La fe al alcance de los niños (12)
1) INTRODUCCIÓN (En especial para los Catequistas)
Dentro de la Iglesia y como miembro singular de la misma, ocupa un lugar destacado la Virgen, Madre de Dios y madre nuestra.
El hecho de que Jesús cuando estaba en la cruz nos diese como madre a su propia madre, es un gesto de amor y de cariño extraordinario.
Y nosotros, le damos gracias, porque el Espíritu Santo, al santificar a la Iglesia, santificó a la Virgen para que fuese digna madre de Dios, y fuese también modelo y ejemplo de lo que debe ser la Iglesia. En la Virgen, la Iglesia ha alcanzado ya su perfección. No puede haber nadie más perfecto que ella.
La Virgen es Madre de Dios porque su Hijo es Dios. Ella nos lleva a Jesús como una madre anima a sus hijos pequeños a imitar a su hermano mayor cuando destaca en algún aspecto. Y como Madre nuestra que es, nos protege e intercede por nosotros.
PARÁBOLAS Y EJEMPLOS PARÁBOLA DEL SUEÑO DE UN NIÑO:
(Dios se preparó a su madre a su gusto)
Había un Niño, al que un buen día se le apareció un ángel y le dijo: ¿cómo querrías que fuese tu madre? porque la voy a hacer como tú quieras. El Niño quedó extrañado, pero el ángel le insistió en que iba a hacerla como a él le gustase. Por fin se decidió y dijo ¿Ah, sí? Pues quiero que mi madre sea la mujer más guapa del mundo, que sea muy inteligente, que sea muy famosa, de manera que todos la miren cuando va por ahí y que le pidan autógrafos, que no esté enferma, que no sufra, que sea muy simpática, que todos la quieran...
Cuando estaba entusiasmado soñando cómo quería que fuese su madre, se despertó y vio que su madre seguía siendo como siempre. Todo había sido un sueño. Claro, ni él ni un ángel podían hacer a su madre distinta de como la había hecho Dios.
Pero Dios sí pudo hacer a su madre como le gustase. ¿Cómo la hizo? ¿guapa, famosa, rica... así como en el sueño quería el Niño que fuese su madre? No; la hizo humilde, pobre, sencilla; nada de famosa ni de llamar la atención de la gente.
Pero la hizo sin pecado original, la llenó de gracia desde el primer momento de su existencia y la destinó a ser madre de todos los hombres. No la libró del dolor ni del sufrimiento; no podemos imaginar su sufrimiento cuando estuvo junto a la cruz de Jesús, su hijo y su Dios. Es que Dios la quiso muy unida a Jesús en la salvación de los hombres y por eso la quiso muy unida a Él en el momento de nuestra salvación.
Si Dios manifestó el amor a su propia madre llenándola de gracia y unida a la cruz de Jesús, ¿no estaremos equivocados cuando no hacemos caso de la gracia y rehuimos el sufrimiento?
3) CHARLANDO CON JESÚS
Niño: Jesús, hoy quiero que me hables de tu madre. Creo que lo harás a gusto ¿no? Porque a todos nos gusta decir cosas bonitas de nuestra madre y que nos las digan.
Jesús: Claro que te voy a hablar a gusto, porque, además de ser mi madre, es también la tuya. Te cuento la pequeña gran historia de mi madre la Virgen María.
Era una chica sencilla de un pueblecito pequeño, Nazaret.
Dios la hizo muy santa desde el principio. Ni siquiera tuvo el pecado original.
Un día el Arcángel Gabriel le anunció que Dios la había elegido para ser mi madre. Y ella aceptó sin dudar diciendo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra”.
En ese momento me hice hombre en su vientre sin que interviniese ningún varón como padre mío, sino que todo sucedió por obra del Espíritu Santo.
Junto a ella fui creciendo en edad, sabiduría y gracia.
Ella me veía como hijo, pero me veía también como Dios; y, a veces, no acababa de entender mis cosas, pero pensaba y repensaba lo que veía que yo hacía y decía.
Un día asistió conmigo a una boda y...
Niño: Espera, espera, porque en esa ocasión ya eras mayor. No me has contado lo del disgustazo que le diste cuando te quedaste en el templo y estuvieron tres días buscándote ella y San José.
Jesús: Sí se llevaron un buen disgusto, pero me encontraron en el templo, con lo que les quise decir que lo mío era estar con mi Padre. No sé si a ti te encontrarían tus padres en la iglesia si algún día te perdieses.
Niño: Es posible que no me encontrasen en el templo, más bien, en los futbolines, o jugando por ahí con mis amigos o en cualquier otra parte.
Jesús: Bien, como te decía, en un banquete de bodas al que asistíamos, consiguió de mí que hiciera mi primer milagro. Al acabarse el vino, les dijo a los que servían que viniesen a mí y que hiciesen lo que yo les dijese. Así que... ya sabes lo que hice, convertir el agua en vino.
Niño: Supongo que te haría un guiño, como diciendo...
Jesús: Veo que eres un poco curioso. No sé si decírtelo con claridad, pero algo de eso pudo haber sucedido.
Madre de Dios y Madre nuestra
Niño: No es que sea curioso, pero como es también mi madre, me gusta saber cosas de nuestra madre.
Jesús: Ya estamos otra vez con aquello de “nuestro Padre” que decías antes. Lo mismo que yo siempre dije “mi Padre y vuestro Padre”, digo también “mi madre y vuestra madre”. Es mi madre porque me concibió; y es vuestra madre porque yo en la cruz os la regalé como madre espiritual.
Niño: Entonces, también es mi madre ¿no?
Jesús: Claro que sí. Te la di como madre a ti y a todos los hombres cuando, desde la cruz, le dije a ella: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, y a mi discípulo Juan: “Ahí tienes a tu madre” . Y en mi discípulo Juan estabais representados todos. Os la di como madre porque, como ya somos hermanos de parte de Padre, quise que fuésemos también hermanos de parte de madre. Supongo que te gustará el regalo de mi madre que os hice desde la cruz.
Niño: Claro que me gusta y no sabes cuánto te agradezco el detalle que tuviste con nosotros.
Dime, ¿cómo fue el final de su vida?
Jesús: Cuando cumplió la misión que el Padre le había encomendado en este mundo, fue llevada al cielo en cuerpo y alma y desde allí, como madre vuestra que es, sigue intercediendo por todos vosotros ante el Padre.
Niño: Quiero preguntarte otra cosa; ¿qué hace la Virgen como madre nuestra?
Jesús: Lo mismo que hizo conmigo: está siempre pendiente de vosotros. Ya desde el principio cuidó de mis apóstoles, viviendo con ellos como en familia, esperando que se cumpliese la promesa que les hice de enviarles el Espíritu Santo; y estaba con ellos cuando el Espíritu vino en forma de lenguas de fuego el día de Pentecostés.
Pero, además, intercede y pide por cada uno cuando ve que necesitáis algo; también os sirve de modelo a todos vosotros para que sepáis cómo debéis agradar al Padre y darle gusto. Supongo que le rezarás con frecuencia. ¿No?
Niño: Claro que sí. Y la quiero mucho, como tú.
Jesús: Muy bien. Debéis quererla mucho; como yo la quise y la quiero.
Niño: Dile que yo también la quiero mucho. ¿Se lo dirás?
Jesús: Naturalmente, pero ella ya te está oyendo, porque está siempre pendiente de ti. No la hagas sufrir y dile con frecuencia que la quieres y que quieres ser como ella, que eso le gusta mucho que se lo digan sus hijos.
Niño: A ver, Jesús, si me aclaras una cosa que no entiendo bien. La Virgen es tu madre, pero ¿por qué decimos que es madre de Dios? Porque Dios existe desde toda la eternidad y ella no.
Jesús: Mira, la Virgen es madre mía; y lo es desde el momento en que me hice hombre; ella me concibió como hombre, no como Dios, porque yo, como Dios, existo siempre. ¿Lo entiendes ahora?
Niño: Sí, pero ¿me lo explicas todavía un poquito más?
Jesús: Es parecido a cuando decís que una mujer es madre del médico o del maestro, porque su hijo es médico o maestro. Por eso mi Iglesia enseña que mi madre es madre de Dios porque yo soy Dios.
Niño: Entonces ¿no es madre del Padre ni del Espíritu Santo?
Jesús: No; es madre mía, es decir, del Hijo de Dios hecho hombre que soy yo, porque el Padre y el Espíritu Santo no son hombres, mientras que yo soy hombre como cualquiera de vosotros.
ORACIÓN
Madre, eres lo más bonito que Dios ha creado. Te lo digo con gozo porque se lo digo a mi madre: lo más bonito; lo mejor. No hay otra como tú. No me refiero a la belleza de tu cuerpo que, supongo sería extraordinaria, sino a la belleza de tu alma: sin pecado y llena de gracia desde el primer momento de tu vida.
Estuviste siempre con tu hijo Jesús. Supongo que estarías contentísima viendo cómo te quería y queriéndole mucho.
Aunque Jesús también te dio algún disgusto; y de los gordos. ¡Mira que perderse en el templo cuando tenía doce años! Supongo que no se perdería de mentirijillas; y que lo pasaríais muy mal tú y San José. Cuando lo encontrasteis, ya le dijiste, ya, una palabrita de reprimenda, nada menos que a Jesús. Le preguntaste por qué había hecho eso con vosotros y te contestó: ¿por qué me buscabais? ¡Es que Jesús tiene cada respuesta...!
José Gea
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