La cabalcutre
Tampoco las cabalgatas previas al Ayuntamiento gobernado por «Podemos» fueron afortunadas. Pero esa distancia con el origen religioso de la fiesta era consecuencia del complejo de inferioridad del Partido Popular. Aún así, fueron Cabalgatas de Reyes avergonzados, no cabalcutres de nada. Después de haber visto la Cabalgata del pasado martes, lamento constatar que el odio a España y sus costumbres y creencias está más infectado que nunca.
Coherente el resultado del espectáculo con el aborrecimiento del niño que no tuvo regalos, bien por la estrechez económica de sus padres –lo cual lamento profundamente–, bien porque a sus padres no les salió de las narices hacer un esfuerzo para iluminar la ilusión de su hijo. De haber sufrido en mi piel y sensibilidad su experiencia, es probable que yo también aborreciera a los prodigiosos Reyes Magos que me hicieron tan feliz. El Niño al que adoraron los Reyes, Jesús de Nazaret, encomendó a Simón Pedro el timón de la Iglesia con anterioridad a su sacrifi cio en la Cruz. La Cruz, ese «símbolo de amor y paz» según lo definió otro Alcalde de izquierdas de Madrid, Enrique Tierno Galván, que además era culto y tolerante. San Pedro era un pobre pescador, y el oficio de San Pedro, la pesca, el mar, es quizá el único lazo de unión entre la cabalcutre y la religiosidad. Al mar lo representó en la cabalcutre Bob Esponja, y algo es algo. Mientras los componentes del grupo folclórico de la India desfilaron y bailaron muy abrigados –un insulto a Ghandi–, una atractiva mujer representó bajo una nube de globos blancos, el paso de la luna. La pobre tiritaba de frío, y miraba desde lo alto a los bomberos de Madrid con singular envidia.
Afortunadamente, antes de que sufriera un episodio de tos, la bajaron, porque Manuela Carmena está en todo. Los aborrecidos –por uno de los pobres «sostenibles» contratados para la gamberrada–, Reyes Magos, están, cuando escribo, en la ilusión y las miradas de asombro de los niños. Y eso es lo que vale. A un Niño adoraron y millones de niños los adoran. Esta chabacanería nada tiene que ver con ellos.
© La Razón
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