Hace que muchos matrimonios fracasen
Una persona no termina de formarse nunca. Siempre puede aprender cosas que le ayuden a mejorar.
Por tanto, la labor de los padres tampoco termina nunca.
Lógicamente, no es lo mismo educar a un niño de cinco años que a un adulto de cuarenta y padre de varios hijos.
Los niños son miméticos respecto al comportamiento de los padres.
Luego, las cosas cambian; pero si los padres luchamos por mejorar, no nos quepa la menor duda de que los hijos nos verán y esos comportamientos, aunque ya no por mimetismo, serán una referencia directa para ellos. Tengan la edad que tengan.
Con sobriedad. Con prudencia, reforzando los
valores que hemos vivido. Sin hablar, pero viendonos vivir.
Cuando los hijos crecen, a los padres nos entra un peculiar complejo de inferioridad, que hace que no nos atrevamos a hablar de valores.
Un claro ejemplo de esta situación se da cuando los hijos se van acercando al matrimonio. No opinamos. No decimos nada.
A lo mejor es lo que tenemos que hacer, pero reconozcamos que a menudo nos dejamos llevar por una especie de superstición extraña, que nos empuja a justificar nuestra conducta diciendo: «No me meto en eso, no vaya a ser que salga mal», no quiero tener sentimiento de culpa.
De acuerdo, se acepta: si no nos dan ninguna opción de opinar…,no opinemos. Pero si nos la dan, digamos con sencillez lo que nos parezca, sin miedo, con firmeza, dejando siempre las puertas abiertas para que tengan la certeza de que, aunque no sigan nuestro consejo, se les querrá con toda el alma, como hasta ahora.
Curiosamente, toda esa delicadeza y prudencia que
hemos tenido durante el noviazgo parece que se olvida una vez casados. Entonces nos ponemos a dar consejos a diestro y siniestro, nos lo pidan o no, con ocasión y sin ella…
¡Y en los asuntos más íntimos!: «No tengáis hijos, dedicaos a disfrutar», «No sabéis lo difícil que está esto», «Niña, pon todos los medios para no llevarte sorpresas, asegúrate, no vaya a haber errores».
Y no digamos si se trata de decidir dónde vivir, si se debe comprar un piso u otro, y así podríamos seguir con muchas más recomendaciones de menor trascendencia.
¡Somos contradictorios! Por una parte, tenemos mucho miedo a que el matrimonio de nuestros hijos falle, fracase. Y por otra, con una tranquilidad inmensa, les damos consejos que hacen que se vuelvan más egoístas, que su comunicación sea cada vez más pobre, que se conviertan en seres que no sepan ni mirarse limpiamente a los ojos y sonreír.
Así contribuimos a que vayan rompiendo su relación de pareja, y vivan mal la sexualidad.
Con frecuencia proyectamos nuestras infelicidades, con la mejor intención del mundo, pero con poca vista.
Hay que ser muy prudentes en este terreno ya que, nuestro comportamiento es una referencia para aquéllos que nos rodean. ¿O no
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