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San Acacio y los 9999 mártires.



San Acacio de Armenia y 9999 compañeros mártires. 22 de junio.

La leyenda.
En 135, reinando Adriano y su hijo adoptivo Adriano, hubo una rebelión contra el imperio por parte de los habitantes del Éufrates. Se pusieron ambos emperadores al frente de 9000 hombres para presentar batalla a los insurgentes, pero al llegar a Armenia, supieron que los sediciosos eran mil hombres más. Así que mandaron los emperadores sacrificar a los dioses para que estos le fueran propicios a los ejércitos antes de la lucha. Pero un ángel se apareció a los oficiales Acacio, Elíades, Teodoro y Carterio, y les conminó a confesar al Dios de los cristianos si querían obtener la victoria. Preguntó Acacio a los demás "¿Qué dicen, hermanos?" Y los 8999 respondieron a coro: "¡Creemos en el Dios de los cristianos!" y se lanzaron contra el enemigo, al que pusieron en fuga hasta arrinconarlos contra un barranco, por donde se precipitaron y ninguno sobrevivió. Una vez contemplada la victoria, Acacio y los 8999 soldados siguieron al ángel hasta el Monte Ararat, donde este le enseñó la fe y las verdades de la religión cristiana. Para ayudarle en la labor de instrucción, bajaron del cielo siete ángeles que iluminaron a los neófitos durante tres días.

A los tres días, los emperadores se preguntaron donde estarían sus soldados y se encaminaron al Ararat. Al llegar a la base, vieron a todos los soldados en la cima en medio de la nieve. Enviaron exploradores que los hallaron de rodillas, con las cabezas cubiertas de cenizas y durante cinco días no habían comido ni bebido, absortos en las palabras de los ángeles. Bajaron los exploradores y contaron a los monarcas lo que habían visto. Estos escribieron a sus reyes "tributarios" Sagor, Máximo, Adriano, Tiberiano y Maximiano, sobre lo ocurrido: La victoria apabullante, la conversión de los soldados y su retiro en el Ararat; y finalmente pidieron consejo sobre que hacer. Estos reyes, al recibir la carta, sacrificaron a los dioses y los demonios por medio de ellos, ordenaron se castigara y matara a los nuevos soldados de Cristo. Para corroborar que se hiciera, fueron hasta armenia, cinco millones de hombres entre príncipes, magistrados, prefectos, patricios y miles de soldados.

Enviaron los emperadores a mensajeros a la cumbre del Ararat para que los soldados bajaran ante los emperadores. Bajó Acacio con sus compañeros ante Adriano y Antonino. Al verles, Adriano se echó a llorar por perder a sus valerosos soldados. Pero por poco tiempo, pues al componerse, instó a los confesores a sacrificar a los dioses y volver a su lealtad a la religión del imperio, pero se negaron. "Fuera con estos hombres", gritó la multitud. Preguntó Adriano a Acacio "¿Oyes a estos hombres que gritan contra vosotros?" "Sí, los oigo. Pero antes tuve una visión, en la cual vi nueve mil águilas ante las cuales millones de aves huían, pero donde quiera que escapaban, las águilas les daban caza".

Entonces el Antonino dijo, "apedréenles", con lo cual los demás soldados tomaron piedras y las arrojaron contra los 10000, pero las piedras en lugar de hacer daño a los cristianos, cambiaban su trayectoria y golpearon en la cabeza a los funcionarios de los emperadores. Al oír aquello, 1000 hombres de los que habían venido a por ellos, se convirtieron a Cristo y se pasaron al bando de Acacio, completando 10000 cristianos. Entonces fueron condenados por los emperadores a ser crucificados en la cima del monte Ararat. Les flagelaron, les coronaron de espinas y los crucificaron (en zarzas, según algunas versiones). A las doce del día se hicieron las tinieblas y ocurrió un terremoto que se tragó a muchos de los espectadores. Mientras, Acacio oraba a Dios para que todo aquel que hiciera memoria de su martirio, obtuviera por su intercesión la salud del cuerpo, la prosperidad en sus asuntos y la salvación eterna. Cuando el último de todos hubo fallecido, bajaron ángeles del cielo que los descolgaron de las cruces y los enterraron en tumbas diversas y sus reliquias obraron milagros en todo el mundo.

La historia.
No hay que saber mucho para entender que lo que hemos leído antes es una leyenda, y bastante burda. Si la desmembramos, hallaremos bastantes incongruencias, como que Antonino, hijo adoptivo de Adriano, fue asociado al imperio en 138 (no en 135), cuando ya Adriano estaba muy enfermo de hidropesía, y no podría haber ido a guerra alguna. Por otra parte esta guerra es ficción total, pues ni hubo tal revuelta a finales del siglo II, ni consta tal movimiento de soldados a Oriente. Es eso, una invención. La geografía por su lado hace imposible que 9000 hombres suban y bajen a la cima del Ararat tan sencillamente, cuando esta cima está a casi 5300 metros.

Pero aunque pasemos por alto estos errores históricos, que muchas leyendas contienen, hay que decir que antes del siglo XIII no hay la más mínima constancia ni de culto, ni de mención en menologios o martirologio alguno. Las antiguas Iglesias copta o siríaca, incluso la Armenia, Iglesia muy antigua, los desconocen por completo. Ningún hagiógrafo, ni historiador, ni Padre de la Iglesia habla de este "suceso", cuando si hubiese ocurrido algo de tal magnitud, sin duda habría quedado registrado. La primera mención está en el Martirologio de Pedro de Natalibus, en 1371. Y de ahí lo copiaron los demás, sin crítica alguna. Incluso Baronio, al que se le supone cultura y criterio, los añadió sin más a su Martirologio Romano. Los Bollandistas los añadieron solamente para echar por tierra la leyenda.

El origen de esta leyenda se desconoce, pues su pretendido origen de “fue salvada de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría”, donde había sido redactada y guardada por un tal Anastasio el Bibliotecario, que la había dirigido a Pedro, obispo de Sabina. Pero sucede que el verdadero "Anastasio el Bibliotecario" vivió en el siglo IX, y en Roma. Lo que sí se conoce es que se hace popular en el siglo XII, con el auge de las Cruzadas. La "historia" de valerosos soldados que imitan a Cristo en su Pasión (azotes, corona de espinas, cruz) y consiguen la Vida Eterna es un acicate para los cruzados, junto a la más o menos verosímil leyenda de San Mauricio y la Legión Tebana (22 de septiembre).

A más llegaron algunos hagiógrafos españoles, que en siglo XIII hacen a esta Legión de origen español. El Breviario de Compostela les hace ser bautizados por San Hermolao de Toledo, el cual les había acompañado a los que eran cristianos, esto es, a Acacio y los otros que se mencionan. Tamayo, el célebre falsificador escribió, basándose "en documentos muy antiguos", todo el periplo del viaje, martirio y regreso de las reliquias a España, que ya en el siglo XVIII fue desmontado en la célebre "Censura de historias fabulosas", del canónigo Nicolás de Antonio.

El culto y las reliquias.
El final de la leyenda, donde Acacio promete rogar con eficacia por todos sus devotos le dio gran popularidad, y le valió pertenecer al selecto grupo de los Catorce Santos Auxiliares (8 de agosto y viernes posterior al 14 de septiembre), siendo abogado especialmente contra los dolores de cabeza, las persecuciones, y protector de los casos desesperados.

Aunque ya parece increíble que una leyenda tardía haya calado como real, más asombra que tantísimas reliquias hayan comenzado a venerarse en Occidente. La mayor parte se concentra en la catedral de San Vito de Praga, pero las hubo por todos sitios: Italia, España, Francia, Portugal, Alemania, Hungría, Inglaterra. Pero de todas estas reliquias nada se sabía antes del siglo XV, aunque por supuesto, cada una tiene su propia historia de cómo fueron halladas en sus respectivos sitios y trasladadas a Europa. En ocasiones se le confunde con otro santo mártir, San Acacio de Constantinopla (8 de mayo), e incluso con el obispo San Acacio de Melitene (17 de abril).

Fuente:
-"Vidas de los Santos". Tomo VI. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD.

A 22 de junio también se celebra a San Albano de Verulam, mártir.

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