Otro carisma irrenunciable
Otro tanto podríamos decir de Martin Luther King, que también empeñó su vida en la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, de forma no violenta, terminando con la segregación estadounidense, en aquel emblemático discurso de “I have a dream”. De esta forma podríamos seguir enumerando otros líderes, como Ghandi, con sus métodos pacíficos, para lograr el reconocimiento y la dignidad del pueblo indú.
Actualmente, los retos a superar que tenemos por delante son tan importantes o más que en los de siglos pasados. Así, ante la mentalidad individualista, egoísta y poco solidaria en la que estamos imbuidos nos lleva a descuidar, cuando no a la indiferencia, a los más abandonados y débiles de la sociedad, abandonándolos a su suerte en los difíciles avatares de la vida. Para poner coto a este desorden, ha tenido que emerger una persona con el prestigio y categoría moral del papa Francisco –no en vano la revista estadounidense “Times” acaba de nombrarle personaje del año 2013, por ser la nueva voz de la conciencia-, que lejos de cualquier ideología política, y mediante su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” –de obligada lectura- insta a todas las personas y mandatarios mundiales a que nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social, sin que sirva la excusa de prestar más atención a otros asuntos, salvo que pretendamos acabar sumidos en la más absoluta vacuidad e infecundidad. El cometido y la responsabilidad a él encomendada le lleva a plantear la necesidad y la urgencia de resolver las causas estructurales de la pobreza, no sólo para obtener resultados y ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna, y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis.
Critica que la solución esté en los planes asistenciales, que sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, y que mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres atacando las causas de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo, y, en definitiva, ningún problema. Para ello, cuenta con la colaboración de todos, y pese a que la política esté tan denigrada, entiende que es una altísima vocación, y una de las formas más preciosas de la caridad, siempre que busque el bien común. De ahí la llamada a los políticos, para que les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres. De ellos depende, en gran medida, que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. La verdadera opción preferencial por los pobres es entendida como una forma especial de primacía en el ejercicio de la solidaridad, y lo diferencia de cualquier ideología e intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos, como estamos acostumbrados, siendo en muchos casos una fuente de corrupción. Denuncia nuestra complicidad cómoda y muda en un entorno globalizado en donde existen nuevas formas de pobreza y fragilidad, y ante las que no podemos hacernos los distraídos: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes, la esclavitud, la prostitución, los niños mendicantes, el hambre... Así como los doblemente pobres: las mujeres que sufren maltrato y violencia. Y no se olvida, entre esos débiles, de los más indefensos e inocentes de todos, los niños por nacer, a quienes se les quiere negar su dignidad humana, quitándoles la vida –lo cual no es progresista-, y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Ojalá que, en esta nueva centuria, tengamos la osadía y el arrojo para vencer la batalla en favor de los pobres.
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