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El cosaco y el rosario

Cuando Stalin ironizó sobre la magnitud del ejército del Papa alguien debería de haber sugerido al precursor de Podemos que curara a un leproso. O que diera de comer a la muchedumbre hambrienta sin recurrir a un plan quinquenal. O que resucitara a un muerto en lugar de exterminar a un pueblo, el suyo, tan vinculado al martirio. El asesor, probablemente, habría acabado en Siberia, pero ese el riesgo que corre todo buen asesor: acabar en Siberia o en el paro. El buen asesor habría advertido al presidente ruso que Dios no tiene portaviones, pero puede andar por el mar. 
¿Acaso puede un cosaco enfrentarse a un rosario? El cosaco puede acabar con la señora mayor que reza las letanías, pero no con los misterios luminosos. Del mismo modo, los guerrilleros musulmanes que han asesinado a medio centenar de católicos en la misión de Gambo de la República Centroafricana pueden acabar con la vida de los fieles, pero es porque desconocen que la pierden para ganarla. Por eso el obispo de Bangassou, Juan José Aguirre, la voz que clama en el desierto, no pide a la comunidad internacional que bombardee a los integristas, sino que rece para que todo acabe. Bien sabe él que el Padrenuestro es un misil tomahawk tierra/cielo de largo alcance.
En tanto la Iglesia ruega, la comunidad internacional tiene, empero, la obligación de frenar la matanza con el mazo porque a la gente del turbante le da menos miedo un crucifijo que un marine. La acción combinada del Ave María y el desembarco de casco azules garantizaría la seguridad espiritual y física de quienes son perseguidos porque profesan una religión adherida a la alegría del Evangelio, que es la alegría de vivir. No es lo mismo vestir minifalda que burka. Eso lo saben bien las personas evangelizadas, que prefieren las sotanas a las barbas. Me da la impresión de que si no hay misiones musulmanas es porque para un cuello una estola genera menos recelo que una cimitarra.
 

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