Teologías complicadas y espiritualidades gaseosas
Francisco comenzó diciendo que podemos estar ciegos frente a la hermosa luz de la fe debido a un exceso de teologías complicadas. Cabe preguntarse a qué teologías se refería el Papa. Siguiendo su predicación cotidiana, parece claro que no pensaba en la gran Summa de Tomás de Aquino o en las obras de Agustín de Hipona, aunque es evidente que la teología de ambos tiene un “nivel” nada desdeñable. Creo que con el adjetivo “complicadas” el Papa se refiere a elaboraciones de laboratorio, abstracciones que pierden de vista el dato sencillo y concreto de la fe, tal como lo profesa y explica la Santa Madre Iglesia jerárquica. Así es como a él le gusta designar a la Iglesia. No es cuestión de señalar, pero esas teologías han proliferado, e incluso han sido de buen tono, en numerosos ambientes eclesiales. En ellas, las ciencias auxiliares, siempre necesarias, han llegado a desplazar a los márgenes la fe de los sencillos, dando a luz un constructo pomposo e hipercrítico pero nada nutritivo para el pueblo. Ciertamente, la síntesis teológica más sencilla la encontramos en el Credo, y ese es el punto de referencia que debe juzgar el noble intento de cualquier teología, y no al revés, como han pretendido y pretenden los maestros de la sospecha que surgen también en la vida eclesial.
A continuación Francisco señaló que algunos (sacerdotes, religiosos y laicos) buscan responder a su sed de espiritualidad con espiritualidades "gaseosas", espiritualidades light, en lugar de saciarse con el Agua Viva. Ésta la beben “sólo en sorbos”, señala con algo de ironía. Ya que el texto oficial de la homilía escribe con mayúsculas estas palabras, resulta evidente que el Papa se refería al agua del Espíritu, que la Iglesia comunica a manos llenas a través de los sacramentos.
Es muy cierto que tantas veces esa agua fresca ha sido vista por algunos como demasiado sabida, aburrida, poco creativa. Y por eso han sido recibidas con alborozo algo patético, en no pocas comunidades, esas espiritualidades “gasesosas” que pretendían sustituir con sus fuegos de artificio el drama del encuentro entre la libertad del hombre y la libertad de Dios. Los grandes maestros espirituales de la Tradición cristiana han sido sustituidos con frecuencia por expertos y gurús, y la gran liturgia de la Iglesia por manuales de autoconsolación y buenas prácticas. Espirituales, por supuesto.
La tercera advertencia de Francisco se refiere a “una mundanidad virtual que se abre o cierra con un simple click”, que cede a la fascinación del consumo o que nos abre a relaciones sin roce, al abrigo del riesgo que siempre supone el encuentro con los otros. La fe cristiana reconoce y confiesa al Verbo encarnado, a Cristo presente, aquí y ahora, en el pueblo de la Iglesia. Para vivirla y comunicarla es necesario estar en la carne de la historia, en la realidad de la gente que busca y llora, desespera y camina.
Frente a estos subterfugios, Francisco ha trazado la imagen del hombre cristiano en un bello discurso a las familias en misión del Camino Neocatecumenal: “Es uno que respira en la Iglesia y con la Iglesia, con el ánimo aparejado y pronto para la misión”. La verdad siempre tiene un brillo singular frente a la mercancía averiada.
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