Interviú
Lo bueno de los niños es que no se guían por apriorismos. En aquella infancia a punto de concluir leer simultáneamente a Gabriel García Márquez y Marcía Lafuente Estefanía me permitía hojear a la vez Arriba e Interviú sin tener en cuenta que eran incompatibles. Si consumada la fase crisálida, ya púber, opté por el semanario frente al diario es porque encontré en él lo que buscaba. Y no me refiero al desnudo de Marisol. O sí, pero no por su contribución al erotismo, sino a la historia. Al fin y al cabo, la imagen de Pepa Flores sin blusa certificó el fin de una época y el advenimiento de otra. Si luego la nueva época salió rana no es culpa de quienes la alumbraron.
En el obituario de la publicación no deben faltar loas por su contribución del periodismo de investigación, pero tampoco críticas por su marcado carácter anticlerical, en sintonía con una izquierda mediática que siempre ha responsabilizado a Dios del desenlace de la guerra. En este aspecto, hay que admitir que, como tantos otros periódicos de la transición, sucumbió al cliché. En otros, sin embargo, acertó de pleno. Vuelvo a Marisol. Como Interviú no era una vulgar revista de destape escogió a un mito del franquismo no tanto para que mostrara sus carnes como para que simbolizara la llegada de la libertad. Es decir, no para que el macho ibérico babeara sobre el papel cuché, sino para que el español supiera que lo Suárez iba en serio.
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