La confesión «sana» y «alegra» y es una escuela para los sacerdotes, dice el penitenciario de Málaga
-La reconciliación es uno de los puntos fuertes del año de la Misericordia. Como canónigo penitenciario, ¿piensa que están preparados los curas para confesar?
-Claro que sí. Yo creo que no hay que enseñar a confesar. Nos hemos estado confesando durante toda la vida y lo que hacemos ahora es, en nombre del Señor, perdonar a los hermanos, lo mismo que nuestros pecados son perdonados por otro sacerdote. La misma experiencia que tenemos de ser perdonados la aplicamos a perdonar. Cada persona tiene su problemática, su edad y hay que darle un consejo distinto. No sirve que a todos los jóvenes se les diga lo mismo y se les ponga la misma penitencia. Hay que hacer un poco de discernimiento, siempre en beneficio del penitente. Yo creo que el confesonario es una gran escuela para los sacerdotes.
-Entonces, es fundamental saber escuchar.
-Es primordial, la prisa no va bien en ninguno de los sacramentos que administramos.
-¿Conocemos el valor de la reconciliación?
-Yo creo que es un sacramento poco valorado. Tenemos tantos maestros y recibimos tantos mensajes, que muchas veces estamos más bien confundidos que orientados. También nos ocurre que consideramos que ya sabemos todo y no necesitamos consejo de nadie, mucho menos de los curas.
-¿Cuáles cree que van a ser los puntos fuertes del Año de la Misericordia?
-Yo creo que son tres. En primer lugar, reconocerse pecador y, desde ahí, pedir al Señor la gracia del arrepentimiento. Sabemos que Dios es el que nos perdona, pero a través del sacerdote. Yo creo que es momento para contemplar la misericordia de Dios, meditar en ella, agradecerla y no perder de vista las palabras de Jesús: tenemos que ser misericordiosos como el padre es con nosotros. Ése sería el segundo punto, somos sujetos de misericordia. Y el tercer punto sería que tenemos que ser testigos y transmisores de la misericordia del Señor, individual y colectivamente, como Iglesia, la madre de la misericordia, maestra y ejemplo de misericordia.
-Don Ildefonso, ¿sana la confesión?
-Claro que sana. No sólo sana, sino que alegra y sobre todo, tras mi experiencia de tantos años de sacerdote, creo que toda persona que se acerca al confesonario sale totalmente distinta. Es más, con un buen propósito y el deseo de ir avanzando, todos mejoramos. También ayuda estar abiertos a la esperanza de reconocer que hemos caído, pero que puede ser la última vez. En definitiva, que sí.
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