«Evangelium Vitae»: el mensaje se ha perdido
¿Cuáles son las causas de este fracaso? La encíclica de San Juan Pablo II sobre la vida se situaba en un contexto de pensamiento filosófico y teológico constituido, además de por dicha encíclica, por la Fides et Ratio (1998), sobre la relación entre fe y razón, y la Veritatis Splendor (1993), sobre algunas cuestiones correspondientes a la moral. Es necesario preguntarse si ese contexto ya no se considera válido o si ha penetrado en la Iglesia un nuevo “paradigma”, en el que las reflexiones de la Evangelium Vitae ya no encuentran el alcance necesario.
Según el paradigma "de las tres encíclicas", el tema de la vida está situado dentro de un orden social natural porque los hombres, tal como dice el hermosísimo párrafo 20 de la Evangelium Vitae, no están amontonados los unos sobre los otros como piedras, sino que existe un orden natural de la vida social y política que los hombres pueden conocer con sus capacidades naturales y defender con sus voluntades naturales, a pesar de que no consigan hacerlo nunca plenamente a causa del pecado original, a consecuencia del cual también para alcanzar los propios fines naturales se necesita la revelación y la gracia.
La Evangelium Vitae reenvía, por consiguiente, a la dimensión de lo indisponible -entre ello, el misterio de la vida y la dignidad de la procreación en estrecha continuidad con la Humanae Vitae de Pablo VI y la Familiaris Consortio de Juan Pablo II-, que nosotros ya podemos conocer en el plano natural pero que se convierte en plenamente comprensible en el plano sobrenatural.
Y precisamente este encuentro es el tema de la Fides et Ratio, según la cual el hombre es capaz de Dios porque es capaz del ser y puede conocer el orden de las cosas y situar el conocimiento en un universo de significado, en un "cosmos de la razón" como diría posteriormente Benedicto XVI.
El hombre es capaz de moralidad (he aquí la Veritatis Splendor) porque es capaz del ser. Su libertad se configura plenamente cuando se deja vencer por la verdad, su conciencia se encuentra plenamente a sí misma cuando está llena de la realidad, entre ley y conciencia no hay oposición en cuanto la ley expresa la verdad del bien humano del que la conciencia tiene una noción connatural. Porque el hombre es capaz del ser, ve las cosas ordenadas finalísticamente a Dios y ello representa para él un deber moral. Ve también elecciones que no pueden estar nunca ordenadas a Dios, que son intrinsecamente desordenadas y que por consiguiente no se pueden hacer nunca.
Pero para el segundo paradigma, que mientras tanto ha tomado el relevo, las cosas son distintas y los conceptos de naturaleza humana, de orden natural y social, de pecado, de finalismo, de conciencia y de moralidad han cambiado radicalmente.
La vida de fe, según este paradigma, acontece dentro de la existencia histórica y no nos sitúa nunca delante del ser ni delante de Dios como Ser, sino siempre delante, o mejor dentro, de nuestras situaciones, que no podemos trascender. No tenemos acceso al ser y a la verdad, sino sólo a nuestras progresivas interpretaciones desde el interior de la existencia. Dios se revela de esta manera, no mediante verdades de orden trascendente que entran en la historia, sino mediante la propia historia y su progresiva evolución. La revelación es histórica y progresiva y acontece en todos los hombres, y no sólo en la Iglesia.
En esta perspectiva es imposible hablar de un orden natural y social. Desde el punto de vista existencial todo está mezclado con todo: las personas, en las situaciones existenciales, están contemporaneamente en la verdad y en el error, son masculinas y a la vez femeninas, creyentes y al mismo tiempo ateas, justas y pecadoras. No podemos nunca saber si estamos en pecado, no existen acciones intrínsecamente malas porque en la complejidad de la existencia es necesario siempre interpretar, sabiendo que no acabaremos nunca de hacerlo. La existencia es una sucesión de situaciones distintas entre sí y el torbellino de fenómenos no permite conocer ninguna estructura permanente y sólida.
Ya no hay enemigos, a pesar de que la Evangelium Vitae habla de "enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la ´cultura de la muerte´ y la ´cultura de la vida´" (n. 28), ni batallas que combatir, ni procesos legislativos a los que influir con la fuerza de la presencia y de la manifestación. La manifestación del 20 de junio de 2015 organizada por el Comité Defendamos a nuestros hijos, las vigilias de los Centinelas en Pie o la oposición a la teoría de género son valorados hoy negativamente, incluso por párrocos y obispos, como algo que contrasta con la verdadera pastoral de la Iglesia, que no debería ser nunca de contraposición, sino sólo de diálogo.
La suspensión de la Evangelium Vitae es debida al progresivo debilitamiento del marco de pensamiento constituido por la unión de las tres encíclicas de San Juan Pablo II, dentro de la cual se incluía -como si estuviera en su propia casa- la encíclica sobre la vida. Han sido suficientes sólo doce años desde la muerte de Juan Pablo II (2 de abril de 2005) y sólo un año desde su canonización (27 de abril de 2014) para descuidar sus importantes enseñanzas.
Sin embargo, hay que tener en cuenta dos cosas. La primera es que estas teorías estaban ya prácticamente presentes en la época de las tres encíclicas. La segunda es que en la Iglesia muchos fieles piensan todavía hoy que éste es el camino que hay que seguir. Y entre estos me incluyo.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.
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