El Papa ofrece su cariño y consuelo a los católicos ucranianos en la basílica romana de Santa Sofía
Hacía 34 años que el Papa no visitaba a la comunidad greco católica en Roma, desde que San Juan Pablo II lo hiciera el 17 de octubre de 1984 para celebrar el funeral por el cardenal Josyf Slipyk, fundador de esta basílica.
El Papa Francisco respondió así a la invitación que le realizó su beatitud Sviatoslav Shevchuk, arzobispo mayor de Kiev, y amigo del Papa desde su cargo de arzobispo de Buenos Aires.
Rezar por la paz en Ucrania
“Gracias por su invitación, por su presencia, por su alegría y su acogida. Vine a rezar y a visitarlos, y los invito antes de entrar a hacer una oración por la paz en Ucrania”, dijo el Papa en el atrio de la Basílica.
Tras las palabras del arzobispo ucraniano, el Papa inició su discurso expresando, ante todo, su alegría por este encuentro, agradeciéndoles nuevamente por la acogida y también por la fidelidad que siempre manifestaron “a Dios y al Sucesor de Pedro”, la cual, expresó, no pocas veces “fue pagada a un gran precio”.
Tres figuras clave
En su discurso, el Papa quiso hablar de tres figuras importantes para los católicos ucranianos. El primero es el cardenal Slipyj, que construyó la basílica par que fuese esplendorosa “como un signo profético de libertad en los años en que se impedía el acceso a muchos lugares de culto”. Sufrió mucho y aún así “ayudó a construir otro templo aún más grande y más bello: el edificio de piedras vivas que son ustedes”.
En segundo lugar habló del obispo Chmil, enterrado en dicha basílica y en cuya tumba rezó el Papa y del que dijo que fue “una persona que me hizo tanto bien”. Y en tercer lugar se refirió al cardenal Husar, que fue no sólo “padre y líder de su Iglesia, sino también “guía y hermano mayor de muchos”.
En su discurso, Francisco hizo presente la caridad y la fe de las mujeres ucranianas, muchas de las cuales trabajan cuidando ancianos y niños. A ellas el Papa dirigió un pensamiento especial y agradecido, invitándolas a considerar su trabajo, “agotador y a menudo insatisfactorio”, no sólo como un oficio, sino como una misión. “Ustedes son valiosas y llevan a muchas familias italianas el anuncio de Dios de la mejor manera, cuando con su servicio cuidan a las personas a través de una presencia atenta y no invasiva”, les dijo, y las alentó a llevar el consuelo y la ternura de Dios a quienes en la vida se disponen a prepararse para el encuentro con Él.
"Estoy cerca de ustedes"
Tal y como recoge Vatican News, el Santo Padre manifestó su profunda cercanía al pueblo de Ucrania: “Estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes: cerca con el corazón, cerca con la oración, cerca cuando celebro la Eucaristía. Allí le pido al Príncipe de la Paz para que callen las armas. También le pido que ya no tengan necesidad de realizar sacrificios enormes para mantener a sus seres queridos. Rezo para que la esperanza nunca se extinga en los corazones de cada uno, sino para que se renueve el coraje de ir hacia adelante, de recomenzar siempre”.
Y por último reveló un secreto: “Quisiera también decirles un secreto. En la noche antes de dormir y a la mañana cuando me levanto, siempre me encuentro con los ucranianos. ¿Y por qué? Porque cuando vuestro arzobispo mayor vino a la Argentina, yo pensaba que era el monaguillo, pero ¡era el arzobispo! Hizo un buen trabajo en Argentina. Nos encontrábamos a menudo. Una vez fue al Sínodo, vino a despedirse y me regaló un ícono bellísimo de la Virgen de la Ternura. En Buenos Aires, la llevé a mi habitación y la saludaba cada mañana y noche. Luego tocó a mí venir a Roma, y no poder regresar. Entonces me hice traer el breviario y las cosas esenciales, entre ellas, la Virgen de la Ternura. Cada noche antes de ir a la cama beso a la Virgen de la Ternura y también a la mañana. Así se puede decir que inicio la mañana y la termino, en ucranio”.
A la salida de la Basílica, donde lo esperaba la numerosa comunidad ucraniana, el Papa nuevamente les dirigió sus palabras: “Gracias por su perseverancia en la fe. Sean firmes en la fe, y custodien la fe recibida de vuestros antepasados, y transmítanla a los hijos. Es el don más bello que un pueblo puede dar a los hijos: la fe recibida”.
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