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Setenta y cinco años hoy de la famosa entrevista de Hendaya


 
            Sí señores, la famosa entrevista de Hendaya, un episodio de nuestra historia de una importancia que quizás no hemos sido capaces de calibrar los españoles en sus reales consecuencias, como tampoco se calibran adecuadamente esas operaciones policiales que conducen a abortar un determinado atentado que sólo si se hubiera producido habríamos sido capaces de apreciar en su verdadera dimensión.
 
            Sí señores, porque tal día como hoy, es decir, un 23 de octubre, pero del año 1940, hace por lo tanto setenta y cinco años, en la ciudad francesa de Hendaya fronteriza con España, se veían las caras por primera, última y única vez en su vida Adolf Hitler y Francisco Franco, con la evidente e indisimulada intención de negociar si España entraba con el Eje, -y en su caso, los términos en los que lo haría- en la guerra que asolaba Europa y que pronto había de asolar al mundo entero pasando a la historia como “Segunda Guerra Mundial”.
 
            Ríos de tinta se han desbordado a propósito de la entrevista de marras, sobre la que se ha dicho de todo. Si hubiera un poquito más de imparcialidad, de imaginación y sobre todo mucha más calidad y menos paniagüismo en la cinematografía española, hasta deseable sería una buena película sobre el tema (en las actuales condiciones del cine español, no).
 
            Hubo, eso parece un hecho probado, un retraso en la llegada de Franco a la cumbre. Algunos dijeron que no era casual, sino parte de la estrategia para poner nervioso al Führer y derrotarle en la negociación. Otros defienden que se trató simplemente de problemas de infrastructura nada extraños en un país que estaba en guerra sólo dieciocho meses antes… ¡y qué guerra!
 
            Para muchos, Franco pergeñó la estrategia de realizar demandas exorbitantes dirigidas a que Hitler reconsiderara la conveniencia de que España entrara en guerra, una guerra en la que no quería entrar porque de acuerdo con el informe que le pasaría apenas diecinueve días después el que luego sería el delfín del Régimen, el Almirante Carrero Blanco, España nada tenía que obtener de una participación en ella. Para otros, es Franco el que quería entrar y Hitler el que se dio cuenta de que la España depauperada por cinco años de nefasta república y tres de aún peor guerra civil poco podía aportar a la victoria del Eje, y no había porqué repartir nada con ella.
 
            Un testigo de excepción de la entrevista, Ramón Serrano Súñer, a la sazón ministro español de asuntos exteriores, en ese gran programa que era “España en la memoria” que dirigía Alfonso Arteseros, sostenía que simplemente, Franco aburrió a Hitler, el cual bostezó en no menos de quince ocasiones. ¡A saber cuánto de la versión del presumido ex ministro no venía condicionada por su controvertida relación con el dictador que era además, su concuñado! ¡A saber cuanto no había de estrategia en conseguir, precisamente, aburrir al hombre más poderoso de Europa!
 
            Pedro Fernández Barbadillo, en artículo titulado “¿Tuvo Franco un espía junto a Hitler?”, cuya lectura recomiendo a Vds., presenta una teoría de la que jamás había oído hablar, según la cual Franco gozaba de un amigo privilegiado dentro del régimen nacionalsocialista alemán, el Almirante Wilhelm Franz Canaris, que le iba dando las pautas de lo que tenía que hacer en cada momento para conseguir el objetivo que se había marcado de no entrar en la guerra. Cuanto menos sugestivo.
 
            Queriendo o sin querer, España le hizo a los aliados el mejor favor que les podía hacer. Con Hitler en los Pirineos, una posición declaradamente pro-aliada habría brindado al Führer la excusa necesaria para hacer un poquito de blitzkrieg en España y presentarse en Gibraltar, cerrando el Mediterrráneo. Una declaración pro Eje habría acompañado a idéntico resultado. ¿Habría tenido, en cualquiera de los dos casos, la guerra, un desenlace diferente? Eso es historia-ficción. Pero indudablemente la única manera de que la armada alemana no se enseñoreara del Peñón pasaba por la neutralidad (o como se llamó en su día, la no-beligerancia) de nuestro país.
 
            Como quiera que sea, España no entró en guerra: uno de los tres únicos países europeos que no lo hizo. Y como declaró ese simpático personaje que era el presidente italiano Sandro Pertini, socialista él, cuando visitó España con motivo de la final del Campeonato Mundial de Futbol de 1982 que ganó finalmente Italia, “ustedes españoles tienen por lo menos una cosa que agradecerle a Franco: haberles dejado fuera de la Guerra Mundial”. Y D. Sandro sabía de lo que hablaba: había participado intensamente en la resistencia antifascista italiana, y hasta está por conocer todavía la responsabilidad que le cupo en la muerte de Mussolini y su amante Clara Petacci.
 
            Con esta importantísima efemérides me despido por hoy, queridos amigos, no sin desearles una vez más y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos.
 
 
 
            ©L.A.
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