El concepto de un Dios que perdona transforma a la tribu akha: su religión era de aplacar espíritus
Es la escena a la que asiste el Padre Valerio Sala, misionero del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras (PIME), cada vez que visita una aldea de la misión de Mae Suay (diócesis de Chiang Mai), en el norte montañoso de Tailandia.
El Padre Sala está en el país hace seis años, y hace cuatro que se ocupa de las 29 aldeas de tribus akha, que no tienen un sacerdote estable. “Siendo yo solo -relata-, he querido visitarlos a todos para la Navidad, por ende, he comenzado a viajar a principios de diciembre".
Novedad: ¡Dios perdona!
El Padre Sala habla acerca de la novedad que el Jubileo de la Misericodia lleva a su misión. “Para los miembros de la tribu akha, el perdón es una cosa difícil de entender. Ellos vienen de una religión en la cual la vida está sometida a los poderes de los espíritus, que son mantenidos a su favor a través de sacrificios y ofrendas. En las aldeas no existía el perdón y la acogida, regía la ley de la supervivencia. El perdón y la acogida son conceptos que han llegado con el Evangelio".
El misionero da más detalles: "En las familias, por ejemplo, el hijo es útil porque es visto como el cumplimiento de la unión de la pareja, pero luego es una mera fuerza de trabajo. En la familia el vínculo afectivo no es entendido de la manera a la que estamos habituados nosotros. El concepto de un Dios que perdona ha revolucionado su modo de vivir”.
Llevar al Niño Dios a cada aldea
Desde principios de diciembre de 2015 y hasta el 2 de enero pasado, el Padre Sala logró visitar 11 aldeas, algunas de pocas decenas de habitantes, y otras, con algunos cientos.
“El sentido principal de cada visita mía -afirma- es el de recibir al Niño Jesús en cada aldea. La gente se reúne a la entrada del lugar haciendo sonar intrumentos típicos (tambores, instrumentos de percusión tribales), para luego ir, en procesión, hasta la iglesia”.
“La gente – subraya el sacerdote – toca instrumentos típicos que eran usados en ritos ancestrales. Las personas se convierten, pero sigue habiendo signos de su vieja pertenencia, también porque nuestra enseñanza no es renegar de todo, sino transformarlo a la luz del Evangelio”.
Confesiones según los Diez Mandamientos
La procesión con la pequeña imagen del Niño termina en la iglesia, donde los fieles hacen un examen de conciencia.
“El catequista que habla la lengua akha – refiere el misionero– ayuda a los fieles a hacerlo a partir del esquema de los diez mandamientos. Yo escucho las confesiones, y luego celebro la misa, sea de Adviento o de Navidad. Por último, los fieles entonan una oración ante el Niño Jesús, en la cual encomiendan la aldea a Su protección. Después de la oración está el beso del Niño. El beso es muy importante en una cultura como la tailandesa o la akha, en las cuales los símbolos son sagrados. Besar la imagen no es besar una estatua y basta, sino tener ante sí al Señor. Es bello ver cómo los símbolos, aquí, en Tailandia, tienen aún el valor sagrado que en Occidente se ha perdido”.
El único Dios que se hace hombre de verdad
El día de Navidad el Padre Sala celebró dos misas: una en el centro misionero de Mae Suay y otra en el hogar de Assunta, una iglesia en medio del valle. “En la segunda celebración -cuenta el sacerdote – había invitado a una decena de aldeas de las cercanías. Vinieron muchos, eran cerca de 300 personas. Para comenzar el rito de la bienvenida al Niño Jesús, leí el Evangelio de Lucas de la Anunciación, explicando que la invitación a no tener miedo que el ángel hizo a María, nos la hace también a nosotros. Expliqué también que la nuestra es la única religión en la cual Dios se encarna en la humanidad: no porque seamos los mejores, sino porque la finalidad de la religión es ser encarnada en la vida”.
Ante la ausencia de sacerdotes (que van al menos tres veces al año y para los funerales) en las aldeas hay catequistas que ayudan a la población a rezar, sobre todo, los días domingos. “Estas figuras -afirma el Padre Sala- son muy importantes, porque desarrollan la función de diáconos y porque hablan la lengua akha. Yo hablo sólo el tailandés, pero la gente -sobre todo los ancianos- no lo entiende. De esta manera, por ejemplo, los catequistas traducen cada prédica mía”.
No al ritualismo: que Jesús cambie toda nuestra vida
“Lo que buscamos es hacer comprender -concluye el misionero- que el Evangelio debe encarnarse en la vida de todos los días, y no ser relegado a las pocas horas en las que estoy de visita o celebramos juntos las fiestas. Éste es un concepto que les cuesta mucho, porque ellos están habituados al ritualismo destinado a aplacar a los espíritus, y basta. El cristianismo, en cambio, es acoger a Jesús en la propia vida y permitirle cambiarla”.
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