De la agenda y los santos
La mayoría de españoles, le pese a quien le pese, lleva nombre de santo. En lo que a mí se refiere estoy contento con el me ha tocado, San Francisco Javier, soldado de Dios, que es lo que quiero ser yo, si bien para opositar a su milicia debo sacarme antes el B-1 de ejercicios espirituales. También le tengo un aprecio especial a San Cristóbal por un abuelo mío camionero que llevaba su imagen en la palanca y a San Blas, que da nombre a un parque en el que fui feliz. Además, le debo favores a Santa Gema y a San Judas Tadeo, así como a San Expedito, Santa Rita y Santa Bárbara, pero no a Cristóbal, Blas, Expedito, Rita y Bárbara, cuya vida y milagros desconozco.
La agenda que utiliza el nombre del santo, pero le quita la peana, el adjetivo, al santo, es tan ridícula como el informe académico que para la datación de un anfiteatro romano alude al año 50 "de nuestra era" en vez de al siglo primero después de Cristo. Más que nada porque si el año 50 "de nuestra era" se corresponde con el siglo primero después de Cristo es porque hasta quienes niegan a Cristo fechan los hechos históricos a partir de su Nacimiento. A ellos les habría gustado que la historia se midiera a partir del congreso de Suresnes o de la acampada del 15-M, pero lo cierto es que una asamblea en Sol dista de ser una epifanía. Les queda la opción de sustituir a Cristo por Bryan, contemporáneo de Jesús, según el evangelio apócrifo de los Monty Python.
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