El «si» de María, ante el «no sé» de hoy
En medio del “no sé”, del agnosticismo, porque muchos tampoco saben si creen o no en Dios, aparece el “si” de una mujer tan antigua como actual: la Virgen María. Cuando supo cuál iba a ser su tarea en la historia de la salvación, del cristianismo, dijo una cosa y se mantuvo en ella en todo momento, a pesar de que no la tuvo nada fácil. De entrada, la acusaron injustamente, al grado que José pensó en abandonarla de un momento a otro. Luego, estando embarazada y tomando en cuenta el transporte tan incipiente de la época, aguantó montada en un burro infinidad de kilómetros. De ahí, buscó un lugar para instalarse con un presupuesto muy pobre y, por si esto fuera poco, tuvo que huir a Egipto ante el peligro inminente que corría su hijo a manos de Herodes. Algunos dirán, “¡vaya vida la que tuvo!”, pero ella no lo veía así, porque estaba construyendo su felicidad en clave de apertura a los demás, al mundo. Bien pudo haberse “salido por la tangente”, claudicar, echarle la culpa a José, pero ella tenía una sola palabra y, además, la había meditado delante de Dios, lo que le daba la certeza suficiente para seguir adelante. Hace falta discernir, pesar y pensar las cosas, guiados por el Espíritu Santo, en la línea de sabernos acompañar por alguna persona con experiencia en la materia, logrando una decisión vital; es decir, existencial.
Una vez que damos el paso definitivo, hay que saber volver a Dios varias veces al día, porque la oración nos cualifica de un modo misterioso y, al mismo tiempo, real. Aunque el trabajo también cuenta, es necesario darse algún momento a solas para profundizar en el Evangelio y, desde ahí, conectarlo con lo que vamos viviendo, disfrutando, descubriendo, trabajando y, en algunos casos, sufriendo. No porque nos guste el dolor, sino para conseguir pasar del “¿por qué?” al “¿para qué?”. Una dificultad bien llevada, sostenida a partir de la oración, se convierte en un área de oportunidad, de entrenamiento, de un aumento considerable de virtudes y habilidades. Si, por el contrario, salimos corriendo cuando la situación se torna algo difícil, faltamos a esa respuesta que un día le dimos a Dios, no por miedo, sino por amor que se hizo convicción. Entonces, como María, ser fieles y hacerlo de un modo creativo, con “chispa”, disfrutando las cosas buenas de la vida, manteniendo el buen humor y, sobre todo, sabiendo que vale la pena continuar hasta llegar a la meta aunque cueste. Si, por ejemplo, aceptamos, luego de haberlo discernido, trabajar en pro de la educación cristiana de los jóvenes, entonces, nos la jugamos por ellos pase lo que pase. Y así en las demás áreas de la vida. La Virgen María, Madre de Dios, es un punto de referencia, clave, humano y accesible.
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