El riesgo de la "hipersensibilidad" espiritual
Los grupos carismáticos, perfectamente avalados por la Iglesia, cuyo aporte ha sido muy significativo, también deben ser conscientes de lo antes descrito, pues aunque indudablemente está Dios en lo que hacen, hay que encauzarlo todo y dar paso al silencio. Cuando falta, la situación puede terminar demasiado centrada en uno mismo. Por ejemplo, Santo Domingo de Guzmán, hacía oración con el cuerpo; es decir, llevaba a cabo ciertos gestos y movimientos según lo que iba meditando; sin embargo, todo aquello se veía fortalecido por largas pausas en las que se quedaba sin palabras frente al sagrario. Eso fue justo lo que le dio validez y, sobre todo, el toque final a su profunda experiencia de Dios que lo llevó a una predicación elocuente, porque tenía contenido.
En el trabajo de los jóvenes, como en cualquier otro campo, hay que evitar la hipersensibilidad. Por ejemplo, el día después de misiones. Casi siempre, llegan afectados –en el buen sentido de la palabra- por las realidades de pobreza y exclusión que vieron a lo largo de la semana, lo cual, a su vez, provoca un deseo de vivir la fe, de asumirla; sin embargo, ¿cómo ayudarles a que no se quede en un arranque emocional? Ante todo, acompañar, dirigir espiritualmente. ¿La prueba? Ayudarlos para que se evalúen al año siguiente, porque no podemos construir procesos de fe que no tengan raíces y esas bases tienen que ver con el silencio, la capacidad de estar en oración sin buscar, en primer lugar, satisfactores. Algunas pseudo espirituales se vuelven negocios porque hacen las veces de una “droga” de experiencias, cuando en realidad la verdadera espiritualidad, identificada con el propio itinerario de Jesús, implica momentos de sequedad. Lo que San Juan de la Cruz explicó en su “noche oscura del alma”. No es que Dios se vaya, tampoco que renunciemos a los apoyos que nos regala, pero se trata de estar por decisión propia y no nada más movidos por un sentimiento de veinte segundos.
Sugestionarse en la oración, produce un giro egocéntrico. Dios sale y entra el “yo” que si no tiene un canto a la mano, ya no sabe cómo relacionarse, pero ¿qué no dijo San Agustín que “el que canta ora dos veces”? Claro que lo sostuvo; sin embargo, nunca hay que olvidar otro de sus dichos: “para ver a Dios es necesario el silencio”. Los católicos no podemos optar por el sentimentalismo exacerbado. Algunos argumentan que hay que hacerlo para “tener más gente”; sin embargo, copiar posturas que no cuadran con el Evangelio, confunde y lleva a la crisis. Por lo tanto, la oración, no es sugestionarse con frases abstractas o diapositivas con paisajes bonitos, sino dejarse encontrar por Dios y confiar en que él sabrá por dónde llevarnos.
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