El símbolo de los cristianos perseguidos por los islamistas
La exposición en la casa de vuestro obispo, casa de todo nuestro pueblo cristiano de Ferrara-Comacchio, del signo que representa la inicial de la palabra “Nassarah” (“Nazareno”), término con el que el Corán identifica a los seguidores de Jesús de Nazaret (y que es impuesto por las milicias del autoproclamado califa al-Baghdadi a los infieles cristianos para los que no hay lugar en el estado islámico de Iraq y del Oriente a no ser que se conviertan, se sometan a una ley de impuestos especiales, sufran la devastación de sus antiguos lugares de culto y la confiscación de sus bienes) quiere decir públicamente que la Archidiócesis de Ferrara-Comacchio se siente una sola cosa con estos hermanos y hermanas nuestros que llevan en su cuerpo y en su alma las heridas de la pasión y de la muerte del Señor.
Mientras nos preparamos a la jornada de oración para que vuelva la paz (o tal vez sea mejor decir, para que el Señor Jesucristo realice un milagro para el que, humanamente hablando, no se ven posibilidades, ni siquiera mínimas) desearía que para toda la diócesis fuera verdad lo que el Papa Francisco ha dicho varias veces, es decir, que no sea sólo un "decir" oraciones, sino un rezar con la totalidad de la vida y de la inteligencia del corazón. Que sea, sobre todo, una petición de perdón a Él porque nuestra vida de cristianos occidentales es gravemente culpable, en el sentido de la responsabilidad, respecto a lo que está sucediendo.
Esta responsabilidad se expresa con una ingenuidad que es, como poco, patológica. Se debe hablar de diálogo, ciertamente que sí, pero se debe hacer y sólo se puede hacer si el diálogo conlleva la conciencia de la propia identidad y de la complejidad del interlocutor en cuestión. En todo caso, no debe perseguirse el diálogo a cualquier precio y no puede representar, en absoluto, una forma de abandono de la presencia cristiana en Oriente Medio.
Todos nosotros deberíamos desear estar allí con ellos, para reforzar la presencia también numérica de los cristianos en los lugares donde, desde hace dos mil años, la Iglesia y los cristianos están presentes y son perseguidos. Recemos para que el Señor nos haga capaces de instaurar y perseguir un diálogo inteligente y no un rendición sin condiciones, y recemos también para que el Señor nos conceda ayudar positivamente no sólo para detener la huída de miles y miles de nuestros hermanos y hermanas, culpables sólo de ser cristianos como los primeros mártires, sino, en la medida de lo posible, para reforzar su presencia que no podemos no considerar una contribución esencial al Bien Común de toda la Humanidad. Este es el modo auténtico de rezar por la paz que es don de Cristo Resucitado: “La Paz sea con vosotros”. El resto acaba siendo sólo un vaniloquio. La Iglesia no necesita vaniloquios y, por lo que yo sé, tampoco Dios.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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