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¿De verdad vivimos en una sociedad tan tolerante como nos cuentan?

 

 
            Les pongo en antecedentes. Ayer les contaba el caso del francés Phillipe Verdier (pinche aquí si no tuvo tiempo de leerlo para hacerlo hoy), héroe ayer cuando era el primero en Francia en anunciar que se casaba con otro hombre, villano hoy por osar “hacerse unas preguntitas” sobre el cambio climático. Y les prometía contarles hoy una teoría que la noticia me suscitaba.
 
            Pues bien, la teoría es la siguiente: por el contrario de lo que todos nos desgañitamos en repetir con machaconería inagotable, no vivimos en una sociedad interesada en el debate, no vivimos en una sociedad convencida de que el progreso se produzca tras escuchar la opinión de todas las personas formadas para emitirla… no vivimos, en suma, en una sociedad tolerante y libre para pensar y para expresarse.
 
            Vivimos, por el contrario, en una sociedad que, simplemente, impone la aceptación de cosas diferentes a las que imponía ayer. Pero igual de estricta, igual de implacable, igual de intolerante, ante la menor discrepancia, ante el que disiente, ante el que se enfrenta a “lo que Dios manda”. Digamos que el espectro de lo aceptable hoy ha cambiado de lugar, lo que produce el espejismo de que somos más tolerantes. Pero la dura realidad es que dicho espectro, con haber cambiado, es mucho más pequeño del que era antaño, y en realidad, desde ese punto de vista, hemos dado un paso atrás respecto de lo que ocurría en épocas no tan lejanas reputadas más intolerantes (porque así lo mandan, igualmente, los que dictan la doctrina “oficial”).
 
            Reconozcamos, para decir toda la verdad, que hoy nadie va a la hoguera por disentir, algo en lo que sí hemos dado un hermoso paso hacia adelante. Pero nunca como ahora, y no de manera casual sino precisamente en la sociedad de los medios de comunicación, han funcionado mejor los mecanismos de la “damnatio memoriae”, y el que discrepa de “lo que Dios manda”, se queda fuera, o como decía aquel lumbreras, “no sale en la foto”. Todos sabemos que es así: en el fondo de nuestro ser, sin ni siquiera atrevernos a reconocerlo para no “irritarles”, todos sabemos que es así. Pero nadie objeta, para que no nos borren del mapa: por eso son tan pocos los que sacan los pies del plato.
 
            Verdier lo hizo, sí. Pero no cuando fue el primer hombre de una cierta notoriedad que anunció en Francia que se casaba con otro hombre, algo que, en realidad, fue muy fácil de hacer porque las cosas como son, no hizo sino navegar con la corriente. Sino ahora que se atreve contra una de las verdaderas vacas sagradas del sistema, una más de las muchas: la del cambio climático.
 
            Y es que amigos, desengáñense: vacas sagradas hubo siempre, y no sólo en la India, también en Europa. Aunque no lleven cuernos ni tengan ubres. Siempre las hubo… y ahora no son menos. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Nos seguimos viendo por aquí.
 
 
 
            ©L.A.
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