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El aborto es muy capitalista




Entre los defensores del aborto podemos distinguir a quienes tienen buena fe, aquellos que tienen mala intención y los que destilan un odio diabólico.




Jóvenes y progres bienintencionados


Los primeros son muchos jóvenes y no tan jóvenes que, del mismo modo que se apuntan a partidos u organizaciones de izquierdas con la noble intención de cambiar este modelo de sociedad, incluyen el “derecho” a matar niños en el vientre materno entre sus reivindicaciones. Éstos son fácilmente manipulables por dirigentes y grupos que no tienen tan buena intención. También podemos incluir aquí a personas mayores, honrados padres y madres de familia, que han sufrido el hecho de tener a un hijo enfermo o deficiente, y no pueden apoyarse en la fe cristiana para llevar la situación no sólo con resignación, sino con paz y alegría. Conozco casos muy próximos. Incluso mi propia hija, con 17 años y embarazada, quiso abortar. Otro grupo bienintencionado es aquel compuesto por votantes honestos de partidos de izquierda, mal llamados “progresistas”, que están sinceramente convencidos de que un feto es algo así como un tumor y que la mujer puede disponer a voluntad de la vida de su futuro hijo o hija.


Tontos útiles y listos


Entre los que defienden el aborto con mala intención se encuentran los médicos que ven en ello un saneado negocio y les da igual despedazar bebés de unas cuantas semanas. Otros son los políticos que se dicen católicos, o no, pero que, por no malbaratar su carrera o su imagen pública, prefieren alinearse con el “pensamiento políticamente correcto” y con lo que les ordenan desde instancias superiores, aunque su conciencia les moleste de vez en cuando. Un cargo político es un chollo –en Bruselas, más- y no se pone en peligro por unos cuantos cientos de miles de niños asesinados. Podemos incluir aquí a la inmensa mayoría de personas que, por intereses económicos empresariales, por temor a perder el empleo o por temor a significarse, guardan un respetuoso silencio frente a los activistas gays, lesbianas, transexuales y otros colectivos –palabro marxista que habría que enterrar- bien engrasados con el dinero procedente de quienes hablaré en último lugar.


Los partidos y las organizaciones proabortistas cuentan con eficaces aparatos de propaganda y con equipos de community managers que son muy activos en las redes sociales: un mismo tipo maneja unas cuantas decenas de avatares y se lanzan al cuello de los incautos defensores de la vida, llegando al insulto personal y a la amenaza.


Los malos de verdad


El aborto se fomenta desde instancias internacionales muy poderosas. Gente que puede llegar a matar, literalmente, si no te pliegas a sus deseos. Se trata de un complejo entramado político y empresarial. Grandes multinacionales farmacéuticas hacen negocios millonarios anualmente vendiendo fármacos abortivos. Hay millones y millones de dólares en juego y no van a permitir que la Iglesia Católica les hunda el negocio. Fundaciones de individuos como Bill Gates y Rockefeller propagan el cuento del exceso de población mundial y patrocinan cualquier actividad que tenga que ver con el aborto, la esterilización y la eugenesia –esa cosa tan querida por los filósofos y científicos que, en todo el mundo, apoyaron a Hitler-. Toda la población de nuestro planeta cabe en Australia con la misma densidad que tiene ahora el Benelux –Bélgica, Holanda, Luxemburgo-. Básicamente, pues, la Tierra está muy vacía. Basta con viajar de Barcelona a Madrid para comprobar que hay inmensas extensiones de tierra y ni un solo habitante.


Los grandes capitalistas de todas las épocas han defendido políticas de control de la población y el aborto, por el simple razonamiento de que cuantos menos seamos, más a repartir entre unos pocos. Como además son racistas y clasistas, se dedican a fomentar esas políticas entre los marginados y los pobres, entre las inmensas masas de gente que pueblan continentes como África, Asia y la India. Los yanquis promueven el aborto entre los hispanos, los indios y los negros. El “wasp” blanco es un tipo que no soporta al indígena, y mucho menos al católico.


Por último, todo este engranaje de muerte, este considerar el asesinato de niños en el vientre materno como un derecho, tiene su centro en los lobbies que dominan la ONU, la UNESCO, la UNICEF y todos los centros del poder mundial. Grupos que, en general, están directa o indirectamente relacionados con la masonería internacional.


Si quieren más información: http://ift.tt/1ikPsS1




Post Scriptum:
Yo soy católico y creo que hay un mal objetivo en el mundo. Se ve todos los días. Un ateo también creerá que, objetivamente, hay mal en el mundo, lo verá también todos los días. El mal está ahí. Ninguna duda sobre ello.


El ateo atribuirá el mal a lo que le venga en gana. No sé: a la perversidad de las clases dirigentes o a la química del cerebro humano. Me da lo mismo.


Yo creo que el mal no es objetivo, es una persona: Satán, el diablo, el príncipe de este mundo. Y creo que, en última instancia, los poderosos de la tierra le adoran y le rinden pleitesía. Es más, en muchos casos, le han vendido su alma.


Cuando estén en el infierno, querrán poseer almas de vivos en la tierra, sólo por escapar durante un tiempo de aquellos tormentos eternos. Y lo harán. Cada vez hay más casos de posesiones. Y hay incluso familias que adoran al mismo espíritu maligno durante generaciones, a cambio de ciertos beneficios.


El aborto, matar niños, es una de las victorias parciales del diablo. Siempre le ha gustado el sacrificio de humanos: desde los aztecas y los mayas, a los cartagineses o la sociedad clasista de los hindúes. Pero ésta es, tal vez, otra historia…




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