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Experimentar la fe, conocer radicalmente


Bastaría con estar despiertos y atender a lo que nos va sugiriendo, a través de la realidad, el Misterio presente que nos hace ser en cada circunstancia. Estas serían las condiciones para hacer posible vivir y relacionarse intensamente con Cristo. Así de sencillo, pero no nos lo acabamos de creer.


Se trata de hacer una experiencia liberadora de todo aquello que nos impide vivir de forma plenamente humana. Porque experimentar la fe tiene obstáculos tanto en nuestra forma de vivir como en las circunstancias sociales que atravesamos. Los ideales y arquetipos de ayer ya no nos sirven, si no pueden verificarse hoy. Y siguen cayendo una y otra vez, de sus pedestales, personas e instituciones.


La liberación de esta gran decepción o pesadumbre existencial, es decir la esperanza radical, sólo puede venir de lo que (y de quien) ya está libre y liberado, de lo más esencial, de aquello que nos constituye, de aquella compañía que es la presencia visible donde puede alcanzarme de nuevo, aquí y ahora, a mí, el Misterio.


Es preciso por tanto un reconocimiento, una verificación o trabajo personal, para que sea posible un conocimiento afectivo radical. Esto solamente es posible por una convivencia (afectiva y efectiva) en toda circunstancia de la vida, de la realidad de cada momento.


Por eso podemos decir que si Él no está, nosotros no somos. Porque somos conscientes de la dependencia radical de nuestro ser respecto del Ser, de nuestro ser mendigos, para madurar, para hacer la experiencia del que nos precede, el seguimiento de quien ya ha llegado.


No se es hijo o discípulo por una mera repetición o imitación del padre o del maestro. Ser verdaderamente hijos, o discípulos, es hacer la experiencia de quien va delante abriéndonos el camino de la madurez de la vida, en la totalidad de factores que ésta implica.


Tenemos todo lo necesario para caminar, seguir, pertenecer, reconocer y verificar. Pidamos no quedarnos atrapados por la limitación de la queja, de cierta incomodidad o de una circunstancia adversa, sin mirarla y superarla desde Cristo.


Nuestra época precisa de personas con esperanza, con criterios claros y certeros, que sepan mirar y acoger con verdadero afecto a los demás. Que sepan vivir la realidad como amiga y no como obstáculo a su realización. Para todo ello es preciso que tengamos claro qué es lo esencial en la vida, qué nos constituye, qué unifica nuestro yo, en suma cómo podemos vivir. Que nos lo recordemos cada día, cada instante, y que pidamos que el Misterio nos responda con su Presencia.

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