Las cuentas de la Iglesia
El primer dato que emerge del informe es que el Estado no está financiando a la Iglesia y que el sistema de asignación tampoco es la fuente principal de recursos de la Iglesia. En efecto, en la última declaración de la renta, nueve millones de contribuyentes decidieron destinar 248 millones de euros a favor de la Iglesia católica. Desde aquí quiero agradecérselo de corazón. Pero esta ayuda supone el 25% del total de los empleados por la Iglesia; el resto procede de aportaciones directas de los fieles y de fuentes propias. El sistema de asignación es importante, y absolutamente imprescindible para las diócesis rurales más pequeñas, pero no cubre todos los gastos.
Un dato aún más elocuente es el rostro humano que está detrás de los recursos económicos. Por ejemplo, impresiona que 48,5 millones de horas anuales dedican los sacerdotes, seglares y voluntarios a la atención pastoral, la celebración de los sacramentos, la catequesis con niños, jóvenes, novios y adultos, acompañamiento de personal, atención a los enfermos y otras actividades, como retiros espirituales o campamentos. Aunque soy obispo, me ha impactado la cifra relativa a la catequesis: 100.000 catequistas prepararon a unos 245.000 niños y 110.000 jóvenes. Sin contar la labor catequética que realizan, a lo largo y ancho del mundo, nuestros 13.000 misioneros.
En el campo de la educación, los centros de la Iglesia están dando trabajo a 122.500 personas y formando a casi un millón de niños. Además, las plazas de sus 2.456 centros católicos suponen un ahorro al Estado de unos tres mil millones de euros, dado que su coste es sensiblemente inferior al de los centros públicos. Tampoco es despreciable su presencia en el ámbito de la cultura. Baste pensar en el patrimonio artístico que se encierra en nuestras catedrales, colegiatas, iglesias, santuarios, museos, archivos, etc.
Con todo, el capítulo más gratificante es el que se refiere a la presencia y actuación de la Iglesia en el campo de los pobres y necesitados. Ahora mismo estamos celebrando los cincuenta años de la fundación de Cáritas en Burgos y hemos tenido ocasión de ver -en la exposición de la sala “Valentín Palencia”, de la catedral- el cúmulo de acciones llevadas a cabo con los transeúntes, sin techo, emigrantes, pobres de solemnidad, mujeres en dificultad con su maternidad, etcétera. La Cáritas de Burgos no es una excepción sino una más en el conjunto de todas las Cáritas diocesanas, a las que hay que añadir las Cáritas parroquiales.
La atención a los necesitados se extiende a otros muchos campos. Por ejemplo, hay 192 capellanes y 2500 voluntarios para la atención de las cárceles; 752 centros y 60.000 asistidos ancianos o discapacitados; 132 centros para atender a emigrantes, con 62.000 asistidos; 79 centros de reinserción de drogadictos y 17.800 beneficiarios.
Junto a estas cifras, Dios sabe que hay otras muchas cosas que no son cuantificables, pero que son incluso más importantes: las horas dedicadas a escuchar penas, disgustos, dificultades en el matrimonio y la familia, tiempo empleado en dar consejos y orientaciones, visitas que sólo conocen sus beneficiarios: los enfermos del cuerpo y del alma, oraciones y sacrificios ofrecidos por los que más lo necesitan. Y un largo etcétera.
De todos modos, Dios sabe también la tarea que la Iglesia tiene pendiente y la necesidad de su ayuda y la de todos para afrontarla. Nos acogemos a su amor misericordioso.
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