La paz verdadera
La amenaza terrorista atenaza a los países. La vida no se respeta: millones de seres inocentes no nacidos son eliminados violentamente en el seno de sus madres, el «exterminio de millones de niños no nacidos es la eliminación de los seres humanos más pobres» (Benedicto XVI). Este no respeto a la vida, que corroe nuestras sociedades permisivas como un terrible cáncer con metástasis, es un signo gravísimo de inhumanidad, de quiebra moral, exponente de la mayor pobreza como es el expolio y la privación violenta de la vida, y la quiebra moral, y constituye, en consecuencia, una amenaza muy grave para la paz. «Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo –recuerda Benedicto XVI en su Mensaje para el Día de la Paz en el 2008, citando a Juan Pablo II– otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras, viven hoy en condiciones de extrema pobreza... Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armonioso progreso de la comunidad mundial» (Juan Pablo II, citado por Benedicto XVI) .
Éstas y otras múltiples y nuevas pobrezas, así como la crisis económica de la que no hemos salido aún enteramente, unida ésta a otras crisis de más hondo calado y originantes en buena medida de ella, sociales, culturales, de humanidad y del espíritu, son factores que, sin duda, favorecen o agravan conflictos, pueden generar violencia o debilitar la paz verdadera o las fuerzas que se requieren para el establecimiento de la paz fuerte y estable en todos los lugares y para todos los hombres, en todo caso entorpecen el camino hacia la paz justa y auténtica. «Combatir lapobreza, construirlapaz» debería ser un objetivo muy principal en este año 2016, Año de la misericordia, que ahora comenzamos. Un año, por lo demás, el 2016, abierto a la esperanza. Es verdad, como señala el Papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial para la Paz, hoy, que «las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir formas de la que podría llamar una «tercera guerra mundial en fases». Pero algunos acontecimientos de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva del nuevo año, a renovar la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia».
Sin duda, lo que hemos celebrado estos días y su acogida en los corazones de los hombres, es decir, la Navidad, Dios con nosotros, que es amor y misericordia y nos trae la paz y la fiesta que celebramos, el afta nuevo que comenzamos, son una llamada a la esperanza, la esperanza de que la paz es posible, son por una llamada a la paz que necesitamos, también las situaciones que estamos viviendo, algunos acontecimientos acaecidos, señalados por el Papa Francisco en su Mensaje para la Paz de este año, «representan la capacidad de la humanidad de actuar con solidaridad, más allá de los intereses individualistas, de la apatía y de la indiferencia ante las situaciones críticas» y nos invitan a proseguir nuestro camino y mirar adelante con esperanza nueva, que no ignora las dificultades ni niega la oscuridad que nos envuelve y ofusca, porque sabe que Dios está con nosotros, porque Él ya ha tenido piedad y nos ha bendecido, ha iluminado su rostro sobre nosotros en ese rostro humano de su Hijo nacido de María, que nos hace palpar la bondad de Dios, su gracia y su misericordia, y nos ha dado el poder conocerlo como Dios que es Amor, amigo del hombre, que no quiere su destrucción y cuya gloria brilla en la grandeza del hombre, creado y rescatado por Él. Ha aparecido y se nos ha dado en Jesús la salvación que nos libra de la mano de todos los que nos odian. Rey y Dios nuestro, Salvador único de los hombres, al venir al mundo ha levantado y dignificado a todo hombre, se ha hecho semejante a nosotros y nos ha concedido ser semejantes a Él, hijos de Dios, herederos, por voluntad de Dios, de todas sus promesas de amor y de gracia en favor nuestro; Él, naciendo de su Madre María, virgen siempre, ha querido ser ciudadano de nuestro mundo para hacer de nosotros ciudadanos de su Reino, donde reinan la paz y la justicia, habitan el amor y la verdad, se vive eternamente con la plenitud de la vida, se vive en Dios, con Él y para Él en una dicha y en una alegría que nada ni nadie nos puede arrebatar. Jesús, Emmanuel, Dios-connosotros, hijo admirable y príncipe de la paz, nacido de María Virgen, ha concedido ya al mundo entero una paz estable, si se le recibe y se acoge lo que Él mismo trae: trae a Dios, Dios amor, Dios con rostro humano y misericordioso, siempre dispuesto al perdón, trae la verdad del hombre que nos libera de toda esclavitud, trae el amor que nos hace hermanos, que reconcilia y lleva al perdón, y que nos une a todos en una unidad inquebrantable que procede del amor de Dios mismo. Hoy nace un año nuevo, una Luz grande brilla sobre este mundo, y, por la entrañable misericordia y por la gracia de nuestro Dios, esta Luz, Jesús, ilumina a los que lo acogen viviendo en tinieblas y en sombra de muerte, y guía nuestros pasos por los caminos de la paz.
Es necesario vencer la indiferencia, para conquistar la paz: la indiferencia ante el hermano, que es expresión de la indiferencia que se tiene ante Dios. Necesitamos superar esta indiferencia y se edificará la paz; sólo así. Éste es el lema que nos pone él para este año el Papa Francisco en esta Jornada de la paz, que debería ser el lema para todo el nuevo año, sellado por la misericordia: «Vence la indiferencia y conquista la paz».
© La Razón
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