El Retorno de Aslan: basta de religión consumible en la parroquia
Cuando llegan a Narnia, los niños se encuentran con el señor y la señora Castor, que les presentan a Aslan:
-¡Aslan, un hombre! -exclamó el Castor, con voz severa--. Ciertamente, no. Ya les dije que es el Rey del bosque y el hijo del gran Emperador más allá de los Mares. ¿No saben quién es el Rey de los Animales? Aslan es un león . . . El León, el gran León.
-¡Oh! -exclamó Susana-. Pensé que era un hombre. Y él..., ¿se puede confiar en él? Creo que me sentiré bastante nerviosa al conocer a un León.
-Así será, queridita -dijo la señora Castora-. Eso es lo normal. Si hay alguien que pueda presentarse ante Aslan sin que le tiemblen las rodillas, o es más valiente que nadie en el mundo, o es, simplemente, un tonto.
-Entonces, es peligroso -dijo Lucía.
-¿Peligroso? -dijo el Castor-. ¿No oyeron lo que les dijo la señora Castora? ¿Quién ha dicho algo sobre peligro? ¡Por supuesto que es peligroso! Pero es bueno. Es el Rey, les aseguro.
El texto de Malaquias continua afirmando que “El Señor a quien buscáis llegará de repente a su templo.” Buenas noticias.
Pero, continúa el profeta, “¿quién podrá soportar el día de su venida? Porque es Él como fuego de fundidor, como lejía de lavandero.” El profeta entiende perfectamente que la presencia de Dios implica salvación, pero también juicio, y que solo por medio de su infinita misericordia puede un hombre pecador estar en su presencia y salir vivo (Ex 24.9-11).
Cuando Isaías tiene su encuentro con el Señor, no puede más que postrarse ante Él y exclamar: “¡Ay de mí! Pues soy un hombre de labios impuros y mis ojos han visto al Rey, al Señor todopoderoso.”
Isaías experimenta el perdón de Dios, pero la experiencia de la misericordia viene precedida por el descubrimiento de sus pecados a la luz de la inmensa santidad de Dios (Is 6:1-7).
El dios relojero de la “Ilustración” ha deshecho sus maletas y se ha asentado entre nosotros. Es el dios del deísmo que, tras poner en funcionamiento el mecanismo del reloj, deja que sus manillas corran sin más intervención suya y se ausenta.
No es así el Dios de la Biblia y de la tradición cristiana (Efe 1: 11, S. Tomas, Summa I.22). El dios de nuestra era es un dios de este mundo, es objeto de una religiosidad construida desde abajo, carente casi por completo de la realidad sobrenatural de la revelación cristiana.
Veo dos dimensiones de este credo contemporáneo que me gustaría comentar en este artículo. El escenario en el que se manifiesta la primera es la universidad y el seminario. La segunda dimensión se manifiesta en las parroquias y las instituciones católicas y nos afecta a todos.
Según John P Meier, Raymond Brown, Edward Schillebeeckx, sacerdotes los tres, y muchos otros, las narrativas de la infancia de Jesús, incluido el nacimiento virginal del Señor, carecen de valor histórico y fueron inventadas por los autores de Lucas y Mateo. Según estos biblistas católicos, la resurrección de Jesús como evento físico e histórico es también una invención de la segunda generación de comunidades cristianas. Pero no importa. Según Schillebeeckx la tumba vacía es una “hipótesis innecesaria.” (lo contrario a lo que dice San Pablo, I Cor 15:14).
En una colección de artículos académicos sobre el evangelio según San Juan, Johannes Beutler, SJ, relata de pasada su visión del origen de esta nueva forma de estudiar la Biblia. Según el jesuita Beutler, las instituciones católicas antes del Concilio padecían de una gran ingenuidad hermenéutica, es decir, que éramos unos crédulos en nuestra lectura de las Escrituras, hasta que llegó su generación de expertos. Beutler añade, y aquí está el quid de la cuestión, que tras el Concilio desapareció definitivamente “la apologética que busca argumentos para la fe cristiana en el método histórico crítico. La teología y la exégesis del Nuevo Testamento quedaron separadas.” Beutler está encantado con esta separación.
Este divorcio entre exégesis bíblica y teología permite a Beutler y a muchos otros negar la historicidad del nacimiento virginal de Jesús, por ejemplo, pero afirmar, a pesar de ello, una fe en esa verdad a nivel puramente teológico-filosófico.
Además de estos avances, importantes biblistas han reflexionado recientemente en profundidad sobre las premisas, los presupuestos anti-sobrenaturales con los que trabajaban los fundadores de la llamada “búsqueda del Jesús histórico.”
Hermann Reimarus suele ser considerado el pionero de este estudio “histórico” de Jesús que culminó en el siglo XX con el “Jesus Seminar”. Los miembros de este seminario votaban con bolitas de colores para decidir si las palabras de Jesus en los evangelios debían de ser consideradas como válidas históricamente o no.
Reimarus era un filósofo deísta que defendía el estudio del Nuevo Testamento en base a “la razón,” y que rechazaba de antemano la posibilidad de los milagros y de cualquier experiencia sobrenatural. En bases a esas premisas, Reimarus escribió su “Defensa de los adoradores racionales de dios,” que no se publicó hasta después de su muerte. Fue el filósofo Gotthold Lessing (¿os acordáis del “repugnante ancho foso” de Lessing?), quien publicó la obra teológica de Reimarus como obra de un autor anónimo, por lo escandaloso de lo que Reimarus afirmaba en ella.
El entorno académico post-moderno en el que vivimos nos permite cuestionar abiertamente todas esas premisas, y es ahora habitual, incluso en estudios bíblicos, comenzar una monografía indicando los presupuestos de los que parte el autor.
Por otro lado, la globalización nos da un acceso sin precedentes a la realidad, a las experiencias de los cristianos en lo que antes llamábamos el tercer mundo y ahora, más correctamente, los dos tercios del mundo.
Como reconoce el historiador Philip Jenkins en su “The Next Christendom,” la nueva o próxima cristiandad, el perfil del cristiano de África, Asia y Latinoamérica se asemeja mucho al perfil del cristianismo primitivo.
El cristianismo emergente en los dos tercios del mundo es en general conservador teológicamente, y busca continuidad con la ortodoxia cristiana de los últimos dos milenios.
Además, este cristianismo es profundamente sobrenatural. La experiencia cristiana de nuestros hermanos en África, Asia y Latinoamérica incluye manifestaciones frecuentes del poder de Dios en la sanación, el exorcismo y otros milagros. También incluye el reconocimiento de la actividad y poder de Satanás, cuya realidad no es cuestionada, y la lucha espiritual que el Nuevo Testamento asume como necesaria para todo cristiano (Santiago 4:7, Efe 6 etc). Según estudios rigurosos llevados a cabo por sociólogos de la Universidad de Oxford, la mitad de los cristianos de China (más de 100 millones), han llegado a la fe en Cristo gracias a una experiencia directa o indirecta de sanación.
Pero los relatos sobre los milagros de Jesús pertenecen al estrato más antiguo de la tradición oral, tradición recopilada por testigos oculares y escrita por los evangelistas mientras muchos de esos testigos seguían vivos.
Los “signos del reino” no terminaron con la generación apostólica. San Agustín dedica un largo capítulo de su Ciudad de Dios a explicar a los que afirmaban que Dios ya no sana las múltiples sanaciones de las que él personalmente fue testigo y otras sobre las cuales él recopila detallada información. (Civitate Dei XXII.8).
Dones del Espíritu como el don de lenguas tampoco dejaron de derramarse para todos los cristianos que los piden con corazón humilde y abierto, como Santa Teresa de Jesús atestigua abiertamente en su Castillo Interior, o el Papa Francisco en múltiples discursos.
Hoy en día, las sanaciones, exorcismos y otras manifestaciones del poder de Dios, siguen siendo “signos del reino,” y siguen acompañando a la proclamación del evangelio allá donde hay pobreza de espíritu y una fe humilde que se deja hacer por Dios.
Decía un famoso predicador hace años que “la sucesión apostólica requiere las obras de los apóstoles.” Pienso que es fundamental preguntarnos, sobre todo ahora que la sociedad ya no es cristiana y volvemos a los origines de nuestra fe, por qué dista tanto nuestra experiencia religiosa de la experiencia de los cristianos en la era apostólica tal como se relata en los Hechos de los Apóstoles.
Pero el cristianismo es revelación y es algo que Dios hace en Cristo por nosotros y que podemos aceptar o rechazar. Sugiero que el arrianismo, la negación de la plena divinidad de Jesus junto con su plena humanidad, está también muy presente entre nosotros.
Muchos creemos en el dios relojero que creó quizás el mundo pero no se entromete en nuestras vidas, un Aslan “peludo y suave” como Platero, que no ruge, con colmillos de gominola que no atemorizan a nadie.
Se puede ser ortodoxo en la teoría, recitar con asentimiento el Credo Niceno, y ser arriano en la praxis, con una religiosidad que se mueve exclusivamente en un plano terrenal y excluye el poder y la soberanía de Dios.
Otra persona, también muy involucrada en la parroquia la contestó: “Pero que me dices, pero si el Espíritu Santo ya está presente en el altar todos los días… no me digas que no conocías al Espíritu Santo antes y ahora sí.” Pues sí.
Resulta que es posible tener al Espíritu Santo como el “Cola Cao” asentado al fondo del vaso, sin permear la leche con su sabor y color. Hasta que no se introduce una cucharilla y se remueve ese “Cola Cao,” no se disfrutan todas sus propiedades.
Pero también es posible estar en misa y no ser cristiano, y no tener el Espíritu Santo ni siquiera como un poso olvidado en el fondo del vaso. Ya lo decía San Agustín: “Hay muchas cabras dentro, muchas ovejas fuera.”
Esta conversación, pienso, ilustra lo que es uno de los principales desafíos a los que se enfrenta la iglesia en la post-cristiandad, es decir, la sacramentalización en falso de personas que carecen de la preparación necesaria, que no han tenido nunca un encuentro con Jesús. En palabras del Cardenal Fernando Sebastian en una maravillosa entrevista reciente:
-¿Que mejoras introduciría en la iniciación cristiana en España?
- Solamente una: garantizar la verdad de los sacramentos. Que los bautismos sean verdaderos. Que las confirmaciones sean verdaderas. Que las comuniones sean verdaderas. Y que los matrimonios sean verdaderos. No podemos seguir celebrando sacramentos en falso. Para eso hace falta la fe. No puede haber sacramentos sin fe ni fe sin sacramentos. Los sacramentos nacen de la voluntad salvadora de Jesucristo, nos llegan por medio de la fe de la Iglesia, pero tienen que ser acogidos con la fe personal.
Lo mismo es cierto en relación al resto de los sacramentos, incluida la eucaristía. Lejos de ser objetos de consumo o platos de autoservicio, los sacramentos están pensados para los que ya se han encontrado con el Jesus resucitado, se saben pecadores y ponen sus manos vacías dispuestas a recibir el milagro transformador de la gracia.
La conversión pastoral que busca la iglesia del siglo XXI, y que mencionaba el cardenal Sebastian en la entrevista, es una vuelta a los origines e implica una recuperación plena de la dimensión sobrenatural de la fe cristiana. La conversión, el encuentro con Jesus, es algo que hace Él, y no nosotros, que lo único que aportamos son manos vacías y un sí definitivo y confiado a Dios.
Tras el encuentro con Jesús, los sacramentos se descubren como el tesoro indescriptible que en realidad son. Sin dejar antes que Dios irrumpa en nuestras vidas, la vida sacramental se convierte en un simulacro, en una religión más de la que Dios está ausente. Ya no se puede, ya no se debe dar por sentado ese encuentro con Jesús de los que acuden a la iglesia.
No obstante, el Papa Pablo VI afirmó con contundencia: “¿Cuál es la primera y más fundamental necesidad de nuestra querida y santa iglesia? Esta necesidad es el Espíritu Santo. La iglesia necesita un Pentecostés eterno, necesita fuego en su corazón, palabras en sus labios y una mirada profética.”
En 1975 Pablo VI celebró comprobar que se iniciaba una renovación de la experiencia de los dones del Espíritu Santo en el corazón de la Iglesia. El Papa Francisco ha repetido en múltiples ocasiones su llamada a toda la iglesia a abrirse a y experimentar el bautismo del Espíritu Santo, a dejar que Dios remueva ese poso en el fondo de nuestro vaso hasta que Él nos llene y nos transforme.
La iglesia tiene herramientas y cursos que facilitan esa infusión del Espíritu y que recomiendo. Entre ellas destacan el Curso Alpha y los Seminarios de Vida en el Espíritu, que el Papa Francisco pidió se ofrezcan en todas las parroquias, seminarios e instituciones católicas hace algo más de un año.
¿Qué cabe esperar cuando se recibe el bautismo del Espíritu Santo? Los millones de Católicos de todo el mundo que lo han experimentado dan un testimonio que se ajusta al de las primeras comunidades cristianas: El Espíritu nos lleva a toda la verdad (Jn 16:13), derrama en nuestros corazones el amor del Padre (Rom 5:5), derrama sus dones (I Cor 12) para la edificación de la iglesia y la misión evangelizadora, y, por supuesto, se experimenta un renovado amor por la Palabra de Dios y los sacramentos. En resumen, el Espíritu nos abre los ojos y el corazón a Dios y glorifica a Jesús, colocandole a Él en el trono. Ven, Espíritu Santo.
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