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Dona su cuerpo

P. José Sánchez Parassols, S.J. 
(Valladolid 21/03/1924 – Salamanca, 12.07.2015)
 
 
El domingo 12 de julio de 20015 fallecía en Salamanca, a los 91 años de edad y 73 de
Compañía, el P. José Sánchez Parassols. Después de haber pasado los últimos cuatro
meses en situación ya muy difícil, ayudada su respiración con oxígeno día y noche y
con un internamiento hospitalario de una semana larga por medio, amaneció
inconsciente aquel día, y ya en situación preagónica. Recibida la unción de los
enfermos, se apagó suavemente sobre la una del mediodía, sin haber recobrado la
conciencia. Como había donado su cuerpo para fines científicos, su cadáver fue llevado,
muy poco tiempo después, a las clínicas de la universidad. Por eso, su funeral, al día
siguiente, 13 de julio, no pudo ser celebrado "corpore insepulto", pero resultó algo
singular, con la presencia de la comunidad al completo (los enfermos en el coro de la
capilla), los jesuitas participante en el curso de español para extranjeros, las cincuenta
religiosas que estaban haciendo ejercicios, y los juniores encargados del curso, que
colaboraron con el canto.

Había nacido en Valladolid el 21 de marzo de 1924, recibiendo el bautismo pocos días
después en la parroquia de Santiago Apóstol. A los once años, recibió el sacramento de
la confirmación. Llegaron a ser nueve hermanos, cuatro varones y cinco mujeres. Su
padre era militar, y su madre atendía a la numerosa familia. Realizó los estudios
primarios en un colegio privado, continuando con los de perito mercantil en la Escuela
de Comercio, con muy buenas calificaciones. En ese tiempo frecuentaba asiduamente la
pujante Congregación de Kostkas, dirigida por el admirado y querido P. Juan Arregui, a
la que pertenecía. Desde ella entró, "summo cordis gaudio", (como escribió en las
"Notas Mayores", durante los días de su primera probación), el 18 de septiembre de
1942, en el noviciado de la provincia de León, instalado en la casa de probación de este
colegio de San Estanislao, de Salamanca. Allí mismo hizo los votos del bienio y los
estudios humanísticos del juniorado durante tres años (1944-47).

Empezó el estudio de
la Filosofía en el curso 1947-48 en Comillas (Santander); pero, al pasar a pertenecer a la
nueva provincia de Castilla Occidental en el verano de 1948, lo continuó en Oña, para
concluirlo, el curso siguiente, en Sant Cugat del Vallés (entonces provincia de Aragón).
Hizo tres años de magisterio en el colegio de Indauchu, Bilbao, dedicado a preparar a
los "pequeños" para el ingreso en el bachillerato. Estudió la Teología en Oña,
recibiendo la ordenación sacerdotal en Loyola, el 30 de julio de 1956, en el cuarto
centenario de la muerte de San Ignacio, por la imposición de manos del cardenal
Giuseppe Siri, arzobispo de Génova, legado pontificio para la clausura del jubileo
ignaciano. Sin hacer la tercera probación, fue enviado al colegio de San José, de
Valladolid, donde, por tres años, enseñó Religión y Ciencias naturales. Durante el curso
1960-61 fue ministro en Oña. Sigue a continuación una larga etapa de 29 años,
repartidos entre el colegio de San José, de Durango (seis cursos) y el homónimo de
Valladolid (veintitrés cursos), en los que enseña Ciencias naturales y, a la vez, es
confesor o inspector de los alumnos, siempre en los curos inferiores. A partir de 1990,
después de un año sabático, sus tareas cambian. Aunque continúa residiendo en el
colegio San José, de Valladolid, figura en el catálogo como operario, algún tiempo
colaborando en la residencia.

El año 2003, con su salud bastante comprometida por
insuficiencia respiratoria, es destinado al colegio de San Estanislao de Salamanca,
donde, por un año, figura todavía como operario. Pero ya, desde el año 2004 hasta su
muerte, su destino ha sido cuidar su salud, orar por la Iglesia y la Compañía y, por algún
tiempo, prestar pequeños servicios en la enfermería. Durante estos años de estancia en
Salamanca, tuvo que ser internado en varios momentos en los diversos hospitales de la
ciudad, pasando por casi todos ellos, por sus dificultades respiratorias y otras dolencias.
El P. Parassols fue, a lo largo de su vida en la Compañía, desde poco después de sus
primeros votos, un hombre de salud, física y psíquica, bastante precaria, que fue
deteriorándose progresivamente con el paso de los años. Por eso, tuvo que tener
siempre, mientras pudo, un trabajo moderado y metódico, que no le creara
complicaciones. Le ayudaba mucho su conocida pasión por la naturaleza. Los montes y
los prados, las cumbres y los ríos, los pájaros y los ganados le seducían; fue un
ecologista ante litteram. Sin faltar nunca a su deber -pues era un hombre muy
cumplidor-, se diría que no pasaba en casa los tiempos que pudiera pasar al aire libre, en
verano y en invierno, en bueno y mal tiempo.

Conocía muy bien, por haberlos
explorado en sus caminatas, los entornos de todos los lugares donde vivió (Oña,
Durango, Valladolid, e incluso Salamanca) y sabía disfrutar de ellos al máximo.
Mientras le fue posible, llevaba en sus salidas y excursiones a sus alumnos, participando
también con ellos y otros chicos en campamentos de verano. Esto le ofrecía una
oportunidad apostólica, que supo aprovechar bien, influyendo en ellos muy
positivamente, como no pocos recuerdan con afecto y agradecimiento.
La limitación de su salud y, en la última etapa, las severas carencias auditivas le
llevaron inevitablemente a ritmos de vida propios y a un cierto aislamiento. Sin
embargo, la gustaba participar, en cuanto le fue posible, en las comidas comunes y en
los encuentros comunitarios; y mantuvo hasta el final, no obstante las apariencias, un
vivo interés por todo y por todos, a lo que le ayudaba su prodigiosa memoria. Casi hasta
la temporada final, leía bastante y no era nada raro encontrarle por las mañanas en la
sala de consulta de la biblioteca, refrescando o ampliando sus conocimientos con la
lectura de diccionarios y enciclopedias. Admirador ferviente del papa Francisco, le
gustaba y alegraba recibir información de todo lo relativo a él.

Quienes le conocieron en su vida anterior le recordarán fácilmente como un hombre
correcto y respetuoso, observante y cumplidor, que supo pasar por la vida sin hacer
demasiado ruido, molestando lo menos posible, y haciendo silenciosamente el bien,
concretamente, a sus alumnos. Quien en estos últimos años le ha acompañado en alguna
de sus diversas estancias hospitalarias podría atestiguar cómo pedía a enfermeras y
auxiliares que atendieran primero al compañero o compañeros de habitación, con gran
admiración de los acompañantes. No menos se interesaba por el estado de los
compañeros de la enfermería y por las vicisitudes de salud de los otros miembros de la
comunidad.

Seguramente quienes hemos convivido con él tenemos que agradecer a Dios que, por su
medio, haya querido mostrarnos que, efectivamente, la enfermedad no es menor gracia
que la sanidad. ¡No es poco!
 
Urbano Valero, S.J.  
Salamanca, 24.07.2015

Descanse en paz

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