En la década de los setentas, como parte de una ideología contestataria hacia la autoridad moral que prevalece en algunos “memes” o artículos caricaturescos, se llegó a decir: “Jesús sí, Iglesia no”. Algo así como una vía ligada a la opinión, a la “carta”. Actualmente, muchos argumentan que no tienen problema con la existencia de Dios, que de seguro existe, pero al tocar la cuestión de un grupo o medio para conocerlo, de inmediato saltan las voces que dicen “cosas inventadas por el hombre”, como si la Iglesia no hubiera sido precisamente intuída por aquel al que dicen seguir. ¿Podemos rechazar la obra y, al mismo tiempo, reconocer al autor? Sería como decir, “Leonardo da Vinci sí, Mona Lisa no”. La intuición de una comunidad, formada por el conjunto de las y los bautizados, en el que se enseñara la fe, vino de Jesús. Es más, los que se dicen “fuera de la Iglesia”, pero “creyentes”, en realidad, casi sin darse cuenta, tienen una visión cristiana de Dios, porque lo que saben de él, les fue transmitido por un eco de la Iglesia, presente quizá en la abuela que les enseñó alguna oración para antes de dormir, en el colegio católico por el que pasaron varios años, en una explicación ocasional de un sacerdote o religiosa, etcétera. ¿Cómo querer a Jesús y, a la vez, rechazar lo que él mismo quiso desde su lógica? No tiene mucho sentido. De ahí la importancia de la Iglesia. Si, por ejemplo, quiero saber de fútbol, ¿acaso voy al acuario en vez de tocar las puertas de un equipo? Pues lo mismo en materia de fe. Tomando en cuenta que la Iglesia tiene una experiencia milenaria, ¿estoy en condiciones de negar su sabiduría y cerrarme en mis 25, 28, 30 u 80 años de vida?, ¿qué son 100 años comparados con dos milenios? Es verdad que muchas personas se han alejado por malas experiencias, quizá necesitaban de un buen consejo y se encontraron con católicos demasiado ocupados, pero con todo, no vale generalizar, pues al fin y al cabo, el error de unos, no debe llevar a señalamientos del conjunto.
Jesús fundó la Iglesia. Él mismo se encargó de reunir a los doce, incluyendo el aporte de mujeres audaces como Marta y María que, desde su presencia específica, fueron parte de las primeras generaciones cristianas. Pedro, como primer papa de la historia, continúo la obra, pero dicho proyecto nació del Dios hecho hombre y no de una idea casual de los discípulos, mucho menos del emperador Constantino, ya que cuando él se convirtió, lógicamente ya existía el cristianismo, pues nadie puede convertirse a una religión que no exista previamente.
¿Por qué necesitamos de la Iglesia? De entrada, en ella se encuentran personas formadas, hombres y mujeres que tienen experiencia sobre la fe y, por ende, están en condiciones de ayudar, de orientar. Buscar a Jesús por la libre; es decir, desconectados de los demás, como cabos sueltos, podría llevarnos incluso al fanatismo, pues careceríamos de los medios formativos que nos da la catequesis, así como la gran tradición filosófica del cristianismo. Nadie nace sabiéndolo todo, de ahí que la Iglesia resulte el espacio para profundizar en la trascendencia, en la verdad que se hizo persona en Jesús y, por ende, accesible, capaz de ser llevada a la práctica de cada día.
Leonardo da Vinci, dejó su técnica en la Mona Lisa. Aunque salvando las distancias, lo mismo podríamos decir de Jesús con respecto a la Iglesia, pues es obra de sus manos. En ella supo plasmar el mensaje que le llevó a dar incluso la vida. Por lo tanto, aceptémoslo al 100%; es decir, sin pretender quedarnos con el autor, rechazando el aporte que dejó como herencia. Dios se ha hecho visible a través de la Iglesia, pues por medio de ella continua estando presente. De ahí la existencia de los sacramentos y, por supuesto, de la tarea que trae consigo enseñar la fe.
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