La Mater Ter Admirabilis en la vida de Leisner
4. ¡EL MUNDO TIENE QUE SER RENOVADO!
El 30 de julio de 1933, esto es, nueve días después de firmar el Concordato y contrariamente a lo acordado, el jefe de las Juventudes Hitlerianas de todo el Reich prohibió la inscripción simultánea de socio de la Juventud Hitleriana y de una organización confesional. En junio de 1934 se prohibió a las organizaciones católicas de la provincia de Westfalia llevar uniforme y organizar desfiles. Un año más tarde, en junio de 1935, se prohibió a los jóvenes de Münster ir en peregrinación a Telgte. Finalmente, el 23 de julio de 1935 se impuso a la juventud católica, un edicto policial de carácter general, por el cual quedaba prohibida toda actividad que no fuese puramente de carácter eclesiástico-religiosa, en especial las de carácter político, deportivo y de deporte nacional.
Se empezó por difamar sistemáticamente a la juventud católica, insinuando sospechas contra su lealtad nacional. En numerosas diócesis las autoridades exigieron, sin el menor derecho legal, que el clero o los dirigentes laicos entregaran las listas de socios de las organizaciones católicas. Muchas asociaciones católicas juveniles fueron despojadas de sus hogares (como en Kleve), o molestados en sus propios locales, teniendo que trasladarse a otra residencia.
En todo este vendaval, en que se veían sumergidos los jóvenes católicos de Alemania, y tras un nuevo edicto, prohibiendo hacer campamentos en suelo alemán, en 1934 Leisner decidió trasladarse con sus jóvenes a Groesbeeck, en Holanda.
Pronto descubren los holandeses, que observan desconfiados, que ni son nazis, ni miembros encubiertos de la juventud hitleriana y comenzaron a tomarles simpatía. Los estandartes de la juventud católica flamean a pesar de la esvástica y de las camisas pardas. Cuando Carlos María habla de Cristo, y de su Reino en Alemania, los jóvenes no pueden ser dominados, toman a su jefe sobre los hombros y lo llevan a la plaza, donde la juventud hitleriana observa amenazante sin osar intervenir.
Carlos María, reflexiona ante estos sucesos. ¿Llegará a ser él un hombre movido por pura agitación, que sólo es capaz de erigir fachadas?... Contrariamente, decide no bajar la guardia. Se hace un horario espiritual y cuida que las prácticas religiosas regulares no sufran menoscabo. Observa con fidelidad las prácticas que el Movimiento Apostólico de Schoenstatt exige a sus miembros para que el apostolado esté apoyado en un esfuerzo correspondiente hacia la santidad. Cumplió todo esmeradamente y con ahínco, poniéndolo a los pies de la Madre Tres Veces Admirable. La forma de vida schoenstattiana le proporciona una verdadera columna vertebral espiritual.
Fielmente da cuenta todos los meses a su director espiritual[1].
¡El mundo tiene que ser renovado!: esta idea se fue imponiendo con gran fuerza en Carlos María. Poco a poco, la Madre de Dios lo introduce más hondamente en el mundo de su reino de Schoenstatt. Llegará a gritar en sus entrañas:
¡Madre Tres Veces Admirable enséñanos a nosotros, tus caballeros, a luchar y a propagar tu amor, incluso a pesar de nuestros enemigos, para que el mundo por Ti renovado queme incienso a tu Hijo.
La Santísima Virgen quería prepararlo para la gracia de la total inmolación por la juventud. El anhelo arde en su corazón con llamas cada vez más altas, cuanto más fracasa. El poder de la sangre y de los sentidos le asusta. Y así afirma en su diario:
En la lucha estaban frente a frente el tipo débil, pusilánime, sensual, desordenado y el tipo dispuesto a asumir responsabilidades, vinculado a Cristo, esforzado, puro, modesto y leal.
Todavía se siente muy lejos de su meta. En el corazón de Carlos María, postrado ante la Santísima Virgen, se forja un solemnísimo voto: llegar a ser libre de toda servidumbre de los sentidos, sobre lo cual velará sin ansiedad, pero con toda solicitud y esmero, para que la última consagración a la pureza del alma y del cuerpo, permanezca preservada hasta el fin.
De sus labios fluyen las palabras que en la Capillita de Schoenstatt le dieron descanso y tranquilidad en su primera gran tempestad sentimental y que ahora también le proporcionan una poderosa confianza: "Servus Mariae numquam peribit" (el siervo de María nunca perecerá). La Madre cuidará de él... en silencio... sin ser descubierta.
En numerosas ocasiones se habla de Capital de Gracias. El padre José Kentenich acuña esta expresión en el verano de 1915. Entonces habló a los jóvenes cofundadores de Schoenstatt de "contribuciones al Capital de Gracias". Desde entonces los schoenstattianos designan con estas palabras la cooperación humana con la acción divina para que María, la Educadora de la fe, establezca en los Santuarios de Schoenstatt centros de su actividad maternal en la Iglesia.
La vida cristiana entera es materia apta para tales contribuciones, pero especialmente se ofrecen a María la lucha por la santidad y el fidelísimo cumplimiento del deber de estado; todo ello en el horizonte de una solidaridad fraterna y una responsabilidad apostólica, pues el Capital de Gracias es un forma concreta de vivir el misterio del Cuerpo Místico de Cristo. El sabor comercial del término no debería escandalizar. Tiene varios antecedentes en la tradición de la Iglesia.
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