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Enfermero y enfermo

H. Manuel García Barbero, S. I.
(Huertas, Salamanca, 05/12/1937- Villagarcía de Campos, Valladolid, 05/12/2015)
 
Querido Manolo:
 
 Aquí me tienes dispuesto a charlar un rato contigo, recordando un poco tu vida
“en Compañía”, una vez que ya descansas y puedes escuchar mejor, ya que las últimas
veces no pudimos hablar, al estar privado de tu voz, que se nos hacía muy difícil el poder compartir un rato de charla, de aquellos que nos recordaban los tiempos en que
acompañábamos algún enfermo o en los viajes.
 
 Del tiempo de noviciado y juniorado, tengo los recuerdos de tus compañeros, que
guardan ese sentimiento fraterno, caritativo y sencillo que siempre tenías. Afable,
comprensivo y lo que se dice un buen compañero en el que uno confía y con quien siempre puede contar. Recuerdan también tu fina figura, ya que en tu servicio militar, que fielmente cumpliste, llegaste a los 52 kilos y… no les lograste superar en toda tu vida. 
 
Una vez que dejaste Raimat fuiste a La Coruña, luego a León, Salamanca y de
nuevo León. Cocinero, ministro, administrador y enfermero en estos tiempos fueron tus
cargos, todos ellos de servicio, sin duda, como suele decirse: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. En tu caso fue esa vida de servicio sencillo, callado, entregado a tus tareas. Todavía recuerdo a tu maestro de novicio el P. Constancio de la
Fuente, que siempre te recordaba por todas tus atenciones que sabías tener con toda la comunidad. Él se encontraba seguro contigo, cuando tenía algún problema sabía acudir a ti para que le echaras una mano. Este testimonio de tus hermanos es el mejor recuerdo que puede uno dejar de su vida.
 
 También destacaste por llevar una vida de devoción, con tu fidelidad a todos los
actos religiosos, fiel a la oración, eucaristía y todos los ejercicios de piedad y devoción
de los que salía luego tu servicio a los demás. Así lo apuntan también algunas notas de
tus escritos espirituales, donde a imitación de San Ignacio usabas también las tintas de
colores para destacar en rojo las palabras de Jesús y en azul las de su madre. Esa fidelidad la llevaste hasta el final de tu vida, todo aquello que te permitía tu enfermedad.
 
También sabías disfrutar de ver algunos partidos por televisión, tenías una cierta
pasión por el Real Madrid, te animaban sus triunfos y sentías sus derrotas, veías en el
equipo lo que había sido de cara al mundo, sobre todo en sus buenos tiempos de Muñoz
como entrenador, por la gran fama internacional que tenía. Ahora ya ves que anda un
poco en crisis, pero que entra dentro de lo posible, como nos pasa a todos en la vida, con nuestros buenos momentos y malos momentos. Pero sin duda es sano saber tener alguna cosa para disfrutarla en los momentos de ocio. No eras amigo de otros ocios más caros, tu vida siempre discurrió por la sencillez.
 
 Querido Manolo, si me tengo que fijar más en tu vida, hay dos capítulos de suma
importancia, el tiempo pasado como enfermero en Salamanca, y luego en Villagarcía,
donde tu vida ya viene marcada por la enfermedad. Me vas a permitir que copie ahora
unas palabras de la doctora Sendino, que se dedicó a atender enfermos terminales, y acabó su vida con un cáncer y teniendo que ser atendida, y decía esto: 
 «He dedicado mi vida a ayudar a los demás, pero no he podido marcharme de
este mundo sin dejarme ayudar por ellos. Dejarse ayudar supone un nivel espiritual muy superior al del simple ayudar. Porque si ayudar a los demás es bueno, mejor es ser
ocasión para que los demás nos ayuden. Sí, lo más difícil de este mundo es aprender a
ser necesitado.»
 
 De tu estancia en Salamanca, tengo que hacer como dos periodos, el primero, el
más largo sin duda, hasta los primeros años del 2000 en que en nuestras enfermerías
comenzamos a tener una ayuda más específica de enfermeras y auxiliares, además del
personal que nos ayudaba en las atenciones de limpieza, cocina y comedor. Aquellos
tiempos en que teníamos el timbre en la habitación y te llamaban por las noches, en que
todo lo teníamos que hacer nosotros, donde uno dedicaba todo el día y a veces parte de la noche en la atención a los enfermos, donde no había sábados y domingos, salvo en que esos días eran los que más trabajo se tenía. No digamos nada tampoco de los tiempos en que no se tenía la mutualidad de seguros SERAS, que supuso una ventaja para nosotros en todos los sentidos. Los que vivieron esos tiempos los recuerdan especialmente.
 
 Donde el hermano enfermero cobraba ese gran protagonismo de hombre muy entregado a los enfermos. Sobre todo con aquellos enfermos difíciles, que algunos estaban más para estar internados, pero la compasión nos hacía cargar con ellos. Ahora las enfermerías son muy distintas, generalmente están todas llevadas por enfermeras, hay un director de enfermería y son jornadas de 8 horas cinco días a la semana. Nosotros vivíamos con los enfermos estábamos totalmente integrados con ellos.
 
 En la segunda parte de tu estancia en Salamanca, como también parte en
Villagarcía, tu labor ya fue en otro sentido, más en acompañar a los enfermos a médicos, atenderles en algunas cosas, ser también paño de lágrimas, ya que sin duda muchos buscan un apoyo en un jesuita, sea padre o hermano, que le pueda escuchar y estar con él un rato. Lo que solemos decir con querer y acompañar, que es tarea de todos en la Compañía, pero que nosotros tenemos más posibilidades de ello.
 
 Y de tu etapa final en la enfermería de Villagarcía, también la podemos dividir en
dos periodos, el primero en que fue una continuidad con el trabajo de Salamanca, en
cuanto a acompañar enfermos, tanto en consultas, como sobre todo en estar con ellos en
el hospital, ambas labores de una tremenda importancia, ya que cuando se sabe algo de
soledad de enfermos, sabes lo que supone todo este trabajo de estar y acompañar a los
enfermos. También tu labor dominical en llevar a algún sacerdote a la atención de las
parroquias. Todo lo que pudiera decir de tu acompañamiento me parece poco, ya que en
repetidas veces también lo tuve que experimentar por mi parte, siendo llevado y traído
por ti, que siempre estabas dispuesto a todo.
 
 Y sin duda, usando una palabra no habitual diría, que lo más trascendente de tu
vida ha sido tu enfermedad. Cuando en la prensa se dice que murió después de penosa y
larga enfermedad, saben y no saben lo que dicen. Ya que hay que pasar por las
enfermedades para poder comprender a los enfermos, para saber lo que se sufre tanto en
el cuerpo como en el espíritu, y más en tu caso en que no te podías expresar al no poder
hablar. Con la experiencia pasada daría para un libro, ya que pasaste de todo. Desde las
primeras intervenciones en que te extirpaban una cuerda, a un poco más, a toda la laringe,
a las sesiones de radioterapia, a… cantidad de días en la UVI, alguna vez con más de seis meses internado, con sensaciones de ahogo… Esto que decimos en unas líneas es un tema para mucho más, porque guardara proporción con lo que has pasado. Todo ello lo fuiste llevando con paz, veías también el final de tu vida, te emocionabas cuando la gente te visitaba y… no podías recibir visitas por tu emoción. Nadie somos capaces de comprender todo el sufrimiento y dolor que te has llevado. Pediste la unción de enfermos, para mejor  pasar los momentos finales. Nos has dado un gran ejemplo, nos quedamos con él y te  damos las gracias, como sin duda gracias dimos cuando nos llegó la noticia de tu muerte, por ver que se había acabado el martirio que habías tenido.
 
Gracias Manolo por tu testimonio, y parece que también nos viene a la mente pedirte perdón por las veces en que no supimos comprenderte. Gracias y estaremos siempre en deuda contigo. Sabes que tienes una parte de nuestro corazón.
 
En mis tiempos de Villagarcía, una de las penas que a veces teníamos, era la poca
gente que venía a los funerales. Nos daba pena, aunque fuera explicable por el trabajo de la gente, por la edad y los achaques de muchos, que les gustaría, pero no pueden. En tu caso estuviste muy bien acompañado, alegrías que compartimos todos, una gran
concelebración, una bonita homilía de Ismael, nacida del corazón. Tus hermanos y
sobrinos también vinieron en un gran grupo, estuvieron velando tu cadáver, con fe y
devoción. De las veces que más jesuitas vinieron de Valladolid, de Palencia, un montón
de Salamanca, de León antiguos profesores que te guardaban un grato recuerdo. De
Madrid también varios. De Burgos entre ellos dos exjesuitas que te apreciaban y
querían… Las enfermeras, gente del pueblo, los de la Espina y… más que no recuerdo,
pero por mi parte me vine contento por haber visto que se te había hecho una bonita
despedida.
 
 Me tengo que despedir mi querido Manolo, seguiría charlando contigo, sobre todo
del proceso de tu enfermedad, del que se puede sacar un libro, pero del que tú te llevas
esa experiencia de la etapa final que tan bien nos vendrían a todos para prepararnos al
momento final, como para tratar mejor a los que pasan por estas circunstancias. Un abrazo y todo mi cariño.
 
Primitivo Miguel s.j.
Madrid, 10.12.2015
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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