«El imperio español se preocupó por su nivel moral, eso es impresionante», dice el británico Goodwin
En una librería londinense de la mayor cadena del Reino Unido, Waterstones, está expuesto en un lugar de honor un voluminoso tocho con unas letras doradas en portada, titulado «Spain». Debajo, un subtítulo: «The centre of the world, 1519-1682». El autor es un historiador londinense llamado Robert Goodwin, y publica una editorial de fuste, Bloomsbury.
Ojeas el libro y sonríes con una inesperada satisfacción. Esta vez no se trata del enésimo zurriagazo de la academia anglosajona al imperio español. Goodwin parece un apasionado de los hombres que construyeron aquel prodigio y expone con pasión sus méritos. Hay que buscar a este tipo y charlar con él.
El historiador resulta ser un hombre rubio de 46 años, socio del Chelsea de Mou, un gastrónomo que de joven pasó por las universidades de Andalucía en su formación como hispanista.
Cuando habla en castellano, gasta un divertido acento andaluz, casi de pantomima de Los Morancos.
También hace gala de sentido del humor: «Se puede decir que yo trabajo para Harry Potter. Estoy en su editorial. Gracias a lo que él genera se publican estudios como el mío».
Sentados en su piso junto a los canales de la Pequeña Venecia londinense, Goodwin se arranca comentando algo poco sabido: Samuel Johnson, el gran sabio británico del XVIII, «era un admirador de algunos logros intelectuales del Siglo de Oro español, en concreto de la Escuela de Salamanca, que fue precursora en cierto modo de lo que hoy llamamos derechos humanos».
-Me ha llamado la atención su enfoque. Lo habitual en el mundo anglosajón es más bien denigrar la conquista española, enfatizar que fue un acto de barbarie.
-Está claro que desde el punto de vista indígena, para los que habitaban allí, el colonialismo fue una especie de desastre. Eso es así. Pero se puede decir lo mismo de cualquier imperio y de cualquier acto colonial. No han sido los españoles los exclusivamente malos. También los británicos, por ejemplo, o los chinos. Lo que sí se puede añadir y destacar es que en aquel entonces en España la gente se preocupaba por lo salvajes que eran algunos españoles. Un imperio tiene sus buenos, malos y mediocres.
-¿Qué aportaciones positivas destacaría de nuestro Siglo de Oro?
-Pues para mí, por ejemplo, lo interesante es que en el siglo XVI, en el inicio de la época moderna, cuando aún no había llegado la Ilustración, cuando Europa no tenía todavía dos o tres siglos de desarrollo intelectual a sus espaldas, españoles importantes y con influencia, como Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas, toda la Escuela de Salamanca, preguntaban cuáles serían las cuestiones morales y legales que deberían reglar todo el proceso del imperialismo, del colonialismo. Eso es impresionante.
-¿Los escuchó la Monarquía?
-Pues ahí viene justamente lo más importante. La Monarquía de los Austrias, en la figura de Carlos V primero y luego con Felipe II, intentó parar los actos más salvajes del imperio en las Indias. Su junta de teólogos y juristas se ocupaba de estas cosas, por ejemplo en los famosos debates de Valladolid, que en realidad entroncan ya con lo que se hacía desde una generación atrás; las leyes de Burgos, que intentaron amortiguar y aliviar la experiencia del indígena, eran de 1512. La Monarquía intervino con la intención de establecer para el imperio un armazón legal y conceptual de naturaleza moral.
-Leyéndole, usted parece reivindicar que en aquel momento España alumbró varias instituciones relevantes, como sus universidades, un cierto respeto a la ley, o lo que acaba de referir…
-Sí, sobre todo la universidad y el sistema legal de aquella España. Aunque en realidad, cuando digo España hablamos fundamentalmente de Castilla, que era entonces el centro del mundo. Hemos puesto «Spain» de título porque para vender libros en Londres o Nueva York es más fácil, pero fundamentalmente hablamos de instituciones castellanas. En el siglo XVI, Castilla era uno de los reinos más litigiosos de la historia, y un campesino no acude a un tribunal si no considera fiable el sistema. La gente normal se fiaba de su sistema legal, que dependía de una Corona lo suficientemente poderosa como para imponer su ley, el derecho, a las grandes casas aristócratas y otras instituciones fuertes, como las ciudades.
-¿Fueron cambios rápidos?
-Sí, asombrosos. En medio siglo, España pasó de ser un país donde los poderosos eran una banda de aristócratas con sus propios ejércitos, a un país en el que si tú como individuo tenías alguna queja frente a alguna casa importante disponías de la posibilidad de querellarte de una manera más o menos eficaz. Evidentemente había muchísima corrupción, pero la opción estaba ahí. La gente acudía a las audiencias a resolver sus problemas, todo el mundo lo hacía.
-Sin embargo, los españoles actuales no ponemos en valor todo esto, parecemos empecinados en denigrar lo nuestro. ¿Por qué cree que actuamos así?
-Es curioso, porque allá donde vayas en el mundo, normalmente la gente del país reacciona mal frente a un comentario político o histórico de un extranjero. Pisas sobre ascuas. Yo lo he visto en reseñas de mis libros en Estados Unidos, cuando dicen «el historiador británico», y ese británico no es neutro, porque derrotarnos fue su mito fundacional. Pero en España, curiosamente, desde hace una o dos generaciones, han sido mucho más receptivos a la idea de que lleguemos gentes de fuera a comentar sobre su país. Normalmente eso se interpreta como una especie de complejo de inferioridad. Pero también se puede interpretar como que el español está muy seguro de sí mismo, que le da igual. Es como cuando te dicen en Sevilla: «¿Viajar? Yo solo voy al extranjero para saber que aquí se está mejor que en cualquier otro sitio». España es un país maravilloso.
-Usted lo acaba de decir, «un país maravilloso». Pero me temo que los españoles, en general, no se dan cuenta.
-España vive tan solo un momento de resaca, la gran resaca española. Hubo una época que era como una boda con barra libre. En Sevilla todo el mundo se montaba a caballo en la feria. Toda España metida en obras de construcción. Una locura. Era imposible hasta conseguir entradas para algunas corridas. Hace unos ocho años o así, me contaron que estaban pidiendo 4.000 euros por una entrada en Barcelona para ver a José Tomás. ¿Cómo cuadras eso con que ahora los han prohibido? Pero no se debería confundir la fiesta y su resaca con lo que es lo esencial de España, que es un país con muchísima calidad humana. Además se come muy bien. Aunque curiosamente, a nivel de local ordinario, algo peor a raíz de ese boom de riqueza, que se llevó aquellas glorias sencillas, como unos huevos con patatas fritas. Ahora hay muchas tascas superpijas, pero sin gracia.
-¿El problema catalán forma parte de esa resaca?
-Yo soy poco fan de cualquier tipo de nacionalismo. Lo de Cataluña me parece una mala idea. Durante el referéndum de Escocia, yo decía que si los escoceses decidían irse tendríamos que aceptar su decisión y abrir los brazos a muchos amigos de Escocia que tendrían que marcharse por la política nacionalista. Hasta cierto punto diría lo mismo en lo de Cataluña. Si quieren separarse sería una tragedia. Pero se debe superar, tendiendo además una mano de amistad a todos los catalanes que pasarían a sentirse extranjeros en su propio país.
-Triste panorama.
-Sí. Yo soy abonado del Chelsea y me siento al lado de un amigo escocés. Tres días después del referéndum nos vimos en el partido y le dije: «Oye, enhorabuena». Y me respondió: «Sí, enhorabuena, porque podía estar aquí en un estadio del extranjero». En un mundo democrático toca aceptar si se quieren ir de España, pero sería una tragedia.
-Pero sería el principio del fin de España, ¿no?
-Eso no lo tengo muy claro. España sin Cataluña no sería la España que conocemos, eso sí. Pero personalmente dudo mucho de que se vayan de España. Al político nacionalista le interesa sobre todo tener apoyo popular, y eso se logra mejor funcionando dentro del Estado, porque es más fácil protestar que gobernar. Fuera de España, al pueblo catalán le resultaría muy difícil conseguir unas condiciones de vida mejores que las que tienen las otras regiones españolas.
-¿Qué valoración hace de la figura de Carlos I, un hombre que aterriza en España como un marciano?
-Aterrizó en España con 17 años y acaba muriendo en Yuste, en Cáceres, en 1558. A lo largo de 40 años está continuamente de viaje fuera de España. Pero en a lo largo de esa vida impresionante llegó a la conclusión que España era su casa, su hogar. También es verdad que si Tiziano no miente en el cuadro, su emperatriz, Isabel de Portugal, era guapísima, aunque se casó con ella sobre todo por los Comuneros.
-Usted cuenta con detalle sus homenajes gastronómicos en Yuste, ¡qué saque!…
-Sí. Era un ser fascinante. Un monarca que tenía una colección de relojes, que era la última tecnología de la época, y el tío se dedicaba a desmontarlos y montarlos. Luego está también la importante movida de los Comuneros, que se podría interpretar casi como una reacción nacionalista castellana frente un rey extranjero. Dicho en términos taurinos, al principio de su experiencia en España los castellanos lo castigaron con una puya en condiciones, y les ganó con una nobleza y bravura que le resolvió el tema para el resto del reinado.
-¿Qué tal gobernante fue su hijo? No hay película, documental o serie inglesa sobre el tema que no pinte a Felipe II como un incompetente burlado por Isabel I de Inglaterra. Un poco maniqueo, ¿no?
-El hijo fue un gran gobernante y administrador. Siempre es más difícil dominar un imperio que conquistar sus tierras. Fíjate en la Guerra de Irak. El problema no fue la guerra, un gran éxito militar de Estados Unidos, sino que no se preocuparon de ganar la paz. Cuando llega Felipe II tiene que manejar muchas novedades. Le quieren prestar dinero constantemente, un poco como ha pasado ahora en la España actual. En 1575 se da cuenta de que no puede pagar lo que debe. Fue la primera crisis de deuda soberana de la historia y él, negociando dos años con sus banqueros, consiguió reestructurar esa deuda. Nunca se había hecho algo así. Además reconoció que no se podía gobernar sin una estructura, virreyes, administradores, adelantados… Su padre no tenía eso, intentó hacerlo como un príncipe potentado del Medievo.
-De todos los personajes que aborda, ¿quién goza de sus mayores simpatías?
-Cervantes, sin duda. Soy un enamorado de él. Me encanta cómo escribe y su ironía, que no sé de dónde la sacó. En España esa ironía, parecida a la inglesa, solo la hay en Sevilla y en Galicia.
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