San Odulf de Utrech, el apóstol de los frisones.
Nació este santo presbítero en Oorschot, Brabante, en el siglo IX. Desde niño destacó por su piedad y su amor a las letras. Sus padres le enviaron a la colegiata de Utrecht para cultivar las inclinaciones intelectuales que veían en el niño. La leyenda dice que habría querido ser monje en este mismo monasterio, de Regla benedictina, pero sus padres prefirieron no separarse de él y se las arreglaron para que fuera párroco en una iglesia de su propiedad, en su ciudad natal, pero a la muerte de estos distribuyó sus bienes entre los pobres, renunció al beneficio eclesiástico y volvió al monasterio. Pero el hecho de hacerle benedictino es una confusión, pues nunca profesó esta Regla y los bollandistas lo dejan claro, pues ni siquiera hubo benedictinos en dicha colegiata hasta mucho después.
El obispo, San Federico de Utrecht (18 de julio) le envió a misionar a los frisones, tierra de gente áspera, donde se mezclaban el antiguo paganismo y algunas herejías que renacían. Asentó su “sede” en Stavoren, desde donde les convirtió poco a poco, a base de una incansable predicación y especialmente los buenos ejemplos de caridad (se le suele representar con un tazón de comida; la que daba a los pobres) y algunos milagros. El más conocido y que se suele representar en su iconografía, cuenta que en una ocasión mientras predicaba, una enorme piedra que había junto a la iglesia de Stavoren se dejó llevar por el mar, como si fuera una piedrecilla. Entonces, predijo a los frisones que su fe cristiana sería desterrada, pero al igual que aquella piedra un día volvería a su sitio, la fe regresaría. Efectivamente, con la invasión normanda la fe quedó en mínimos, para florecer siglos después. Y allí está la piedra, que subió del mar, nuevamente junto a la iglesia. Aquí fundó un monasterio de canónigos regulares de San Agustín, que también le tienen como santo propio.
Odulf regresó a Utrecht ya anciano, en 855 (865 según Ruinart), para descansar y morir, ese mismo año. Se le atribuye una perturbadora obra sobre los tipos de demonios (íncubos, súcubos, etc.) y sus efectos en las almas, que en realidad es un apócrifo posterior, con tintes esotéricos.
De su relación con San Federico se cuenta que un día de Pascua un ángel se le apareció y le conminó a viajar a Utrecht, donde el santo obispo se preparaba para celebrar los oficios a pesar de estar en pecado mortal. Tomó un barco que atravesó el mar a gran velocidad, llegando a tiempo a la catedral para reprender al obispo, confesarle y celebrar el culto en su lugar. Mientras Federico se retiró a hacer penitencia durante 10 años, tiempo en que Odulf le sucedió como obispo, para regresar a Stavoren cuando el obispo volvió a su sede. Absurdo, no en balde los bollandistas fueron muy críticos con su leyenda.
En 1034 el obispo de Londres compró en un mercado un relicario con unas supuestas reliquias de San Odulf, que vendió al abad de Evesham, en cuya abadía se colocaron solemnemente después de “haber sido rescatadas luego de la invasión normanda a Stavoren en el año 1000, cuando fueron robadas”, lo cual es solo una leyenda inventada, porque consta que Odulf fue enterrado en la hoy desaparecida iglesia del Salvador de Utrecht. Las peregrinaciones comenzaron, y la devoción al santo alcanzó cotas altísimas, convirtiéndose en uno de los santos holandeses más populares. Su memoria era fiesta nacional, y día de mercado y ferias. Algunos de sus atributos iconográficos, además del tazón antes dicho, es la manzana, pues la leyenda dice que los profesores le compensaban sus esfuerzos con una de estas frutas, y que él regalaba a los más pobres. Este atributo le ha hecho patrono de las huertas y cosechas de manzanas.
Fuentes:
-“Colección de Santos Mártires, confesores, y varones venerables del clero”. Tomo II. FERNANDO RAMÍREZ DE LUQUE. Madrid, 1805.
-“Acta Sanctorum. Junio. Tomo III".
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