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Quedó sin medalla

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Los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle) de las Comunidades de Zaragoza quieren hacer partícipes a toda la iglesia en Aragón de una feliz noticia: el papa Francisco, a través de la Congregación de las Causas de los Santos, autorizó el pasado 17 de diciembre la promulgación de un decreto en el que se reconocen las virtudes heroicas del hermano Adolfo (Leonardo Lanzuela Martínez). Con este reconocimiento, la iglesia lo incluye en la lista de los venerables.

Nació en Cella (Teruel) el 8 de noviembre de 1894. Sus años de juventud fueron de una intensa búsqueda por saber lo que Dios quería de él. Estudió magisterio en la Normal de Teruel (1913-1916). Le siguieron tres años de servicio militar en Valencia. Su primera oferta de trabajo le vino del colegio San Felipe (hoy museo Pablo Gargallo), en Zaragoza, donde permaneció dos cursos (1920- 1922). Pero algo en su interior le impulsaba a seguir buscando. Personas clarividentes le ayudaron a llenar el vacío que aún sentía. Y así entró en relación con los hermanos de La Salle que regían una escuela en el barrio de Montemolín. No necesitó mucho tiempo para convencerse de que ese era el camino que andaba buscando. El 30 de septiembre de 1922, en Irún (Guipúzcoa), el joven Leonardo tomaba el hábito religioso y, al mismo tiempo, recibía el nombre de hermano Adolfo. Tenía 27 años largos. Su primer destino fue precisamente Zaragoza. A excepción de un curso (1928-29) en Beasain (Guipúzcoa), será en la ciudad maña donde desgranará día tras día toda su vida de apostolado.

Es difícil resumir en unas líneas el itinerario de una vida tan fecunda. Nos puede ayudar el saber que todos los alumnos querían tenerlo en clase. Sus discípulos, hoy abuelos, lo recuerdan emocionados. Educador justo y recto, inclinado a la benevolencia con los tímidos y más necesitados. Muchos exalumnos recuerdan sus acertados consejos. Pasan de 2.000 las personas que pueden contar cómo influyó en su primera colocación. Otros aluden a su breve y alentadora visita cuando se encontraban enfermos. Familias interesadas y párrocos evocan su decisiva intervención ante moribundos reacios a ponerse en paz con Dios.

En 1973 se retiró discretamente a San Asensio (La Rioja) e Irún con gran desconsuelo de sus numerosos amigos. El 13 de marzo de 1976 volvió a Zaragoza -aun sintiéndose algo indispuesto- para recoger la Medalla de Plata al mérito del trabajo que le iban a imponer al día siguiente. Pero Dios tenía otros planes. En la mañana del 14, el enfermero lo encontró difunto. Zaragoza entera vivió una jornada de profunda consternación. Al día siguiente fue enterrado en el cementerio lasaliano de San Asensio. Cuatro años después, el 14 de junio de 1980, sus restos mortales fueron trasladados a la capilla del colegio La Salle Montemolín, donde reposan.

¿Cuál era el secreto del hermano Adolfo? No era otro sino su profunda fe en Dios. Alumnos y exalumnos intuían esa vivencia espiritual intensa y palpaban asimismo su filial devoción a la Virgen del Pilar.

(Hno. Fernando Millán, vicepostulador – Archidiócesis de Zaragoza)


 

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