Fr. Bruno Cadoré, Maestro de la Orden de Predicadores, estuvo en México el pasado mes de agosto. Como parte de su visita, en el marco del jubileo por los 800 años, habló de un tema muy actual: “la crisis de la palabra”. ¿En qué campos se nota? Prácticamente en todos. Por ejemplo, la familia, el deporte, la cultura, la política, etcétera. No sentimos la necesidad de prestar atención, porque nos faltan palabras significativas, que nos digan algo y traídas de la experiencia que, lejos de engañarse con las apariencias, se abre a la verdad acerca de Dios y de uno mismo. Incluso las caricaturas, que antes divertían con humor blanco, hoy carecen de un guion interesante, pedagógico, capaz de entretener sanamente a los niños y a las niñas. Cuando la palabra se rebaja a cuestiones superficiales, aparentes, pierde alcance, incidencia. No es que el pasado haya sido mejor, tampoco que debamos anclarnos en otra época, pero hay que reconocer que hemos puesto “freno de mano” al desarrollo cultural, cayendo en la anticultura, que llama progreso al retroceso. ¿Por qué últimamente se están volviendo a producir películas que fueron un éxito hace tantos años?, ¿no será que estamos perdiendo la creatividad para hacer cosas nuevas? Vuelven las modas del pasado, porque ante el vacío que tenemos, necesitamos tomar cosas del “archivo”; sin embargo, todo va relacionado con la crisis de la palabra. Ahora bien, ¿cómo llenar ese hueco? Con lo que nunca pasa de moda; es decir, la oración y el estudio, pues esto, al acercarnos a Dios, nos da horizontes, rumbo, perspectiva, para dejar de conformarnos con lo poco.
Hay que trabajar la hermenéutica de la continuidad, pero desde un enfoque innovador, que sepa sacar lo mejor de cada cultura. La idea es recuperar la palabra para que, fundamentada en el ejemplo, atraiga, despierte; especialmente, en la casa y la escuela. Decir mentiras que se están volviendo un clásico, como “haz lo que quieras”, en vez de anteponer la palabra “ama” de San Agustín, dejan un vacío. Otro asunto importante es recuperar la verdad sobre temas conflictivos, pues muchos buenos libros se quedan sin ser publicados porque, ante la confusión generalizada que no distingue entre crítica moderada e intolerancia, nos llena las librerías del pensamiento mayoritario, aunque sea abstracto, superficial y, en muchos casos, excluyente. Hay que recuperar la fuerza de la palabra, empezando por escuchar la de Dios. De ahí viene todo lo demás, la madurez de la humanidad para que se reconozca a sí misma dentro de un plano abierto a la construcción de trabajos marcados por la calidad, obras que comuniquen valores.
La palabra, da pie al diálogo y, a su vez, favorece el desarrollo de la paz. Para que las naciones se entiendan deben hablar por medio de sus cancilleres. Al sentarse frente a frente, más allá de las barreras del idioma, todo resulta mejor. De ahí la importancia de la palabra en la predicación y en cualquier área de la sociedad actual.
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