Forcades, Caram y otros
Pero no sólo estas dos monjas van por la vida de novicias del poder, si no que también hay algún que otro cura que sin darse de baja del censo sacerdotal, no pierde ocasión para apoyar a partidos, casualmente siempre de izquierdas. En tiempos de Franco los curas politizados hacían como el cantante Víctor Manuel, el del abuelo minero, ahora comunista desteñido, que entonces entonaba loas al “Caudillo”. ¿Alguien se acuerda del padre Venancio Marcos en Radio Nacional de España? ¿O los obispos procuradores en Cortes? ¿O al mismo padre Llanos en su época azul?
Pero si a más de uno nos parecía mal tanta adhesión inquebrantable de algunos clérigos, no puede extrañar que ahora miremos con recelo a los curas politizados o mezclados con los políticos, y no sólo a las dos monjas del cartel.
¿Quién no recuerda al reverendo Quique Castro, párroco durante años de San Carlos Borromeo, en el barrio de Entrevías (Vallecas, Madrid)? Cura comunista, igual que su sucesor, Javi Baeza. La parroquia fue cerrada por el cardenal Rouco en 2007, si no me falla la memoria, porque aquello era un despiporre “rojelio”, que decía Jaime Camany. Enrique Castro no venía de una familia cualquiera, sino que su padre era general del Ejército del Aire, según me contó Enrique Miret. No sé que será ahora de Enrique Castro, si vive todavía, que así lo deseo, aunque debe tener un montón de años. Como pocos, tantos o más que yo.
Otro que siempre anda mezclado con políticos, pero “siniestros”, es el padre Ángel García, el de Mensajeros de la Paz. El otro día le vi, en TeleMadrid, haciéndose la foto entre Carmena y Carmona. Es decir, entre la abuelita alcaldesa de la capital del Reino y su avalista sociata en el ayuntamiento podemita madrileño, Antonio Miguel Carmona, profesor de ciencias económicas en la universidad San Pablo-CEU. Y eso que parecía un chico formal.
El padre Ángel García, que le gusta chupar cámara más que a un tonto una piruleta, ahora que oficialmente ya no hay tontos ni tal vez piruletas porque tenían mucho azúcar, se le ve con frecuencia en los saraos del puño y la rosa o montando números que dejen en mal lugar a los peperos.
Cuando Enrique Miret me nombró en noviembre de 1982 jefe de instituciones de la Obra de Menores, es decir, de todos los orfelinatos y reformatorios de España, antes de su desguace autonómico, no había terminado de sentarme ante la mesa de mi despacho, cuando ya estaba allí el inefable padre Ángel. A pedir dinero, por supuesto, en lo que al parecer es especialista.
Desde aquel entonces, la imagen del padre Ángel García, me es familiar, porque no dejaba de visitarme a dos por tres siempre con la misma canción: “money”, “money”. Ahora, cuando le veo rondar por el aeropuerto de Barajas, yendo o viniendo de la Ceca a la Meca, me pregunto a dónde va y de dónde viene. Y si le regalan los billetes de avión. Y si está incardinado en la diócesis de Oviedo, o en alguna otra. Y si alguien le controla. Pues no sólo hay monjas que se salen de carril, aunque resulten más mediáticas.
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