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Una propuesta para la Conferencia Episcopal


 
            En las ya numerosas ocasiones en las que he estado en Alemania y he frecuentado sus iglesias y sus misas, por cierto las más bonitas entre las que yo conozco, una cosa llamado mi atención por encima de todas. Ya he tenido ocasión de referirme a ellas en más de una ocasión en esta misma columna. Se trata de la cantidad de himnos que se cantan a lo largo de cualquier ceremonia, más de una decena. Todo el mundo los conoce, y todo el mundo los canta y no mal por cierto, lo que no es así ni por arte de magia ni por casualidad: lo es, desde luego, por la esmerada formación musical de los alemanes, pero lo es también y no menos, por la perfecta organización de las misas en el país que evangelizara San Bonifacio.
 
            A la entrada de cualquier iglesia alemana, en una estantería, se amontonan libros perfectamente encuadernados en pasta dura con las partituras de todos los himnos que se pueden llegar a cantar, con casi mil: es el llamado “Gotteslob”, “alabanza de Dios” en su traducción al español. Los edita la diócesis, lo que quiere decir que en cualquier iglesia de la misma, se encuentra uno el mismo libro de cánticos. Algunos feligreses incluso lo compran; otros, los más, lo toman al entrar en la iglesia y al salir lo devuelven a su sitio. Y lo más interesante de todo, algo que habla a las claras del carácter que todos esperamos de los alemanes: durante la ceremonia, un cartel luminoso anuncia en cada momento el número del himno que se va a cantar, y los feligreses lo buscan en el libro y lo entonan con devoción y con calidad.
 
            Pues bien, ¿por qué no implementa la Conferencia Episcopal, o por lo menos y como digo en el título, las distintas diócesis y archidiócesis españolas, una medida semejante en nuestras iglesias?
 
            No es, de ninguna de las maneras, una medida cara, porque hasta la Iglesia tiene que ponderar las medidas en función de su coste económico, claro que sí. Y con muchas ventajas y beneficios, de los que se me ocurren, como poco, tres.
 
            Para empezar, redundaría en la belleza de la liturgia, y con ello, en la afluencia de público a los templos y a las ceremonias litírgicas, ¿o acaso ha dicho alguien que las misas tengan que ser aburridas?
 
            Representaría, en segundo lugar, una nueva contribución de la Iglesia al fomento de la que entre las bellas artes, es, probablemente, la que más en deuda está con Ella (por cierto, lo están todas), la música (pinche aquí para conocer sólo una de ellas).
 
            Y sería, en tercer lugar y por lo que hace a nuestro país en concreto, una manera eficaz de contribuir a la subsanación de la que es una de las grandes carencias y lagunas de la formación individual de los españoles, la musical.
 
            Y todo ello sin hablar de otras muchos beneficios no menos importantes (pinche aquí y conocerá una no poco inesperada).
 
            Bueno, ahí queda la propuesta. Hace falta primero, que alguien en las altas magistraturas de la Iglesia patria llegue a leer este artículo. Y habiéndolo hecho, que se muestre sensible a ella. Sé que el Cardenal Rouco, que hablaba un correcto alemán y recibió buena parte de su formación en Alemania, y más concretamente en la Universidad de Munich donde estudió derecho e hizo su tesis doctoral, era también muy afecto a la música. Imagino que ha de haber muchos otros con parecida afición. En cualquier caso, ahí queda la propuesta.
 
            Y bien amigos, sin más que desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, me despido por hoy una vez más de Vds.
 
 
            ©L.A.
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