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Aportes de la Espiritualidad de la Cruz

Antes de entrar en materia, tenemos que preguntarnos, ¿qué es una espiritualidad católica? Sin duda, se trata de un estilo de vida que surge dentro de la Iglesia y, por ende, responde a una necesidad en sintonía con el evangelio, explicado, no de manera unilateral, sino por el magisterio eclesial.

Así las cosas, ubicamos tres puntos claves: necesidad, evangelio y magisterio. La primera, implica una respuesta. Por ejemplo, en el caso de la espiritualidad dominicana, surge o aparece ante la difusión de las herejías de los cátaros. Entonces, el verbo predicar se volvió un itinerario para vivir y enseñar la verdad, dando paso al diálogo. La segunda palabra, parte del hecho de que todo camino, en el marco de la Iglesia, viene del evangelio que al ser tan rico y profundo, no se agota o termina. La tercera, nos habla sobre el magisterio; es decir, las enseñanzas que orientan la vida de todo católico que quiera tomarse en serio su ser y estar en el mundo. Hay que tenerlo siempre en cuenta para evitar que una espiritualidad se vuelva abstracta, auto referencial, contradictoria o incluso sectaria. Ahora bien, ¿cuál es el rasgo o acento principal de la Espiritualidad de la Cruz? Jesús Sacerdote y Víctima. Se le sigue de modo especial a partir de su sacerdocio, pues es el puente entre Dios y el ser humano en todo el sentido de la palabra. En el Antiguo Testamento, el sacerdote y la ofrenda eran dos realidades distintas. Con la llegada de Cristo, se hicieron una sola, pues “se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios (Hb 9, 14)”. ¿Qué quiere decir esto? Se puso a disposición del proyecto del Padre en favor de todos. La cruz aparece como consecuencia de su “si” afectivo y efectivo. Surgió de modo histórico y concreto el Viernes Santo, cuando Jesús se entregó completamente. Con la resurrección, dio sentido al dolor, pues dejó de tener la última palabra. Por lo tanto, la Espiritualidad de la Cruz, lejos de ser una propuesta triste, reflexiona sobre la esperanza, generando procesos de santidad, personas que hacen de lo ordinario algo extraordinario.

A lo largo de la historia, hemos contado con varios hombres y mujeres que, de una u otra forma, han recordado al mundo la importancia de mirar más allá de lo aparente y superficial, pues Dios implica vivir con sentido. La cruz, desde el realismo que trae consigo el sacrificio de Jesús y la oportunidad que tenemos de trabajar para que más personas lo conozcan, nos despierta y pone en camino. Una de esas personas entrañables que lo han asumido fue la Venerable Concepción Cabrera de Armida (1862-1937). Ella, en el año de 1894, vive una experiencia de fe muy fuerte que la lleva a escribir una frase (o clamor) que vino a convertirse en la síntesis de su vida: “Jesús, salvador de los hombres, ¡sálvalos!”, así como la visión de la Cruz del Apostolado, una proyección de la espiritualidad que fue contagiando a muchas personas y que dio lugar a diecisiete instituciones dentro de la Iglesia.

Vale la pena mencionar al menos cuatro aportes concretos que ha traído la Espiritualidad de la Cruz. Todos han estado presentes en la historia del cristianismo, pero nos detenemos en los que han sido reforzados por su labor:

Sacerdocio bautismal: antes de que el Concilio Vaticano II, se ocupara de revalorar el papel de los laicos, Concepción Cabrera de Armida, comenzó a escribir sobre la dimensión sacerdotal (cf. LG, 10) de su vida como mística y madre de familia. Es decir, subrayó la necesidad de poner en práctica el bautismo a partir de lo concreto de la vida, pues Jesús nos volvió “un reino y sacerdocio para Dios, su padre” (Ap. 1,6). Todo parte de imitar a Cristo Sacerdote y Víctima, siendo coherentes en medio del mundo, de la realidad que nos toca vivir, con un marcado compromiso ciudadano, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia.

Relación con el Espíritu Santo: ante un cierto olvido de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, la Espiritualidad de la Cruz, lo presenta como el que acompaña y enseña. Es la “chispa” que hace de la fe una experiencia, un vínculo existencial. Algunas personas, al tocar dicho punto, se confunden y piensan que se trata del movimiento de la Renovación Carismática; sin embargo, son dos espiritualidades metodológicamente distintas, aunque evidentemente dentro de la misma Iglesia. La Espiritualidad de la Cruz tiene como método propio “la Cadena de amor”, prologando la adoración eucarística a las actividades del resto del día.

Dimensión mariana: María, como madre de Jesús Sacerdote, tiene un lugar importante, pues es un modelo a seguir; sobre todo, a partir de la confianza que tuvo en la realización del proyecto de Dios. Se acentúa el misterio de su “soledad”; es decir, cuando acompañó a la Iglesia en los primeros años tras la ascensión de Jesús, siendo un punto fuerte en medio de la confusión del momento. Sobre la Madre de Dios, hacemos nuestra la expresión del Venerable P. Félix de Jesús Rougier: “¡con María todo, sin ella nada!”

Ofrecerse: No se entiende el ofrecimiento como una suerte de negociación con Dios: “quítame para que les des”, sino más bien el poder ofrecer lo que traiga consigo el hecho de optar por Jesús. Sean alegrías o tristezas. Nos ofrecemos a seguirlo, a ser coherentes. ¿Cuál es el fruto? Contagiar a través del ejemplo.

En resumen, la Espiritualidad de la Cruz, permite incidir desde la oración; especialmente, la que se abre al silencio para escuchar la voz de Dios. Pretende mantener el equilibrio entre la fe y su incidencia social en medio de los retos históricos del momento, viendo en la cruz una llamada que interpela a ser conscientes.
 

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