No los hubiera buscado de no haberme dado clases
¿A poco pensamos que para alguien de la aristocracia francesa como San Juan Bautista de la Salle le fue fácil adentrarse en el mundo de los niños de la calle y formar maestros porque ni siquiera contaba con eso? Evidentemente, no. “Pero fue una respuesta acorde a su tiempo, ahora hay que pensar otra cosa…”, dicen algunos. Es verdad que todo carisma debe actualizarse, pero ¿acaso la escuela, los retos que tienen los estudiantes, no solamente a nivel académico, sino en el campo del desarrollo humano, es cosa del pasado? Hay que pensar otra cosa, pero salirnos para siempre de la docencia, aunque sea para desarrollar otras actividades, no beneficia esas “otras cosas”, porque en el trato diario y respetuoso, maestro y alumno, se da la vinculación para que la formación trascienda. Y, entonces, como aquel joven, sepan acudir a personas de bien –en este caso, maestros- para que les ayuden en sus dificultades y no tomen una salida que pueda hacerles daño. No es facilitarles todo, pero sí mostrar una alternativa al pensamiento dominante que, aunque suene fuerte, tiene muchos elementos que algunos no dudan en llamar “neo-paganos”.
¿Pero si solo hay dos religiosos que están en edad de dar clases? No importa. Aunque den tres horas a la semana, la presencia se percibe y eso permite que la misión sea dinámica. Aunque es preferible que todo el personal sea laico antes que cerrar, lo mejor es aprovechar estratégicamente lo que se pueda de la presencia de la vida religiosa algo que, con toda seguridad, hará surgir vocaciones, siempre y cuando, sepan estar en las áreas clave. Es decir, más allá de los espacios de religión que, aunque son el corazón del instituto, exigen salir e involucrarse en actividades como paseos o copas deportivas. La pastoral verdadera acompaña todos los espacios y no solo los oficialmente religiosos porque en un colegio católico, al buscarse la formación integral, Dios está siempre presente. Algunas veces de forma explícita y en otras de manera implícita.
Ahora bien, lo anterior, no significa que los laicos seamos un “plan B” y que todo el personal deba ser religioso, porque eso limitaría mucho la misión y, además de irreal, haría daño toda vez que la Iglesia no reconoce una, sino varias vocaciones. Lo que aquí se dice, evocando al joven en cuestión, es sumar la presencia –mucha o poca- de la vida consagrada con el aporte de los laicos que siempre serán la parte más numerosa. La fe, ante la vida, es un motor a gran escala. De ahí la necesidad de apoyarse en los colegios para proponerla como herencia en un marco de mejora continua.
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