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Escoger el yugo de Cristo

“Cargad con mi yugo y aprended de Mí que soy manso y humilde de Corazón y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es llevadero y mi carga es ligera.”

El yugo del Señor es suave, es llevadero; no es pesado, no es oprimente, porque es de Él. Yo no sé si viviendo en esta sociedad, tan tecnificada, habréis visto alguna vez un yugo. ¿Sabeis cómo es? Yo lo he visto muchas veces cuando era pequeña, porque en mi tierra, la gente del campo todavía lo usaba con los animales. 00179005El yugo es un instrumento que se pone en el cuello de las bestias, sean mulos o sean bueyes, para mantenerlos unidos, para impedir que se separen, para mantenerlos con la cabeza baja. Es un instrumento rígido, generalmente de madera, que no se puede usar nunca con un solo animal: hay que utilizarlo con dos, de otra manera… no sirve. El yugo nunca es para uno solo, el yugo es siempre para dos: para que dos vayan juntos, para que dos vayan siempre a la par, para que ninguno se adelante al otro o vaya en dirección opuesta. El yugo les une y les obliga a hacer lo mismo: a caminar en la misma dirección y a compartir la misma suerte. Nunca es para uno solo.

Cuando Jesús dice “cargad con mi yugo”, nos está diciendo entre líneas que Él va a estar siempre con nosotros, que Él va a estar siempre conmigo, en concreto. Su yugo es para mí pero con Él. El yugo no lo voy a llevar yo sola: no puedo llevarlo sola, no sirve para nada sola, como tampoco Jesús lo lleva solo. Es para aquel que quiera ponerse bajo el yugo sabiendo que al otro lado del yugo está Jesús y para caminar con Él, para estar con Él, para ir al unísono con Él, para moverme en la misma dirección que Él, para no poderme separar nunca de Él… ¡Ese es el yugo de Amor del Corazón de Cristo! ¡Es un yugo suave, dulce, llevadero…! Es un yugo que sirve para creer, para orientar, no para oprimir.

“Cargad con mi yugo” es una invitación más que un mandato. “Cargad con mi yugo” quiere decir: “Ven, Conmigo a la mitad en todo”. Y esto es impresionante porque no solamente nos está ofreciendo la oportunidad de compartir nuestra vida con Él al cincuenta por ciento en todo y siempre –que ya es Yuntadebueyesbastante regalo- es que, al mismo tiempo, Él se está abajando: está abajando su Cerviz, su Cabeza, para permanecer a nuestra altura, adaptándose a nuestra capacidad. Y para permanecer así siempre, sin desuncirse del yugo, sin querer escaparse, sin abandonar. Y esto, como todo lo del Señor, no es una imposición, es una invitación.

El yugo significa también -dicen algunos exegetas- la Ley; es imagen de la Ley. El yugo de Jesús es -en sí- la Ley, porque Jesús nos la ha venido a traer, y es suave, es ligera. La Ley de Dios, vivida en las entrañas de Cristo Jesús, es pacificadora, ligera, liberadora… Pero este yugo es suave y es ligero si se comparte con Él, sólo con Él. Lo que hace la vida suave y llevadera es compartirla al cincuenta por ciento con Él, mitad y mitad, todo a medias con Él. Eso hace la vida suave, fácil, llevadera… Se trata de un yugo ligero y su Ley, sus preceptos, sus mandamientos, uncidos a su yugo de amor son suaves: no son pesados, no son oprimentes.

Pero el yugo se torna oprimente si al otro lado ponemos alguien que no sea Jesús. Si sustituimos a Jesús por cualquier otra criatura, el yugo puede ser insoportable, aborrecible… y podemos acabar despreciando a Dios, a la Ley, a todo… porque sin Jesús nada tiene valor, nada tiene sentido y nada es soportable.

Miradle en la Eucaristía y decidme si puede haber una mansedumbre mayor y una humildad mayor. Mirad quién es Él: todo el contenido de la Palabra Dios está ahí, toda la Omnipotencia y la Infinitud de Dios están ahí, bajo la apariencia más humilde: un pedazo de oblea. Pocas cosas hay en ese mundo más frágiles, más vulnerables, más quebradizas, que un pedazo de oblea. Hasta ahí le ha llevado el abajamiento, el amor.

Y la mansedumbre… pues lo mismo: toda la fuerza de Dios, toda la Omnipotencia de Dios en un pedazo de oblea, sin oponer jamás la menor resistencia ni proferir wp-1472389969577.jpgla menor queja, hagamos lo que hagamos con Él: si le amamos, le amamos; si le adoramos, le adoramos; si le comemos, le comemos; si le pisoteamos, le pisoteamos; si le tratamos sacrílegamente, se deja; si comulgamos sin las debidas disposiciones, se deja… Si nos acercamos y le hablamos y estamos con Él, es feliz y nos acoge; si le ignoramos tranquilamente y no venimos nunca, si pasamos de largo, no se queja. Permanece humilde, silencioso, dolorido pero callado, no se rebela, no se inquieta, no se encabrita, no amenaza, no se queja, no protesta, no murmura de lo mal que le tratamos… ¡Sufre y espera! Sufre, ora a su Padre y espera a que caigamos en la cuenta de nuestro error y volvamos a Él y regresemos a Él.

Eso es la mansedumbre de Dios. No se cansa de esperarnos, como dice San Pablo. “el amor espera siempre, el amor disculpa siempre, no murmura, no es jactancioso, no es engreído, no lleva cuentas del mal”. El amor, que es Dios, es la mansedumbre de Dios mismo. ¡Esa es la mansedumbre que está encerrada en el Corazón de Jesús! ¡Esa es la humildad que está encerrada en el Corazón de Jesús! ¡Y eso es lo que Él nos pide aprendamos: no todas las demás cosas que hizo, sino la mansedumbre y la humildad!wp-1472314507151.jpg

Y como es tan bueno, nos pide que aprendamos de El, porque haciéndolo así: aprendiendo la mansedumbre y la humildad, hallaremos el descanso para nuestras almas. Él no quiere que aprendamos la mansedumbre y la humildad porque a Él le va a ir mejor. ¡No! Jesús es incapaz de hacer nada en provecho propio. Si nos invita a que aprendamos de Él la mansedumbre y la humildad y a que carguemos con su yugo, es porque sabe que es lo mejor para nosotros, que ahí encontraremos el descanso en nuestros agobios en nuestras turbaciones. Por eso quiere que carguemos con su yugo y que aprendemos de Él mansedumbre y humildad: para que encontremos el descanso, el sosiego y la paz.

¡Así de bueno es Dios! ¡Así de bueno es el Corazón de nuestro Dios!

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