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Beato Rupert Mayer & Hitler (y 7)

            1 de noviembre de 1945, solemnidad de Todos los Santos. La iglesia de San Miguel estaba repleta de feligreses. El padre Mayer se dispone a comenzar la Misa. Después de leer el Evangelio de las Bienaventuranzas, empezó la predicación. Todos le escuchaban con atención: Bienaventurados los pobres de espíritu, los sufridos, los que lloran... Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia...

           

            Fue glosando la bella perícopa de Mateo, siempre tan actual, pero tal vez más que nunca en esos primeros meses de postguerra. Les habló de la obligación de imitar a los santos para poder alcanzar la meta del Cielo.

 

            -¿De dónde sacan los apóstoles de Cáritas su fuerza en estos tiempos?

            -De la Misa, de la comunión.

 

            Hablaba con dificultad. De repente, calló. Haciéndose fuerza, intentó proseguir: -El Señor..., el Señor... Fueron sus últimas palabras. Se trataba de un nuevo ataque cerebral, de mayor intensidad que el sufrido a finales de junio. Su voz, que nunca logró acallar el régimen nacionalsocialista a pesar de todas las prohibiciones, se fue apagando mientras exponía la Palabra de Dios.

 

            Durante aquellas duras jornadas en que sentía que sus fuerzas le iban abandonando, no cesó de repetirle al Señor: ¡Mi corazón reposa en tus manos! ¡Mi corazón reposa en tus manos! Los textos de la misa de Todos los Santos recogían los primeros versículos del capítulo tercero del libro de la Sabiduría: La vida de los Justos está en las manos de Dios, y no les alcanzará el tormento de los malvados; a los ojos de los insensatos pareció que morían; mas ya están en paz.

 

            Se le diagnosticó un ataque de apoplejía. Poco después de llegar al hospital falleció. Entre lágrimas, a todos los rincones de la ciudad llegó la inesperada noticia: “Esta mañana, mientras celebraba la Santa Misa, ha fallecido el padre Mayer...”. Todos le lloraron. Múnich entera lloró a su querido jesuita. Fue enterrado en el cementerio del Colegio de los Padres Jesuitas de Pullach, localidad próxima a la capital bávara.

 

            El 23 de mayo de 1948, sus restos fueron trasladados desde dicho cementerio hasta el Ayuntamiento de Múnich, y desde aquí a la Bürgersaal[2]. En medio de una calurosa expresión de devoción hacia el Padre Rupert Mayer, se formó un cortejo de 35.000 personas procedentes de la ciudad y del campo; cerca de cien mil se alineaban a lo largo de la calle[3].

 

            Desde entonces no faltan flores en la tumba del padre Rupert y la concurrencia de quienes bajan a la cripta a solicitar su intercesión es constante. Hablan de él como si continuara vivo.

            El Proceso Ordinario Informativo sobre la fama de santidad del padre Mayer se inició en 1950. Seis años después, el 16 de febrero de 1956, se publicó el Decreto sobre sus escritos. El 20 de julio de 1960 se introdujo la causa de Beatificación. En mayo de 1983 san Juan Pablo II firmó el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes. En 1985 se hizo el Proceso sobre el milagro, y se aceptó en junio de 1986. Rupert Mayer, el Apóstol de Múnich, muerto en la Fiesta de Todos los Santos de 1945, fue beatificado por san Juan Pablo II el 3 de mayo de 1987 (bajo estas líneas).



     [1] Fragmento de un artículo publicado por el Arzobispo de Munich y Freising, Cardenal Friedrich WETTER en L´Osservatore Romano el 24 de mayo de 1987.

[2] La Bürgersaal, iglesia que pertenece a la Congregación Mariana de hombres de Múnich, fue construida en 1710 y consagrada en 1778. Un ataque aéreo la destruyó casi por completo en 1944. Fue restaurada en 1945.

[3] Paulius RABIKAUSKAS, voz Ruperto Mayer, Bibliotheca Sanctorum (Roma 1967).

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