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Se multiplica el número de yihadistas reclutados en los suburbios de ciudades europeas


Son jóvenes europeos, principalmente musulmanes o convertidos al islam, que disfrutan de las comodidades de la vida occidental y, de repente un día, cambian su hogar por un campo de entrenamiento en Siria o Irak. La decapitación del periodista estadounidense, James Foley, a manos de un yihadista británico ha vuelto a poner de manifiesto cómo los tentáculos del Estado Islámico se extienden por Europa, con el objetivo de reclutar a nuevos miembros dispuestos a abandonarlo todo y sumarse a las filas que luchan en la «Guerra Santa».


Escuchar a un miliciano, vestido de negro y cuchillo en mano, pronunciando soflamas contra Occidente en un perfecto inglés, con acento de Londres, resulta aún difícil de encajar. Pero no representa un caso aislado. Este combatiente que se hace llamar «John», es uno de los tres súbditos del Reino Unido conocidos allí como «The Beatles». El grupo tiene su base de operaciones en Raqa (Siria) y se encarga de la vigilancia de extranjeros secuestrados.


El Gobierno británico estima que más de 450 británicos han abandonado el país en los últimos meses para ser entrenados en Siria y unirse a las filas del Estado Islámico (EI). Reino Unido no es el único país que exporta musulmanes radicalizados con sed de luchar en nombre de Alá. Francia parece ser el que más jóvenes ha aportado al EI, unos 700 concretamente.


Funcionarios europeos de inteligencia y seguridad, citados por la cadena CNN, sostienen que al menos 2.000 ciudadanos de la Unión Europea se han unido a la Guerra Santa, incluyendo a las esposas de los milicianos. Entre 500 y 1.000 estarían ahora en las filas del Estado Islámico.


¿Qué herramientas utiliza el EI para captar reclutas en Europa? Existen dos vías. La más novedosa, eficaz y accesible son las redes sociales. Un teléfono móvil o un ordenador son suficientes para llamar a la yihad en Twitter, YouTube o Instagram, sus nuevos aliados.


Abdel-Majed Abdel Bary, originario del oeste de Londres, publicó una terrible foto en la que posaba con una cabeza decapitada. La leyenda de la imagen rezaba así: «Relajarse con mi amigo o lo que queda de él». Pero no es el único que se ha servido de las redes para difundir sus diatribas contra Occidente en internet. Recientemente, dos británicos de Cardiff (Gales), Reyaad Khan y Nasser Muthana, aparecieron en un vídeo de Youtube instando a los británicos a «abandonar sus coches de lujo en Reino Unido y partir hacia Siria».


Ante la amenaza que constituyen este tipo de mensajes lanzados en la red, Scotland Yard ha advertido a los ciudadanos británicos de que tanto el envío del vídeo de la decapitación de Foley a otras personas como su mero visionado puede constituir un delito, de acuerdo con la actual legislación antiterrorista de Reino Unido.

La segunda vía de reclutamiento sería la tradicional, que requiere más tiempo, a través de incendiados discursos del odio pronunciados en mezquitas y centro islámicos. Los excesos de imanes como Abu Hamza, apodado «Capitán Garfio» porque perdió las dos manos y un ojo combatiendo en Afganistán, ya pusieron en alerta en su día a los servicios de inteligencia británicos. Hamza, extraditado a EE.UU., y sus acólitos crearon un gueto islamista en la mezquita de Finsbury Park, al norte de Londres.



La existencia de grandes bastiones musulmanes en Londres, principalmente en el este, se convierten en el caldo de cultivo perfecto para radicalizar a jóvenes que no acaban de encajar en la sociedad londinense. Los medios británicos manejan la hipótesis de que el verdugo del periodista americano procede del East London, en concreto del distrito de Tower Hamlets. Su alcalde recién elegido, Lutfur Rahman, y de religión musulmana, está acusado de haber arañado votos en las elecciones locales intimidando a la población con discursos extremistas y tildando a los que votaron por otros partidos como «pecadores» y «ciudadanos que no comulgan con el islam».


El miedo a la amenaza islamista en suelo británico apareció con fuerza en mayo de 2013, tras el asesinato del soldado Lee Rigby en plena calle en Woolwich, un barrio multiétnico del sur de la capital. Sus asesinos, dos británicos de origen nigeriano convertidos al islam, despertaron el fantasma de Londonistán. Los atentados del 7 julio de 2005, perpetrados por terroristas suicidas en el transporte público, parecían más recientes que nunca.



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