Francisco a los luteranos: pedirnos perdón por el escándalo de estar divididos
Estaba previsto que el Santo Padre leería un discurso. Entretanto el pastor de esta comunidad cristiana le pidió dialogar y tres personas: un niño, una señora luterana casada con un católico y una señora que llevaba un proyecto con refugiados, le hicieron su pregunta. Y el encuentro tomó un aspecto informal, pero con temas muy profundos.
Al niño que le interrogó qué le gustaba más de ser Papa, el Santo Padre respondió que era como la comida que a uno le gusta, "aunque después hay que comerla toda". “Lo que más me agrada es ser párroco, pastor” dijo. Recordó le gustaba enseñar el catecismo a los niños, visitar a los enfermos, a los presos. Y confió que “cada vez que entro en una cárcel me pregunto, ¿por qué ellos y yo no?, y allí siento el amor de Jesús conmigo, porque yo no soy menos pecador que ellos.
A la señora luterana casada con un católico le indicó: “Cuando usted se siente pecadora y su marido pecador, vaya delante del Señor y pida perdón, su marido también lo hará, él irá al sacerdote para pedir perdón”. Y “cuando ustedes rezan juntos ese remedio se vuelve fuerte”. También cuando le enseñan a sus hijos quién es Jesús y qué hizo Jesús, sea en idioma luterano o católico, es lo mismo. Recordó que un pastor amigo decía, 'creemos que el Señor que está allí presente, ustedes creen que el Señor está allí presente” aunque haya diferencia en la doctrina. Sobre los sacramentos comunes concluyó: “No osaré nunca dar permiso para ésto porque no es mi competencia, recen y vayan adelante. No oso decir más”.
A la tesorera de la comunidad, empeñada en el proyecto de los refugiados, que sostiene a 80 mamás y a sus niños le recordó dos cosas, la primera los muros: el hombre desde el primer momento es un gran constructor de muros, que separan de Dios, y como en la torre de Babel la actitud es 'Seréis como Dios'. En cambio Jesús invita a lavar los pies, a servir a los más necesitados. Y concluyó “Es feo tener el corazón cerrado. Hoy lo vemos, el drama de París, que menciono mi hermano pastor, Corazones cerrados, también el nombre de Dios es usado para esto”.
Después de la lectura del evangelio, el Santo Padre dejó de lado el discurso que había preparado e improvisó, recordó las malas épocas que existieron entre luteranos y católicos. Recordó que “existieron tiempos difíciles entre nosotros, ¡teniendo el mismo bautismo! Piensen a tantos quemados vivos. Tenemos que pedirnos perdón por ésto, es el escándalo de la división, porque todos, luteranos y católicos debemos elegir. Si es servicio como Él nos indicó, siendo siervos del Señor”.
Explicando que en el juicio delante del Señor contará no lo que sea formal, sino lo que hemos hecho por los pobres, puesto que ellos están en el centro del evangelio. Y se preguntó: “¿Nosotros luteranos o católicos de que parte estaremos, a la derecha o a la izquierda?
Y señaló que “cuando veo al Señor que sirve” pido “que nos ayude a caminar juntos, rezar juntos, trabajar juntos por los pobres, querernos juntos, con verdadero amor de hermanos”. A pesar de que nuestros libros doctrinales sean diversos.
En sus palabras el Papa recordó que la gente los seguía y Jesús enseñaba a los apóstoles, y cuando ellos sugerían cosas equivocadas, como pedir que baje fuego del cielo, él los reprendía; o a la madre de dos apóstoles cuando solicitaba privilegios para sus hijos.
Recordó que en el camino a Emaús, Jesús acompaña a quienes que se escapan de Jerusalén porque tenían miedo. O la parábola del banquete cuando dice 'vayan a los cruces de caminos y traigan a buenos y malos'.
También en la parábola de la oveja perdida, Jesús no hace cuentas y deja a las 99 para buscar a una. ¿Pero qué preguntas el Señor nos hará ese día final?: ¿Has ido a misa? ¿Has hecho una buena catequesis? No. Las preguntas serán sobre los pobres, “porque la pobreza está en el centro del evangelio”.
La elección Él la hará sobre esto: “tu vida las has usado para ti o para servir. Para defenderte de los otros con los muros, o para acoger”.
El Papa al concluir pidió a Dios “la gracia de esta diversidad reconciliada en el Señor, en ese Hijo que vino para servirnos y no para ser servido”.
El Santo Padre se despidió dando su bendición, sin la gestualidad habitual, sino estando recogido con las manos unidas y la mirada baja.
Antes de partir, los evangelistas luteranos le regalaron al Santo Padre una corona de Adviento, con ramas de pino y cuatro velas, deseándole que “Estas luces le acompañan también durante el Adviento” y una cartelera hecha por los niños con manos recortadas y el deseo de cada uno de ellos.
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