San Domiciano de Maastricht, obispo.
Historia.
Lo que históricamente conocemos de San Domiciano, lo sabemos por su propia mano. Son dos firmas que autentifican su existencia en tiempo y momentos claros. La primera es su rúbrica en 534, en el Concilio de Auvernia, donde firmó “Domiciano in nomine Christi episcopus ecclesiae Tungrorum, quod est Trajectum, subscripsi", o sea, "Domicianus, en el nombre de Cristo, obispo de la iglesia de Tongeraars, es decir, Traejecta, firmo aquí". (Traejecta es la medieval Maastricht). La segunda en el Concilio de Orleans de 549, donde aparece como “Domicianus episcopus ecclesiae Tungrinsis subscripsi", apareciendo como obispo de Tongeren. Fue sucesor de San Euquerio (20 de febrero y 15 de mayo). Y hasta aquí podemos decir, pues todo lo que sigue pertenece a su leyenda.
Leyenda.
La “vita” fue escrita por Heriger en el siglo XII, con motivo de la traslación de las reliquias, o su canonización. Al no haber datos, pues tomó un poco de aquí y de allá, de un santo y de otro. Detalles iconográficos los convirtió en históricos y, sobre todo, compuso una vida ejemplar según el concepto edificante que debía tener la historia en esa época. Según esta relación, Domiciano era un hijo un conde de Colonia y de una duquesa de Ardennes. En 350 sucedió a San Euquerio, en 538 tomó parte del Concilio de Metz, donde por medio de un milagro, demostró que unos caballeros debían dinero a la diócesis, cuya catedral era una simple capilla casi en ruinas: Ni el obispo ni el poder civil se ponían de acuerdo sobre quien debía edificar una catedral digna. Los nobles se oponían, algunos con razón, otros sin ella. Domiciano hizo una oración y sobre la frente de los que debían dinero apareció una mancha negra, que no se borró hasta que satisficieron su deuda, hasta la última moneda.
También recibió una revelación sobre una caja oculta, desde los tiempos de San Servacio de Maastricht (13 y 15 de mayo) en la que se descubrieron cartas, donaciones y privilegios eclesiásticos. De ellas se desprendía que los ducados de las Ardenas y Lorena, y el condado de Osterne se comprometían a pagar cien mil florines anuales al obispo de la ciudad, fuese quien fuese. Domiciano mostró los documentos al rey Teodorico de Austrasia que mandó colgar a los caballeros y confiscó sus bienes en bien de la Iglesia. En realidad esta leyenda lo que pretende es confirmar los privilegios de la iglesia local frente al poder, envolviendo en una intervención divina el origen de tales prebendas. Sea como fuere, en la época de Domiciano no se construyó catedral alguna, sino que sería su sucesor, San Monulfo (16 y 21 de julio, y 15 de mayo).
En ese mismo concilio, siempre según la leyenda, Domiciano dirigiría su encendida palabra contra un grupo de herejes arrianos, los que viéndose vencidos se lanzaron contra él, pero el santo elevó una oración y estalló una tormenta de rayos que mató a los herejes. De regreso a Tongeren pasó por Maastricht, a venerar el sepulcro de San Servacio. Estando allí cayó una espesa nevada, que creó una capa de seis metros de espesor, salvo en Maastricht, donde no cayó ni un copo y el santo pudo visitar tranquilamente las reliquias de San Servacio. Allí ocurrió un milagro que aparece casi siempre en su iconografía: Destruyó un dragón que asolaba la ciudad.
Cuando le llegó el fin, pidió ser enterrado en la iglesia de Santa María de Huy, donde estuvo hasta 1173, en que las reliquias fueron trasladadas a Tongeren y a Maastricht. Según Jean d´Oultremont, cada año el día de su fiesta ocurrían grandes milagros en su tumba, especialmente niños ahogados que volvían a la vida. Se le invoca contra las epidemias, la peste, las tormentas y nevadas.
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