Opciones que no ayudan a los necesitados (II)
Entonces, ¿cuál es el problema? Asistir sin enseñar. No se trata de que los pobres continúen siéndolo, pues de otra manera, se cae en un cierto de complicidad con lo que el beato Papa Pablo VI, llamó “estructuras de pecado”. Muchos, al mal interpretar las cosas, piensan que con darle a la liturgia un giro sociológico en los adjetivos, el necesitado sale del problema; sin embargo, la pobreza exige otro tipo de acciones que no impliquen una creatividad equivocada sobre la administración de los sacramentos. La Misa es para todos, ricos y pobres, de ahí que no haya ninguna necesidad de modificar el rito, sino que, a partir de la homilía, el sacerdote sepa iluminar la realidad en cuestión a la luz del Evangelio y, desde ahí, favorecer la solidaridad.
Abrir una capilla en las zonas de exclusión es un acto loable, necesario, pero en torno a ella debe darse un mayor compromiso que impacte en la calidad de vida de las personas, impulsando, por ejemplo, la participación de profesionistas voluntarios que, periódicamente, ofrezcan sus servicios de forma gratuita y, si se logra que la comunidad prospere, a través de cuotas mínimas que hagan valorar a la gente el fruto de su trabajo. El punto es acompañar para poder enseñar y, por supuesto, aprender de la fe de las personas del lugar, pues también tienen una palabra significativa que decir.
Para concluir, el asistencialismo, al comenzar, es necesario, pero debe madurar hasta dar paso a un mayor índice de progreso que sea integral. Lo anterior, libre de ideologías, pues la pastoral debe ser evangélica y no de tipo sociológico, pues aunque la sociología nos sirve para conocer el contexto, debe ubicarse como medio y nunca como fin, pues eso le toca a la fe, a la experiencia de Dios, según el magisterio de la Iglesia.
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