casada, animó el papel de los laicos, pero como una mujer con visión sacerdotal, supo poner sobre la mesa la urgencia de formar mejor a los sacerdotes, dándoles lo necesario para alcanzar un grado de congruencia significativo.
La Cruz del Apostolado, que hace las veces de una “radiografía” de la esencia de Cristo Sacerdote y Víctima, fue -y sigue siendo- punto de encuentro entre muchos. Por esta razón, vale la pena darla a conocer en el aquí y el ahora.
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