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Guardar el aceite como las vírgenes prudentes. Orígenes

 La parábola de la diez vírgenes, prudentes y necias, nos instruye sobre la actitud frente a la venida de Cristo a nuestra vida. Lo que diferenció a las vírgenes prudentes fue la prevención. Llevaron suficiente aceite para que el Esposo las viera y las reconociera. Las necias, creían que con sólo su ánimo era suficiente. 

El aceite es la palabra divina que llena los vasos de las almas; pues nada conforta tanto como la predicación moral, que es como el aceite de la luz. Las prudentes, pues, tomaron este aceite, que les fue bastante aun tardando la salida, y la permanencia del Verbo que venía a perfeccionarlas. Las necias, no obstante que tomaron las lámparas desde el principio encendidas en verdad, no tomaron el aceite suficiente hasta el fin; siendo negligentes en recibir la doctrina que confirma en la fe y alumbra las buenas obras. Sigue: "Tardando, pues, el esposo, dormitaron", Tardando el esposo, y no viniendo pronto el Verbo a la consumación de la vida, padecen algo los sentidos, dormitando y como en la noche del mundo vegetando: "Y durmieron" como obrando perezosamente en sentido espiritual, pero no abandonaron las lámparas ni desconfiaron de la conservación del aceite las prudentes. (Orígenes, in Matthaeum, 32) 

Para muchos católicos actuales, Dios existe, pero está demasiado lejos para preocuparse de lo que hagamos o dejemos de hacer. Piensan que lo que cuenta es únicamente la intención, eso que muchos llaman “ser buena gente”. Lo demás es innecesario. 

Las doncellas necias fueron “buena gente”, cogieron su lámpara, la encendieron y fueron a esperar al esposo. ¿Quién les puede reclamar nada? Hicieron aparentemente lo debido, pero el Esposo no las reconoció cuando quedaron fuera de banquete. Las vírgenes prudentes fueron reconocidas de inmediato y recibidas en la gran celebración. La pregunta es ¿Qué es lo que nos hace olvidarnos del aceite hoy en día? 

La sociedad postmoderna da mucha importancia a las apariencias exteriores. Llevar una lámpara en la mano es suficiente para que superficialmente se nos considere. La luz, que es lo que surge de lo profundo, se le tiene como algo peligroso. La luz evidencia la Verdad y desmantela los decorados de cartón piedra a los que estamos acostumbrados. La luz necesita de aceite, por lo que incluso es mejor que el Esposo no nos vea claramente, para así dar la impresión de ser lo que no somos. Las penumbras, los relativo, la superficialidad, siempre tiene ventajas en nuestro mundo actual. Mientras que esperamos al Esposo, dormimos aburridas de la espera y desentendidos de lo que el Esposo requiere. 

Por desgracia, ser católico socio-cultural es lo que está de moda. Valoramos la superficialidad que conlleva un compromiso elástico y reinterpretable. Como dice Orígenes, quedarnos sin aceite es ser “negligentes en recibir la doctrina que confirma en la fe y alumbra las buenas obras”. Mientras las vírgenes necias fueron a comprar el aceite, el Esposo llegó y quedaron fuera. Aunque le gritaron pidiendo entrar, el Esposo les dijo que no las conocía. El Esposo sabía lo que buscaba y cuando se acercó a las vírgenes, las apariencias quedaron al descubierto. 

¿Quién puede decir que Dios no es justo y que da a cada cual lo que merece? Eso mismo se preguntaron los Apóstoles cuando Cristo dijo que entrar en el Reino es más difícil que un camello entre por el ojo de una aguja. ¿Quién podrá salvarse? Cristo les contestó que es imposible para nosotros, pero no para Dios. ¿Queda lugar para la misericordia? Claro que queda espacio, mucho espacio. La misericordia es como un río en el que hay que sumergirse. No vale quedarnos encima de un árbol esperando que el río llegue a nosotros. Tendríamos que bajarnos del árbol en tres pasos. El primer paso es la humildad, el segundo es el arrepentimiento y el tercero es la negación de sí mismos.

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